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Crónicas

Luchadores

¿Quién resuelve más? ¿Los magos de la calle, los trabajadores del sexo o los afortunados de las nuevas tecnologías?

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El luchador, término con el que antes se distinguía a quien luchaba por un ideal, designa en la Cuba de hoy a quienes han revivido viejas profesiones a fin de sobrevivir, meta que para muchos sigue siendo el más sagrado de los ideales.

Entre esas profesiones ocupa un primerísimo lugar la que tiene por ámbito lo que los burócratas amantes del eufemismo llaman "mercado subterráneo". En éste, aun el luchador menos apto, le conseguiría a su cliente, en un abrir y cerrar de ojos, productos que durante meses han estado en falta en las tiendas del Estado.

Hace un año pasaba por mi barrio uno que era miembro del Partido, y con el que, por cierto, el Partido cometió el error de no promoverlo a ministro de Comercio Interior. En horas habría superado el país la escasez sin gastar en importaciones.

"Yo me río del bloqueo", decía él con alegría contagiosa. Y parecía ser cierto.

Leche en polvo, carnes de res, mariscos, pollo, neumáticos de todas las medidas, baterías, telas y pieles para tapizar muebles, embutidos en latas, bebidas de las más exclusivas marcas, pinturas, tejas, aluminio y materiales de construcción en general, medicinas las que fueran, motores de agua y herramientas de ferretería, aparatos de aire acondicionado…

En fin, menos submarinos y armas atómicas, aquel eficiente hombre, siempre al tanto de los precios en el mercado mundial del producto que estuviera negociando, le ponía al cliente en la puerta de la casa, con la mayor discreción, lo que se le pidiera. Hasta un contenedor de jabones de baño le vendió una vez a un hombre, que se hizo rico vendiéndolos al menudeo.

"Pero, ¿cómo lo haces?", le preguntó asombrado alguien, aconsejándole que se cuidara.

"No, no, ¡magia, magia!", replicó el luchador, ofendido. ¡Lo mío es magia!

Con gran éxito también se desempeñan los luchadores del sexo, hembras y varones, oficio igualmente viejo, pero al que en Cuba se le ha añadido un atractivo nuevo. En cierto modo invaluable, aunque el turista lo paga mal. La cultura. Pues, hasta donde tengo noticias, sólo en nuestro país tendría un mejicano con cara de totem o un viejo pinche de cocina español, que a lo mejor no sabe ni poner su nombre, la oportunidad de acostarse por cinco o diez CUC con una muchachita acabada de hacer, que además posee un título universitario.

Lo que cabe en un CD

Otras formas de lucha son nuevas, inéditas, surgidas de la revolución tecnológica en las comunicaciones. Entre ellas, las del telemisor privado, el hombre de empresa cuyos contactos con la policía le permite conocer con anticipación las redadas que por sorpresa serán hechas en el barrio, en busca de antenas satelitales. En algunos barrios, el empresario envía la señal mediante tubos soterrados de acera a acera.

De las grabaciones obtenidas, bien por el telemisor o por el abonado, ha surgido otro mercado, que el saqueo clandestino de internet enriquece a diario: el de los luchadores especializados en telenovelas, películas, canciones, videos de entrevistas y artículos periodísticos.

He visto discos compactos con los dossier de la revista Encuentro, los editoriales de Dagoberto Hernández en la desaparecida Vitral, "Los cien mejores artículos" de Carlos Alberto Montaner, "Periodismo escogido de Vargas Llosa", Obras Completas de Fermín Gabor (con el subtítulo "Tomo I, toda La lengua suelta hasta hoy"), "Poesía y prosa de Raúl Rivero". Además de cuentos y fragmentos de la novelística de Reinaldo Arenas y "150 canciones cantadas por Olguita Guillot".

Este mercado esta siendo uno de los más dinámicos, en un momento en que el del sexo aparece deprimido por la baja del turismo. El de los otros luchadores, los magos, oferta inexplicablemente cada vez menos productos y a precios tan altos como los que fijaban las tiendas del Estado.


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