Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Dictaduras, Cambios

Las dictaduras no se reforman, se acaban

Hasta ahora ni Raúl Castro, ni Fidel Castro, han expresado que están dispuestos a dar por terminada la dictadura que existe en la Isla

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“¡Reformas de qué!”, exclamó Fidel Castro en uno de sus discursos en los inicios de la década de 1990. Sin embargo, en 1993, la dictadura aplicó algunas novedades que, entonces, podrían resultarles esperanzadoras a los que aún, de buena fe, creían en el proyecto comunista en la Isla. Con la excepción de la legalización de la tenencia de dólares, estas innovaciones desaparecieron poco después. Tanto entonces como hoy, las variantes que ha aplicado el régimen —a las cuales, ya lo sabemos, se ha visto obligado— no han llevado otro propósito que su supervivencia; de ningún modo han sido el resultado de una encomiable pretensión de mejorar el nivel de vida de la población, ni de proporcionarle a ésta libertades básicas.

Así las cosas, los cambios, reformas, mejoras, o como quiera llamársele a eso que hoy se fragua en la Isla, solo tienen el mismo propósito: preservar el régimen dictatorial. Estos “cambios” que anuncia el dictador heredero Raúl Castro, son tan infantiles que sólo pueden ser superados en este aspecto por el infantilismo de quienes creen ellos.

Así de simple: si una dictadura realmente se transforma, deja de serlo. Desaparece. Y hasta ahora ni Raúl Castro, ni Fidel Castro —quien aún lleva al menos parte de la batuta entre bambalinas— han expresado que están dispuestos a dar por terminada la dictadura. Por otra parte, hablar de “democratizar el socialismo” (léase tiranía comunista) es como decir que el canario habrá de mugir.

A estas alturas, ciertos pensadores cubanos residentes en la Isla y en el extranjero hacen públicas opiniones repletas de medias tintas, de titubeos, de paños tibios. O sea, muestran alguna fe o respaldan de alguna manera los “cambios”, las “reformas” que viene anunciando la dictadura bicastrista. Esto será por candor, por miedo o, en el peor de los casos, por cinismo o conveniencia (valga la redundancia). No encuentro otras razones. Nada descubro al afirmar que al radicalismo de ideas hay que oponerse con la mima arma. Quien de otra manera trate de negociar con la tiranía existente en Cuba, de pronto se dará cuenta de que está solicitando limosnas. “Los principios no se negocian”, ha repetido infinidad de veces Fidel Castro; con esta misma frase hay que enfrentarlo.

Otros destacados cubanos, de esos que llamamos hombres de ideas, tratan de atenuar la debacle que ha traído el castrismo para el pueblo exponiendo los “logros de la revolución”. Pero no. Ningún “logro” podrá equipararse con una tragedia de las magnitudes que hoy, y desde hace décadas, sufre el cubano. Sirvan de emblema los casi dos y medio millones que han abandonado su tierra en busca de pan y libertad.

Hablemos claro. Las dictaduras no se reforman. Se caen; a veces por la propia decisión de sus gestores. O las tumban, de la manera que sea posible. No hay de otra.



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