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Conquistadores, Leyenda Negra, Indios

Otra vez sobre los aborígenes cubanos*

Tanto en el Archivo Nacional de Cuba como en el de Indias, deben existir cientos, quizás miles de legajos, que reflejen la presencia de los aborígenes cubanos en litigios judiciales

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History is indeed an argument without end.
That is why it is so much fun.
Arthur Schlesinger

Confieso que siempre me produjo profundas dudas el aceptado “hecho” de la total, o casi total, extinción de los aborígenes en Cuba. Me preguntaba: ¿Qué armas de exterminio masivo utilizaron esos malvados conquistadores?

Las frecuentes y admitidas explicaciones incluían: las enfermedades traídas por los europeos y para las cuales no estaban preparados los vírgenes sistemas inmunológico de los aborígenes; las hambrunas provocadas por el abandono de los cultivos ya que los aborígenes se vieron obligados al lavado de oro en los ríos; los maltratos y el exceso de trabajo en personas no acostumbradas a tan agobiantes tareas; los suicidios, más o menos masivos, que diezmaron la población; y más o menos otros dos o tres razonamientos que, francamente, nunca me convencieron del todo. Con el correr del tiempo aparecieron otros elementos: el bajo índice de fertilidad y natalidad, fenómeno que ocurre, sin una explicación convincente, en los grupos humanos y sociedades expuestas a situaciones extremas y junto con ello el también terriblemente bajo índice de supervivencia de los nacidos vivos.

Sin lugar a dudas que todos esos factores, o casi todos ya que algunos de ellos son de escaso valor explicativo, tomados por separados o en su conjunto, ejercieron una negativa influencia en la demografía de los aborígenes y de seguro que sus consecuencias fueron la de diezmar catastróficamente la población indígena. Pero los ejemplos históricos de otros muchos lugares en la América y el resto del mundo colonial no confirman esos resultados apocalípticos, ese genocidio total aceptado sin ningún recelo por los historiadores, la “leyenda negra” admitida y mantenida, sin el menor análisis.

No vamos a entrar aquí en la valoración del posible monto de la población aborigen a la llegada del conquistador, las cifras que se señalan van desde cantidades ridículamente pequeñas hasta las exageraciones más fantásticas. Y lo mejor del caso es que ninguna de ellas tiene fundamento alguno de su indiscutible e irreprochable realidad demográfica o estadística. En general parten de presupuestos sin un sostén comprobable o de noticias de cronistas de la época que en nada pueden ser dignos de créditos en cuanto a estos avatares, todos ellos tenían un interés, u otro, en las cifras que brindan.

Obviemos por tanto cualquier análisis demográfico y centrémonos en los documentos que abordan la presencia aborigen mucho más allá del siglo XVII, si hacemos esto qué encontraremos, pues múltiples referencias a una población aborigen indeterminada numéricamente, pero existente y persistente; que lo mismo hacían guardia en el Morro habanero, que servían de mensajeros entre Santiago de Cuba y Bayamo; que cultivaban y realizaban monterías en las tierras otorgadas “graciosamente” por el Cabildo; y, que se casaban, se morían, nacían y se bautizaban en la iglesia de Managua, y seguramente en otras parroquias del país, particularmente en la región oriental.

El último dato de bautismo que encontramos está fechado en 1782, pero el haber tenido que interrumpir la búsqueda en los libros de la parroquia nos dejó con la duda, o quizás, por mejor decir, con la certeza de que en años posteriores debieron aparecer más asientos, si no de bautismos, por lo menos de enterramientos, lo cual es puramente lógico.[1]

Tanto en el Archivo Nacional de Cuba, como en el de Indias, existen cientos, quizás miles de legajos, que reflejan la presencia de los aborígenes cubanos en múltiples y variadas demandas, litigios y procesos jurídicos. Es casi seguro que en los archivos eclesiásticos de Guanabacoa, y en especial de la región oriental existente una gran riqueza informativa sobre esta presencia.

Por otra parte, la asimilación cultural de los elementos aborígenes, si bien fueron relativamente pocos, fundamentalmente los referidos a la adaptación y utilización del medio, los elementos toponímicos, y el vocabulario para denominar la nueva realidad con la cual se enfrentaron los colonizadores, no se realizó, esta asimilación, solo en los siglos XVI-XVII, sino que en mi opinión continuo a lo largo del XVIII y quizás incluso en el XIX.

