Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Las buenas maneras en la Cuba socialista

A los de mi generación nos enseñaron a ponernos de pie cuando llegaba a la casa “una persona mayor”, pero eso luego cambió radicalmente

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Desde los inicios de la década de 1960, la política implantada en la Isla abogó por arrasar con los estamentos naturales del individuo; ya desde entonces los hombres pasaron a ser “compañeros”, “compañeras” las mujeres... y los niños... “compañerito” y “compañerita”.

Las féminas fueron abanderadas con una especie de igualdad con el sexo contrario que les hacía parecer —a muchas— hembras de mandarria, con un decir y obrar más bien cerriles; amén de vestimentas machunas en muchos casos.

El guerrillero argentino Ernesto Guevara, lanzaría allá, en la Cuba de principios de la década referida, una máxima muy socorrida acerca de las mujeres: “La mujer es más débil, pero no menos capaz”.

Al menos yo, aún hoy, no he podido descifrar bien a bien esta sentencia.

Bueno... fueron abolidos los “títulos” de Caballero, Dama, Señor, Señora y Señorita.

Todo el mundo “al parejo”, como gustaba repetir acerca de esta abolición “HuevoeFoca”, un muchacho comunista al ciento por ciento que entonces estudiaba en la misma escuela que yo.

Pero hay anécdotas graciosas al respecto. Así, en la ciudad de Pinar del Río, la dueña de una tienda de víveres —aún no habían nacionalizado todos los negocios privados— le espetó a un cliente —por vago y borrachín muy conocido—: “¡Coño, yo no soy tu ´compañera´, así que respétame, que no somos iguales!”

Esta expresión de la dueña de la tienda sucedió porque el vaguito la llamó “compañera” mientras discutían sobre el precio de un producto.

Pero anécdotas aparte, queda claro que ya en aquellos tiempos se gestaba el maremágnum, el todo es de todos, el relajo total, la violación de las fronteras naturales; la pérdida, en fin, de la decencia.

Si hombres y mujeres —compañeros y compañeras— marchaban al trabajo dizque voluntario a cualquier hora y a cualquier sitio; si los niños, luego, serían “pioneros por el comunismo” y quedaban fuera de combate en la Primeria el Beso de la Patria y la recitación cívica de los viernes... Si quedaban fuera de los programas de estudio de la Primaria precisamente esa asignatura, Educación Cívica, y fuera igual un régimen disciplinario que inculcaba el respeto absoluto para con las maestras, los maestros, el director de la escuela... ya desde esas fechas no había nada que hacer...

De modo que en el decenio siguiente, resultaba un tipo raro aquel que le cedía su asiento a una mujer —una compañera— en un ómnibus o ayudaba a otra para levantar una carga hacia la entrada de su casa o le otorgaba prioridad para que comprase antes que él o le concedía la franja de adentro de la acera.

Comentaba yo, por entonces, lo dicho en el párrafo anterior con el Galleguito Quesada, quien trabajaba en un taller de mecánica automotriz allí en las calles Alemán y Marta Abreu, en Santa Clara y él, luego de escuchar mi alegato en favor de las mujeres, se quedó mirándome unos segundos como si lo hiciera, digamos, a profundidad, y al fin me dijo como quien rastrilla las palabras: “Oye... pero te digo una cosa: si ellas son iguales que los machos, pues que se jodan, socio”.

Bueno... Se estableció eso que se ha dado en llamar “la moral socialista”, que es otra, otra moral. No se sabe bien cuál, pero otra... Otra que predica la solidaridad, pero no la fraternidad o la igualdad siempre que esta no incluyese a quienes no comulgaban con el ideario socialista. Y etcétera.

Un rasgo que distinguiera a los cubanos adultos de esa década de 1970 fue que casi todos andaban con camisa de caqui gris... creo que, porque en verdad las demás camisas escaseaban, pero también, en parte, porque eso hablaba bien del “sabor a pueblo” de quien anduviese así vestido. Yo vi, vi a no pocos revolucionarios que contaban con camisas de otro porte, pero vestían esa, la de “uniforme”, la de caqui.

A los de mi generación nos enseñaron a ponernos de pie cuando llegaba a la casa “una persona mayor”, o a tratar con gentileza a quien llegase preguntando por nuestro padre o nuestra madre.

Eso cambió diametralmente. Ya en la década de 1980, si usted visitaba la casa de un amigo, de un conocido o de cualquier persona para llevar a cabo cierta diligencia, si el niño estaba presente, no es que ya no se pusiera en pie, sino que ni te miraba; y si ocupaba el mejor asiento o el más cercano al visitante, le daba igual, continuaba mirando la televisión o el techo o hablando con su amiguito pionerito o su hermana o hermanito.

Y si usted llamaba a una puerta y resultaba uno de los niños o niñas de la casa quien te atendiera, lo más probable es que te recibiera con esta frase: “Dime, ¿que tú quieres?”

No debería ser así.

Pero según las noticias que llegan, sigue siendo así. ¿O peor?


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