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Represión

Nochebuena con candado chino

Los integrantes del Grupo de los 75 pasan encerrados su cuarta navidad, por voluntad de una dictadura que parece que va a entrar en la última.

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A las cinco de la mañana del día 24 de diciembre del 2003, con el arrullo del Concierto Número Uno para Llave y Cerrojo de un compositor cubano de música concreta, pasó el pasillero con la cabeza envuelta en una toalla oscura y gritó frente a mi celda de castigo: "Vaya que esta noche es Nochebuena y no tenemos lechón, pero el agua caliente ya está aquí".

Así regresé directo desde un sueño en La Habana a Canaleta, a bordo de mi litera de latón para llegar a tiempo al desayuno (agua con azúcar sin pan) que la Dirección General de Prisiones dispensa con puntualidad avileña, unos minutos antes del recuento de prisioneros. Ellos comienzan su sesión de aseo personal con dos buches de agua del tiempo contaminada y retoman las historias de todos los días, con disciplina, sin variantes notables, para no coger fama de mentirosos.

Pero esta mañana no. Hoy las historias van por otros caminos porque la gente regresa desde el amanecer a las mesas de las familias, a las casas donde cenaron por última vez en libertad, entre la gente querida y las novias y las mujeres que esperan, o se fueron ya, porque es mucho tiempo sin silla ni taburete frente al plato y muchas noches de almohadas vacías.

Frente a mi está Edemir Torres Sifontes. Condenado a muerte por asesinato y a la espera del viaje al paredón desde hace cinco años. "¿Qué pasa puro, cómo amaneciste?". "Preso", le digo, y él me dice: "Yo también, compadre, ni por ser el día que es hoy esta cueva cambia". Y no habla más.

Ariel Sigler Amaya, en la primera celda a mi izquierda, es el que dice que va a pintar su casa de Matanzas, el patio con su madre y sus hermanos y su perro. "Los voy a pintar como si estuvieran cenando ya por la tardecita y me voy a poner una silla para mi y otras para los dos hermanos míos que están presos también".

"Pinta al viejo también que aunque murió hace tiempo, le va a gustar estar con todos ustedes en ese patio, en ese cuadro".

"Sí, coño", dice Ariel. "A él también".

En la otra celda Pedro Pablo Álvarez canta un bolero. No encuentra bien la melodía, pero a mi me emociona cuando dice que más fuerte que el dolor se aferra aquel amor como hiedra. "¿Te acuerdas, mi hermano, los sábados de La Habana?".

Y más allá, en las otras celdas lejanas, en el mismo pasillo, pero aisladas y oscuras, adivino a Marcelo Cano frente a un libro de medicina; a Julio Valdés enfermo, muy enfermo y con sus libros de historia y de religión; a Alejandro Gonzáles Raga, en las sombras, en una plática contenida con las musarañas; a Horacio Piña, perdido en la redacción de una carta de amor con este encabezamiento desconcertante: A quien pueda interesar.

Al final, Luis Milán, en su soneto número 257 para Lisandra, con la obsesión de mantener habitable el closet con plancha de hierro hasta en la puerta donde cumple su condena por tratar de ser libre.

Así recuerdo ahora los minutos iniciales de nuestra primera nochebuena en la cárcel. Julio Valdés está enfermo, pero libre en Miami. Yo firmo esta nota en Madrid. Y todos los otros estarán en celdas similares, con amaneceres iguales o peores en su cuarta nochebuena, su cuarta navidad solos, enfermos y en peligro, por voluntad de una dictadura que parece que va a entrar en la última.