Un par de evidencias indirectas me llevan a expresar estos criterios, y ellas están relacionadas con elementos religiosos netamente cubanos:

  • La presencia de un indio en el “milagroso” descubrimiento de la Virgen del Cobre.
  • La presencia del “indio” en los ritos y cultos sincréticos y el uso del tabaco en los mismos.

El primer aspecto no requiere de mucho análisis, la Virgen aparece para los humildes, este fenómeno que queda enmarcado en época y doctrinariamente en una explosión del culto mariano que se produce en América por esos años y que deja en formas materializadas las imágenes de las futuras patronas marianas de nuestros países. La selección de un indio en Cuba, lo cual no sería de extrañar en otros lugares como México, nos dice que la presencia aborigen no es atípica ni mínima, sino común y con un cierto peso relativo como representante de los humildes que buscan en la Virgen un bondadoso intercesor con Dios.

En el segundo aspecto quizás debo argumentar un tanto más: el “indio” es un personaje mítico que aparece en las sesiones espiritistas y toma posesión en competencia con el “congo” de los médium. En otros ritos sincréticos de raíces yoruba, lucumí o conga, el “indio” también desempeña un rol de importancia. Al igual que los cantos de cordón de ciertos grupos espiritistas del oriente cubanos, que se consideran, por algunos etnógrafos, sucesores de los areitos.

Pero el “indio” que queda resemblado en la iconografía al uso, generalmente en yeso, y que tiene poderes tales como los de espantar los malos espíritus, o servir de amuleto, es un indio de Norteamérica, más concretamente un jefe tribal de las tribus de las praderas, cazador de bisontes, con su penacho de plumas multicolores.

Esa es la imagen icónica y falsa del “shaman” o “behique” cubano que entró en relación espiritual, y material, con sus homólogos africanos que llegaron como esclavos portando sus creencias animistas y se vieron obligados a asimilar una nueva realidad, con elementos no existente en sus tierras africanas, y por tanto ajenos a sus concepciones espirituales. La ciguaraya, la ceiba, y el tabaco por solo mencionar algunos fueron nuevos elementos en lo físico que trascendieron a componentes rituales.

El tabaco era utilizado con fines mágicos y curativos por los aborígenes, era de una especie rustica de poderes más embriagantes que las que hoy se cultivan; el africano incorporó el tabaco como ofrenda y también como sujeto de sus rituales, el estado de exaltación, el poder mágico del humo del tabaco fue un elemento nuevo y poderoso que quedó incorporado en los cultos sincrético.

Todo este proceso de transculturación y asimilación ocurrió fundamentalmente en el occidente de país, y evidentemente ello tenía que tener un soporte material: el intercambio cultural y místico entre los sacerdotes, o por lo menos conocedores, de tan diferentes creencias mágico-religiosas. Este intercambio, esta interconexión, que culminó con el enriquecimiento de una tradición y la desaparición de la asimilada, no se produjo, no pudo producirse, de forma casual y esporádica.

El propio contenido de estos intercambios, llenos de matices de graves y profundos significados sobrenaturales requirió de una continuidad y persistencia temporal y espacial. No se cambian las creencias, no se modifican los conjuros, no se asumen nuevos símbolos mágicos y nuevos elementos del culto en unos pocos años.

Todo este proceso requiere tiempo de asimilación, de interpretación, de incorporación y cohesión en el cuerpo doctrinal, y por último de aceptación por los creyentes que por regla tienden a rechazar todos aquellos aspectos que no se ajustan a las tradiciones ancestrales, que son las aceptadas y refrendadas por el tiempo.

Conclusión: estoy totalmente convencido de que el “indio”, el aborigen cubano, fue un elemento demográfico persistente hasta por lo menos los inicios del siglo XIX. El aborigen no desapareció físicamente sino como entidad cultural autónoma, se mantuvo como realidad física y persistió como elemento cultural integrado dentro de lo que hoy definimos como el ser cubano.

¿Qué y cómo ocurrió esto? En primer término, a diferencia de otros lugares de América, los aborígenes asimilaron la cultura material y espiritual española y quedaron prácticamente inmersos en la población conquistadora. Guanabacoa fue por muy breve tiempo un enclave aborigen puro, por otra parte las relaciones consensuales entre españoles e indígenas, también hubo indígenas del sexo masculino y españolas amancebados, realizo su labor de mestizaje, diluyendo los componentes indígenas en la sociedad.

