Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Sociedad

Muerte de bajo perfil

'Le di para matarlo, con una cabilla, y salí corriendo. Pasé tres años encerrada'. Un retrato de la violencia doméstica en Cuba.

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La guerra es hogar adentro, donde la familia se parte en mil pedazos como una porción de confitura.

Ni Sonia ni Clara darían sus verdaderos nombres, pero lo real es que no encuentran más asideros que la propia violencia para huir de la violencia.

La historia de Sonia no puede ser más amarga. Cuando se cansó de las golpizas del amante, lo embistió con una barra de metal macizo, le desfiguró el rostro, le partió el cráneo. Entonces fue llevada a prisión, pero ni así pudo zafarse de las persecuciones. La ley le cayó encima sin mirar sus antecedentes como víctima.

Los estudios psicosociales más avanzados, y menos promocionados en la Isla actualmente, siguen apuntando al hogar como centro de mayor confluencia de violencia, y no a la calle, los centros de estudios ni las prisiones, ya que estas últimas son coto exclusivo del Alto Mando.

Sonia fue secretaria de un dirigente sindical, primero, y luego de un dirigente del gobierno, que son la misma persona, porque él se la llevó a los tres centros de trabajo a donde fue destinado. Tiene tres niños. Por esa época tenía un cuerpo hermoso y, para no entrar en los apremios y formalidades de un matrimonio, siguió llevando la vida de amante hasta que quiso dejarlo y vinieron las primeras amenazas, después las golpizas y luego la huida a medias, porque él sabía dónde ella estaba. Pero las mordazas "morales" que les imponen a los "dirigentes de la Revolución" lo hicieron aguantarse un poco, según Sonia.

Ella también se aguantó un tiempo, hasta el día en que al "dirigente" se le fue la mano. Entonces no esperó más, lo denunció, pero hubo "tapadera" entre la Policía y los mandamases del Partido, y pudo más el miedo que tenía.

"Le rocié alcohol, lo tuve a punto, pero se despertó y se armó la grande. En medio del susto se animó y empezó a darme, pero se metieron los vecinos y la cosa no pasó a mayores", cuenta Sonia.

En el silencio de los hogares

Las justificaciones, miedos y otros muros de contención varían según la víctima. De diez mujeres consultadas por CUBAENCUENTRO.com acerca de la violencia doméstica, ocho dijeron sentirse culpables de la situación que han vivido. Por no "parar" a tiempo, otras creen firmemente haber provocado los actos violentos en que se han visto envueltas, y sólo dos creen que contuvieron de alguna manera a sus agresores.

La misma Sonia dice que en numerosas oportunidades discutió algo "acalorada" con su amante debido a su estado de embriaguez. "Si de todas maneras otros matrimonios lo soportan y no pasa nada", comenta la mujer, quien agrega que las veces en que dejó pasar el incidente, a los pocos días aparecían los visos de reconquista, regalos, refinamientos en el modo de acercarse a ella, lo que, de todos modos, disfrutaba un poco.

Entre los maltratos más comunes y menos tenidos en cuenta, están los gritos, impedir que usen determinada ropa, negativas a las visitas a familiares o amigos. En segundo orden, más visibles, los empujones, las palabras obscenas y, como clímax, las golpizas.

Ninguna de las diez mujeres entrevistadas dijo pensar que su esposo (o amante) era un desequilibrado mental. Sólo Sonia y Clara sopesaron alguna vez consultar a un facultativo como medida para salvar sus "relaciones".

En la mayoría de los casos en la Isla, la violencia doméstica se vincula directamente con el alcohol, residir en asentamientos marginales o pertenecer a un bajo estatus social (ex convictos y vagos habituales). La generalidad es que la sociedad no tenga en cuenta a aquellos que en el silencio de los hogares golpean a sus madres, hijos y mujeres, y la prensa oficial sólo publica los combates verbales con el "enemigo" y "sus lacayos", y no deja resquicio para las miles y miles de historias que quedan sepultadas bajo el fardo del miedo.

La disfuncionalidad familiar no es como un cuento de Hemingway, donde sólo se ve la punta del iceberg. El hecho violento no comienza con la paliza o el cocotazo. Probado está que tras los primeros gritos al niño, vienen las prohibiciones, y con la impotencia del "hombre de la casa", llegan historias como las de Sonia.

"Le di para matarlo, con una cabilla, y salí corriendo. Pasé mis tres años encerrada, con los ojos cerrados, fue como si el tiempo no hubiera pasado. Cada mañana me levanto a defenderme sin que me estén atacando, ese es el precio; pero cierro otra vez los ojos y me digo que tengo que seguir", relata Sonia.

Todavía están sin publicar los datos de suicidios y asesinatos en relaciones de pareja ocurridos desde finales de los años setenta a los ochenta del pasado siglo.

Clara apenas habló. "No sea peor el remedio que la enfermedad", dijo.


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