Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Sociedad

Los escándalos de G

La solución no radica en buscar zonas de tolerancia para frikis, roqueros y emos, sino en democratizar el espacio público.

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A diferencia del incremento de cafeterías, bares y restaurantes en pesos convertibles, existe en La Habana un vacío en las opciones de diversión para los jóvenes. Si bien es cierto que existen algunos lugares donde estos pueden pagar en moneda nacional (como La Madriguera, la Peña Fresa y Chocolate, el Atelier, el Salón Rosado de la Tropical), los jóvenes mantienen una actitud de distanciamiento en relación con dichos sitios por "pertenecer al Estado".

Que los espacios públicos de esparcimiento sean controlados por organizaciones gubernamentales, léase la Agencia Cubana de Rock o la Asociación Hermanos Saíz, dificulta la relación del individuo con el espacio, en tanto los jóvenes están elaborando identidades alternas a las construidas por la ideología oficial.

Para aquellos que no pueden pagar la entrada y el consumo en dichos establecimientos, o no aceptan la oferta del Estado, no les queda otra alternativa que sumarse a la invitación que hace el grupo musical Porno Para Ricardo, en su canción
Vamos pa' G: "Por que ya nos quitaron to' el espacio, porque no existimos pa'l poder, porque somos héroes del fracaso, porque no hay futuro, porque no hay porqué. Vamos pa' G, que no hay nada que hacer…".

Frikis, mikis y emos: nocturnidad

El Parque de G —o la Avenida de los Presidentes— ha sido en los últimos diez años, aproximadamente, un centro de reunión durante los fines de semana para cientos de jóvenes que pasan la noche bebiendo y, en el mejor de los casos, con guitarras y cantando. El parque primeramente fue un espacio público conquistado por los frikis, pero ahora, como reflejo de las poquísimas opciones, ha sido tomado por otras "tribus urbanas", como los mikis y los emos. Se dice que los repas no asisten por su rechazo a los frikis, de quienes mantienen distancia por cuestiones de identidad musical. Sin embargo, los jóvenes frikis que se reúnen en G han tenido que luchar por el espacio, de donde han sido expulsados varias veces.

El Parque de G es un punto central donde se va a "descargar", sin que haya una exclusión ideológica o de clase. Si en el Atelier la música es el punto central, en G lo más importante es la identidad a partir del gusto por un género musical. A pesar de que la policía pone multas por pisar el césped, no deja de ser un espacio donde se escenifican las identidades postrevolucionarias, que se reflejan en los referentes culturales transnacionales de las ropas.

El espacio es el parque y el tiempo es la noche. Esta permite la transgresión, la "ilusión liberadora", en palabras de Mario Margulis; mientras unos duermen o intentan descansar, los jóvenes del Parque de G beben y se apretujan entre los matorrales. El imaginario colectivo habanero les atribuye características propias de los que habitan la ciudad nocturna: peligrosos o siniestros. Sin embargo, después de unas cuantas horas en el lugar, resultan aburridos y un tanto inocentes.

La lucha por el espacio público

Los jóvenes que se reúnen en el Parque de G han tenido que luchar por el espacio público, sobre todo los frikis. Desde los años noventa, los roqueros intentaron hacerse de un sitio donde convivir, pero fueron expulsados de los alrededores del cine Yara, el Coppelia, el Hotel Riviera, entre otros.

A lo largo de 2003, durante el "Plan Coraza" (operación policial que pretendía erradicar el consumo y la venta de drogas), no sólo el Patio de María fue cerrado, sino que a los roqueros se les prohibió reunirse en esa avenida del barrio del Vedado. Con los años, y después de intentar ocupar otros espacios, como Malecón y G, los frikis retomaron la Avenida de los Presidentes en medio de enfrentamientos con la policía.

En el Parque de G se observa una fuerte presencia policial. Cientos de agentes, vestidos de civil o de uniforme, hacen guardia las madrugadas del fin de semana. Vivir la experiencia que brinda una noche en el Parque de G significa subir y bajar a lo largo de la avenida, bajo las órdenes de la policía, y permanecer en el tramo que esa noche las autoridades han determinado que "se puede ocupar".

Aun cuando las únicas pretensiones de los jóvenes que acuden allí sean divertirse y pasar el rato, su presencia constituye una lucha simbólica por el espacio público, la lucha por ganarse el derecho a habitar y experimentar la ciudad. Para las autoridades, el desafío que lanzan estos jóvenes es mediano, ya que están ocupando la ciudad de forma pasiva, en tanto sus intereses concretos se relacionan con resolver necesidades básicas. Sus preocupaciones tienen que ver más con la moda en el vestir y en el peinado, que con la democracia y la política.

Sin embargo, la falta de espacios alternativos donde los jóvenes puedan compartir y disfrutar constituye un problema para las autoridades, pues el Parque de G ha devenido una lucha simbólica por el espacio entre vecinos, jóvenes y autoridades. Cada uno de ellos vive G de una forma diferente, incluso contrapuesta. Los vecinos luchan por su espacio, porque su orden se ha visto alterado con la presencia de cientos de jóvenes los fines de semana, muchos de ellos bajo los efectos del alcohol y el parkinsonil, popularmente conocido como "paco rojo".

A esto hay que sumarle el escándalo que se oye en la avenida, provocado no sólo por el griterío de los jóvenes, los tambores y una gaita que de vez en cuando deambula por ahí, sino por el ruido de los autos Lada con sus estrepitosos arrancones, más las sirenas de los patrulleros que toda la noche circulan y hacen ostensible la presencia de la autoridad.

El problema de G, tanto para los jóvenes como para los vecinos, está en la falta de oportunidades alternas al Estado. La solución no radica en buscar zonas de tolerancia, cual si fueran apestados, sino en reconstruir una ciudad, un país, que cuente con espacios públicos y privados, plurales y democráticos, donde los jóvenes puedan construir sus propios sitios con garantías y derecho.


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