La burocracia española[2] también desempeñó su papel al hacer desaparecer patronímicos, nombres clánicos, etc.: los aborígenes eran Pedro, José, María y sus apellidos, suponemos que aquellos que le dio la gana al escribano asentar. Parecido fenómeno ocurrió con los esclavos que inicialmente eran Pedro congo, o Juan angola, y después recibieron el apellido de sus dueños, ya en el siglo XIX los chinos recibieron similar tratamiento, no había escribano con ganas, ni quizás con posibilidades, de anotar los nombres chinos y en Cuba pasaron a ser Francisco, Miguel, etc.

Pero, en mi opinión, el factor de más peso en el mantenimiento de la “leyenda negra” y en la insistencia en mantener inconmovible el postulado del total exterminio de la población aborigen fue el del interés económico, tanto de los propios españoles, como de los criollos.

Las Leyes de Indias, dentro del amplio marco humanista en que fueron redactadas, daban a los indios tierras, protección y muchas otras ventajas, que de desaparecer los indios todas ellas desaparecían por innecesarias y obsoletas. Esa, en mi opinión, fue la intención: si no hay indios pues entonces no hay mercedes de tierras para ellos.

Como ya hemos mencionado más arriba, en los archivos tanto cubanos como españoles está recogida la historia de este largo y penoso proceso de expropiación de los “fantasmales” indígenas cubanos, el despojo está suficientemente documentado y registrado.

Levi Marrero aborda este asunto con cierta timidez en el tomo 3 de su obra Cuba: Economía y Sociedad, en donde incluso comete un error de interpretación en cuanto al hato Río Bayamo[3], señalando que las tierras mercedadas a los aborígenes eran las que quedaban entre el hato, que él dice es un corral, y los colindantes. Estos dos errores los rectifica, sin mencionarlo explícitamente, en los tomos posteriores.[4] Marrero acuña el término de “indocubanos residuales” que no resulta de mi total agrado ya que encierra cierta connotación peyorativa, pero aborda el tema con amplitud e insistentemente en varios de los tomos de su enciclopédica obra.[5] El tratamiento de este asunto por Marrero, sin considerar sus otros aportes, es de suma importancia.

En Cuba, en la actualidad, aunque no lo admitan explícitamente, es evidente que la lectura de la obra de Marrero ha llevado a que historiadores como Hernán Venegas mencionen con reticencia que:

“De paso estamos criticando la tesis generalizada en nuestra historiografía acerca de la supuesta desaparición de la inmensa mayoría de la población indígena, fenómeno cierto, pero no absoluto.”[6]

Pienso que este asunto de la presencia aborigen en el territorio es uno de los aspectos de mayor interés en la investigación que realizamos, y sobre el cual aportamos evidencias que niegan el exterminio total de la población aborigen y proponemos una explicación a esta mixtificación de proporciones colosales.

No me gustaría terminar este, ya largo, Anexo sin recordar una experiencia personal: a mediados de los años 70 recibí varias invitaciones para visitar diferentes localidades en Oriente, acepté dos, una en Santiago de Cuba, que ya había visitado en varias ocasiones pero como estábamos en julio época en que el ron corre, o corría, a mares por la Trocha, entonces…; la otra en Baracoa, zona para mi totalmente desconocida, más aún que no era en la propia Ciudad Primada sino en la montañas de su cercanía.

Al segundo día de estar en el sitio, recorriendo cacahuales, y admirando los ceibos y caobos de una naturaleza aún poco afectada por la mano del hombre, decidimos, mi hospitalario amigo y yo, ir a visitar quizás el único zoológico privado que existía en Cuba y ver una reciente adquisición: un almiquí, que el entusiasta y aficionado zoólogo, propietario de la colección, había encontrado en sus excursiones por el lomerío.

Después de tan eruditas ocupaciones decidimos ir a bañarnos a un río cercano, faltando poco metros para llegar a la cima del paso, que nos conduciría al abra del río, empezamos a oír como un ronroneo, una especie de melodía rítmica y repetitiva, no una salmodia, sino un fraseo de voces femeninas en tono bajo y un golpeteo sordo y continuo. Mi amigo me dijo: “Hay mujeres lavando”. Al llegar a la cima el espectáculo me sorprendió por lo inusitado: 5 o 6 muchachas jóvenes de tez cobriza, de largas y negras cabelleras y rasgos claramente indígenas estaban con sueltos vestidos de lienzo o algodón, que no lo sé, lavando a la usanza de la zona, con una paleta golpeaban la ropa que estaba sobre una piedra lisa. El espectáculo me resultó sorprendente, para mí fue como algo sacado de una máquina del tiempo, eran “indias” prácticamente desnudas lavando y cantando en el río en medio de una foresta similar a la que debió encontrar el conquistador.

