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Cólera, Epidemias

Los guerreros, el cólera y nuestros vecinos

Una primera conclusión sobre la manera como se produjo la epidemia de cólera en Cuba indicaría condiciones sanitarias deplorables en la zona

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A los dirigentes cubanos les gustan las victorias fulminantes y aplastantes. Y así lo han proclamado al mundo durante cinco décadas. Es cierto que nunca han podido vencer la ineficiencia económica, pero sí lo hicieron militarmente varias veces, desde Girón hasta Cuito Cuanavale. Y acostumbrados como están a dar partes de victorias, el Ministerio de Salud Pública proclamó a fines de agosto que había ganado la guerra al cólera con un saldo final de 417 infectados y tres muertos.

Craso error, porque al vibrio cholerae no se le vence fácilmente, menos aún en campañas fulminantes. El cólera es una enfermedad con baja mortalidad, porque su curación es relativamente sencilla, pero de muy difícil erradicación. Requiere mucho tiempo y muchos cuidados, muchos más de los que las autoridades sanitarias cubanas pudieron brindar. Y por eso el cólera ha regresado a la Isla. O mejor dicho, reapareció, porque nunca se había ido.

Una primera conclusión sobre la manera como se produjo esta epidemia indicaría condiciones sanitarias deplorables en la zona. No porque se haya producido la infección. Lo cual ocurre por razones a veces muy eventuales y sin respetar clases ni status. En República Dominicana, por ejemplo, se infectó un pelotón de millonarios venezolanos que celebraban una boda en Casa de Campo y comieron seviche de pescado infectado. Y aunque ninguno murió, mantuvieron durante varios días los retretes de Caracas bajo ingente asedio.

Tampoco porque hayan muerto tres enfermos, un número muy bajo que indica la prontitud de la atención médica. Pero que se hayan infectado cuatro centenares en tan poco tiempo si de una magnitud que debiera inducir al Gobierno a focalizar las inversiones en la provisión de agua y de condiciones sanitarias en estas regiones que andan entre las más pobres del país.

La otra cuestión es el origen del vibro. En el Caribe no existía el cólera desde hace un siglo. Reapareció en Haití hace un par de años no porque los haitianos en su pobreza lo hayan creado, sino porque las tropas de Naciones Unidas, y en particular un contingente nepalés, lo sembró en el río Artibonito desde sus letrinas mal construidas. Y desde entonces han muerto más de 7 mil personas y enfermado casi 600 mil.

Y desde ahí lo más probable es que acarreado en los intestinos de un internacionalista o de un pez, llegó a Manzanillo. Hasta el momento esto no se ha aclarado, por lo que sospecho que fue un internacionalista.

No sigo con la epidemia, pues no soy médico. Pero creo que este asunto obliga a pensar más seriamente la relación cubana con Haití, tema que he abordado varias veces antes.

La historia del oriente cubano ha estado siempre ligada a Haití. Desde 1900 comenzaron a arribar a nuestro país centenares de miles de braceros haitianos que hicieron posible las grandes zafras de los años 20. Muchos eran trabajadores temporales y se repatriaban cuando terminaban las zafras, pero otros permanecían en territorio nacional. En 1931 el censo contabilizó casi 80 mil. En 1953 —cuando el tráfico se había interrumpido en lo fundamental y muchos se habían acogido a la ciudadanía cubana—, se contaban 28 mil. Los descendientes de estas personas que mantienen un ingrediente cultural ancestral se calculan actualmente en unas 80 mil. La vitalidad cultural haitiana —una de las riquezas mayores de este país—, puede observarse en la región oriental, donde aún las personad de este origen pueblan muchos de los bateyes existentes, y constituyen partes protagónicas de los programas de los inolvidables Festivales del Caribe en Santiago de Cuba.

Estoy seguro que la actual situación demográfica de Cuba pudiera inducir la reactivación de los flujos migratorios. Al mismo tiempo que Haití continúa expulsando población, todo el oriente cubano y sobre todo su lado sur, experimenta un despoblamiento debido a las bajas tasas de crecimiento y a la migración de los orientales cubanos hacia La Habana, al mismo tiempo que los habaneros emigran al sur de la Florida. En toda la Isla la población es muy vieja y se encuentra estancada o en proceso de reducción absoluta.

La isla de Cuba necesita población laboral, sobre todo si continuara el actual proceso de liberalización económica y de privatización de las tierras agrícolas. Es previsible que muchos haitianos pudieran encontrar un estímulo en emigrar hacia Cuba, donde residen muchos miles de personas con ascendencia haitiana, y donde, en particular en la región suroriental, sus costumbres y creencias religiosas no serían nada extrañas.

Esto no nos haría excepcional, pues los haitianos se han dispersado por todo el Caribe, constituyendo fuertes comunidades en República Dominicana, Bahamas, Islas Turcas y Caicos, Guadalupe y Cayena. Y lógicamente en Miami, donde habitan en vecindarios segregados —la segregación habitacional es un dato de esa ciudad—, y en particular en el Pequeño Haití. En todos estos lugares resultan piezas claves de las economías locales.

Por eso, lo que el cólera anuncia es algo más que una epidemia. Es una relación que irá creciendo y que requerirá habilidades especiales para su manejo. No se va a resolver con una batalla fulminante, como esa que supuestamente abatió al vibro que aún nos acecha desde los lodazales de Manzanillo.


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