Los Fantasmas de la Calle 8
La Calle 8 puede ser polémica. Cuba se aleja y a la vez, permanece
Todo cubano curioso de su historia y cultura, sin quitarse el salitre de la travesía, lo primero que debería hacer al llegar a Miami es ir a la Calle 8 y a la Ermita de la Caridad. Ambos son referentes de más de medio siglo de exilio. Pero la primera fue el lugar donde todo comenzó, en la llamada Pequeña Habana.
Hoy sobreviven allí pequeños comercios, el emblemático Parque del Dominó, centros culturales y restaurantes de comida criolla. La Calle 8 no es solo lo simbólico-emblemático de un exilio agotado en el sueño de un regreso. La Calle 8 es lo que fue, lo que pudo haber sido, lo que ya no será más… “no volveré a tocarte, Cuba, no me verás morir”, pudieran haber parafraseado la poeta Idea Vilariño aquellos primeros emigrantes cubanos sin retorno.
La primera ola de cubanos pensaba en una vuelta temprana a sus pueblos y familias. Lo habían dejado todo atrás, materialmente. No su espíritu. Como en la canción de Chirino, aunque en Miami murieran, su alma se iría volando a una esquinita habanera. Los que hoy sobreviven, adultos entonces, frisan o pasan los ochenta años. Los relatos de entonces contradicen la versión castrista de una emigración rica, recibida con rosas y festines; hablan de magistrados, doctores y hacendados fregando platos, recogiendo tomates, de porteros en hoteles de Miami Beach.
En esos primeros años el antibatistiano tuvo que convivir con el batistiano, el liberal y el conservador con el comunista no fidelista —que los hubo, Microfracción dixit—, el hacendado y el banquero alquilar en el mismo building con el campesino o su empleada doméstica. Del “realismo trágico”: el comandante rebelde que aprobó la orden de fusilamiento, caminando por la misma acera que los hijos y la esposa del fusilado.
Y uno se pregunta: ¿cómo pudo ser? ¿Cómo la venganza, el dolor y el resentimiento dieron paso a la convivencia, no siempre feliz, entre tantas contradicciones existenciales? A casi todos los unía una sola razón y un solo infortunio: adaptarse a una tierra, costumbres y lenguaje que no eran los suyos y esperar… una espera tan larga que se hizo tan tarde como hoy. No hay un exilio mejor que otro sino consecuencias de la escisión cultural e idiosincrática producida por un régimen totalitario como pudo suceder en España, en Rusia o en la Argentina de Videla.
Hubo un exilio cubano con esperanza del regreso, y otro ¿exilio? sin regreso, el actual, que ya nada espera. El exilio primero, de vieja data, es el que se va despidiendo sin pedir permiso. Solo quedan sus ausencias presencias, como fantasmas. La Calle 8 es su pasarela. El exilio de esta hora, presencias sin dolor por las ausencias. La Calle 8 es una avenida más, un atajo para llegar al Down Town, a los rascacielos y restaurantes de Brickell.
Cada cubano que llega esta ciudad tiene mayor desconocimiento de lo que ha sido el Palenque Miamino solo como refugio emocional y nutrición intelectual de más de tres generaciones, sino como reservorio de costumbres cubanas que el castrismo, en su obsesión iconoclasta, ha tratado de borrar a sangre y fuego, lo primero, literal.
La pluralidad de culturas que confluían en Cuba y la hacían suya se trasplantó con éxito a la Calle 8. Evito que desapareciera el tradicional “ajiaco ortizano” de ingredientes criollos, africanos, judíos, haitianos, jamaiquinos, españoles y norteamericanos. En la Isla trataron de “inventar” con ingredientes eslavos. Pero el “sazón” nunca se integró definitivamente al caldero insular. A las nuevas generaciones cubanas ha quedado una “caldosa” aguachenta, desabrida, hecha de lo que aparezca o parezca comestible.
Sin duda, lo que el castrismo ha logrado imponer con éxito es el llamado relato dominante: una sola historia, sin fisuras, de principio a fin. Para que fuera posible han bloqueado —no embargado— todas las historias alternativas. No se permite narrativa que ponga en duda la ‘verdad” comunista. Por esa y otras razones, para los recientes emigrantes cubanos el mundo conocido termina en el muro del malecón y la caldosa cederista es el sumun de la solidaridad nutritiva.
Hoy en Cuba un libro de Nitza Villapol —original, anuncios de El Miño y aceite El Cocinero— puede ser tan “gusano” como un tratado de historia de Leví Marrero, un ensayo de Jorge Mañach, un bolero de Olga Guillot, una “morcilla” de Trespatines. Ellos no existen. Nunca existieron para quienes están atrapados detrás de la llamada Cortina de Bagazo —¡¿Bagazo?! Los que vienen —casi todos nacidos después de Holocausto Involucionario— solo han oído hablar de una falsa república, de un Martí comunista, que al estilo evangélico anunció la venida de un “salvador”, el Difunto, resurrecto, que sigue ordenando y mandando desde y para la Eternidad en la Piedra Reverencial.
Sí, la Calle 8 puede ser polémica. Cuba se aleja y a la vez, permanece. La Cuba de ayer camina por las aceras de la Calle 8, visita las galerías, “da agua al dominó”, viste guayabera de hilo y bebe su “fría” mientras rompe un cubilete en la esquina. Puede que su hora haya pasado. A veces es cursi, fuera de moda, pretensiosa. Pero es una Cuba de fantasmas que se resisten vivir en otro lado que no sea su Isla. Y eso merece respeto, un poco de silencio, aunque para ello haya que parecer que nos hemos acostumbrado a la invisibilidad de la muerte y la enormidad de los olvidos.
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