Las muchachas nada ingenuas se rieron al vernos, pero protegieron sus desnudeces y salieron del río con cierto recogimiento, que mi amigo declaró que era pena y pudor por haber sido sorprendidas en tal faena y presencia. Nos movimos hacia las fuentes del río y al rato, ya con ellas fuera del alcance de la vista, nos metimos a bañarnos en las frías y cristalinas aguas.

Claro que esto no demuestra nada en relación con el asunto, pero para mí fue tan deslumbrante la imagen, en su bucólica, y edénica realidad que aún la conservo con alucinante claridad.


* Estas notas están tomadas de mi libro Incidencias, coincidencias y disidencias de un historiador.

[1] El trabajo con los registros en la iglesia de Managua fue difícil en grado sumo por varias razones, primero el mal estados de los registros, segundo la resistencia pasiva del párroco que me limitaba en el tiempo de búsqueda de información y finalmente el traslado hasta Managua en medio de lo que se llamó ‘período especial’.

[2] La burocracia española se distinguía por su tozudez, y lentitud; los ingleses tenían un refrán: “que la muerte me venga de España”, queriendo decir con ello que así nunca le llegaría. La actual burocracia cubana es una digna heredera de tan rancias tradiciones.

[3] Quizás la primera referencia al hato Río Bayamo publicada en Cuba fue la que yo hice en un trabajo de divulgación que apareció en la revista Bohemia del 11 de diciembre de 1992 con el título: “Fantasmas Coloniales en las Provincias Habaneras”, en este artículo yo abordaba lo que juzgué oportuno llamar ‘relictos’ de las mercedes de hatos y corrales en la topografía de la región, y como ilustración aparece un mapa con esos relictos y entre ellos está el del hato Río Bayamo.

[4] Por ejemplo, en el tomo 6 pág. 146, señala que “El centro de la hacienda Río Bayamo, cuya propiedad reconoció reiteradamente la Corona a los naturales de Guanabacoa, apare­ce hacia el centro del mapa, señalado con el número 1 y rodeado por las tierras que varios vecinos pretendían eran realengas.” En el tomo 10 pág. 77 “El círculo mayor -cuyo límite aparece señalado parcialmente— corresponde a las tierras de Río Bayamo —6 leguas de diámetro— latifundio gigantesco reservado originalmente para los indios de Guanabacoa, por merced especial, y quienes lo irían perdiendo a manos de leguleyos, mediante ventas y a medida que sus derechos eran diluidos por su pérdida de identidad como naturales.” El subrayado es mío ya que en esa frase se delinea claramente el fenómeno que ocurrió, aunque no determina las causas, que yo considero económicas, concretamente el avance de la sacarocracia sobre esas fértiles tierras.

[5] Solo pude tener acceso completo a esta obra en la Biblioteca “John F. Kennedy” de Hialeah, Florida, ya que en Cuba, en la Biblioteca Nacional, donde decían que existía, era inaccesible a los simples mortales, como era mi caso. Pude consultar unos pocos tomos en la Biblioteca del Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana, pero allí estaban incompletos, si no mal recuerdo solo poseían unos 4 o 5. En esta Biblioteca pude trabajar algunas semanas gracias a la gestión de un padre de los RRPP Pasionistas de la Víbora que, siendo amigo de la familia de mi esposa, visitaba mi casa en ocasiones, con fines puramente amistosos, nada ecuménico, y jamás aceptaba ni un vaso de agua a pesar de los múltiples reclamos que le hacíamos. Este padre, de origen español, de Navarra, impartía la asignatura de Patrística en el Seminario y me introdujo con el Rector de tan benemérita institución, este, para ser franco, me permitió con bastante renuencia el uso de la Biblioteca, con un horario muy limitado, de 10AM a 12M, ya que según él era muy usada por los seminaristas y mi presencia, quizás algo diabólica, podía afectar la concentración en sus estudios.

De cualquier forma, desde aquí extiendo mi agradecimiento al Rector, y muy especialmente al padre Pasionista, bondadoso, cordial, de una simpatía y vitalidad que recuerdo con sumo agrado.

[6] Ciudad y región en Cuba. Una perspectiva histórica por Hernán Venegas Delgado Ponencia presentada en la Mesa “La Ciudad: escenarios múltiples, desigualdad social, diferenciación cultural y subjetividad”, del Taller “Sociedad Compleja”, desarrollado entre los días 9 y 11 de diciembre del 2003 en La Habana.


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