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Visita de Benedicto XVI, Reacciones

La Primavera Ortegueana

La Iglesia católica cubana es responsable espiritual, aunque no culpable, de la nerviosa persecución de disidentes desatada por el Gobierno en cada rincón posible de la Isla

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Llamo Primavera Ortegueana no al presumible despertar religioso que resultaría de la visita a Cuba de Benedicto XVI, sino al escenario y ambiente represivos que la hizo definitivamente posible. Lo de Ortegueana viene del nombre del único Cardenal de Cuba: la cabeza visible de un proceso ignominioso que ha entrado ya en la historia de la Iglesia en Cuba. Lo de Primavera, ya sabemos, por la represión de 2003 que llevó a prisión a 75 conciudadanos demócratas.

Como los molinos de los dioses muelen lentamente, nunca sabremos cuál será el impacto positivo de la visita Papal. Para la sociedad, no para la Iglesia desde luego. La Iglesia afianza su espacio luego de cumplir su tarea de intento de legitimación del único régimen en el mundo moderno que hace, al mismo tiempo, dos cosas supuestamente contradictorias: participar en una misa católica y desatar una cacería cívica por todo el país contra ciudadanos pacíficos, algunos de ellos devotos por confesión.

La imagen que me viene a la mente es la de varias películas que tratan el tema del nazismo y describen aquellos momentos sublimes en la que los diseñadores del crematorio escuchan música clásica, al mismo tiempo que sus ejecutores confeccionan peines con los huesos de las víctimas judías del Holocausto.

La diferencia entre el crematorio nazi y la represión en Cuba es bíblica. De modo que no comparo la dimensión sino la naturaleza mental de los perpetradores. Pero si Beethoven o Bach no fueron responsables de aquellas matanzas ejecutadas contra la humanidad, la Iglesia católica cubana sí es responsable de la nerviosa persecución de disidentes desatada por el Gobierno en cada rincón posible de la Isla. Muchos lugares del país entrarán al mapa virtual de Google Earth no como zona turística sino como zona de represión santificada.

Responsable espiritual, no culpable. La culpa de reprimir la tiene exactamente quien reprime: el que tiene toda la voluntad de desviar a cualquier precio y costo el curso de la historia, y piensa que encarcelando o deteniendo a cientos de demócratas consigue conjurar la libertad. Ese es el Gobierno cubano, que no acaba de darse cuenta que ciertas libertades le seguirán dando un mal bounce para colarse de lleno en los jardines de la sociedad. Y anotar.

Pero seguir adelante con el aterrizaje en Cuba del Vaticano en pleno sin arriesgar una crítica minimalista a la violencia desatada contra la comunidad democrática a lo largo y ancho de la Isla proporciona un halo místico a la represión, que muestra una conexión católica con el castrismo más profunda que las meras coincidencias de fines entre el cristianismo, la doctrina social de la Iglesia, de la que el catolicismo en Cuba no hace mucha gala, y una retórica socialista bastante sedicente.

En una dimensión clave, estamos ante un pacto criollo de tipo corporativo intentando reciclarse cruzadamente: la Iglesia en una salida social, y el castrismo en una de tipo espiritual luego de su vacío ideológico y de valores. La salida económica de este pacto la aporta, desde un reciclaje de otro tipo, el Cuba Study Group.

Sobran los cubanos en este pacto. Y los demócratas los primeros. No extraña por eso que en medio de los cánticos religiosos, muchos de nosotros nos encontráramos o bajo detención domiciliaria, o en las celdas de cualquier estación policial, o frente a ellas penando por nuestros amigos o familiares, o mal heridos en un hospital o policlínica del país. Y, aunque parezca extraño también, golpeado por un integrante de la Cruz Roja o vilipendiado por un devoto de la fe católica. La violencia a las puertas de esa fe.

Después de todo no valió la pena, ni para la iglesia más universal de occidente. Unas misas sin entusiasmo, llenas de jóvenes que taponaron sus oídos con reggaetón y de funcionarios del Estado, no colmaron las expectativas de unos y otros a pesar de los grandes esfuerzos de imagen, de organización y de propaganda.

La fe seguirá borrada. Independientemente de que tanto jerarcas de la fe como sociólogos gusten de la estadística y afirmen que aumentan los católicos porque aumentan los bautizos. Superficialidad institucional que se niega a reconocer la Cuba civil, plural y descreída: esa Cuba que avanza, sincréticamente, frente a la hipocresía doctrinal.

¿Qué le pasó a la Iglesia católica? Lo mismo que al Partido Comunista. Este se imagina que la sociedad no existe porque solo concibe el vacío fuera del Estado. Esa percepción errada lleva a pensar la sociedad, que sí existe, como un regimiento disciplinado controlable por los canales habituales. En este discurso antisocial, la espontaneidad es indisciplina y la protesta provocación. Y la represión el recurso. De la fe y del partido. No hay que asombrarse de que ninguno de los dos parezca aceptar esta doble realidad: la sociedad cubana se autoconstituye en todos los niveles posibles, por un lado, mientras que por otro solo mal funcionan las instituciones encargadas de la coacción: la policía y la Contraloría General de la República. Aquellas otras dedicadas a la creación de consensos y bienestar languidecen sin ruido y preocupación general. Porque simplemente la Cuba institucional no coincide con la Cuba societal.

En este sentido, y afortunadamente para ellas, el mensaje de Benedicto XVI en Cuba salva a la iglesia universal primero, para reconstruirle el camino a la iglesia local después. Diría que el Papa vino a la Isla con un propósito y tuvo que torcerlo en el trayecto para socorrer a una fe que ya estaba en llamas frente a la sociedad, que lo es en tanto es civil.

La jugada fue hábil. Señalar al comunismo como el origen del pecado limita los esfuerzos teóricos de la Iglesia del patio por avalar su actualización. Y si bien no desautoriza al Cardenal Ortega por la conversión de la policía local en Guardia Suiza momentánea, si le recuerda que hay otras partes legítimas de la historia. Confirmación de que si entre ellos se dan codazos, contra ellos se protegen. La Iglesia en Cuba rescatada del Estado con una vetusta maniobra que le devuelve su mensaje bíblico de libertad sin darle al Estado toda la legitimidad que pedía y necesitaba.

El Vaticano demuestra que sigue siendo políticamente interesante, la Iglesia católica cubana que tiene mucho que aprender del mismo Vaticano y el Estado cubano que no se puede apurar la fe para satisfacer apuros políticos.

Al final, Benedicto XVI coincidió más con quienes no se les permitió llegar a misa, aunque muchos no pretendiéramos ir, que con los que le organizaron su presencia en Cuba. Ese es el consuelo, en términos religiosos, para quienes sufrimos la Primavera Ortegueana tras un desastre político que no sirvió a la estrategia de nadie. Benedicto XVI debe estar bastante arrepentido. Después del protocolo de despedida.


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