Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Encrucijada, Parque, Santa Clara

Para en verdad alterar el «orden público»

La idea de desbaratar medio pueblo en Encrucijada, para extender la Plaza Abel Santamaría, quedó como otros tantos planes “revolucionarios”: en polvo y miseria

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El siguiente trabajo había sido desechado por mí desde más o menos finales julio, principios de agosto. Formaba parte de un tipo de periodismo a lo Enrique de la Osa al que ni la prudencia en un país como el mío, ni cierta repugnancia mía por la “chismografía”, me aconsejaban echar mano. No obstante, el reciente intento de la Seguridad del Estado de obligarme a cooperar amenazándome con el aquello de que a mi esposa “podía pasarle algo”, al volver de un reciente viaje a Brasil en que participó de unos encuentros de la sociedad civil cristiana, y sobre todo su bien conseguido propósito de aterrar a mi madre, de 77 años, enferma del corazón y que sobrevive al suicidio de su otro hijo, mi hermano Jorge Luís Barrenechea, me liberan de escrúpulos. Al interactuar con las autoridades políticas de este país y sus esbirros del G-2 no se trata con caballeros, sino con el peor y más bajo elemento. A fin de cuentas, por lo tanto, no hay que guardar ninguna consideración con ellos.

No sé si todavía será así, pero allá por febrero de 2013 al primer secretario del PCC en Villa Clara se lo llamaba, en los ámbitos gubernamentales habaneros, “Julito Parquesito” (el compañero Julio Lima Corzo). Claro está que por su desmedida preocupación porque el Parque Vidal de Santa Clara, la vitrina de la provincia, luciera de modo que los visitantes se llevaran una imagen de esta, y de la labor de su primer secretario, lo más conveniente posible.

Que el resto de la provincia retrocediera bajo su “gobierno”, desde por ejemplo la posición de ciudad más limpia del país, que Santa Clara ostentó durante los noventas y principios del nuevo milenio, no importaba. La basura podía ahogar a los vecinos del reparto José Martí, pero en el parque de Julito no: para ello una de las primeras medidas de este redondeado personaje fue comisionar todo un ejército de barrenderos solo para el centro de la ciudad.

El problema, sin embargo, es que Julito, cuyo único mérito es pertenecer a un clan familiar valido de Machado Ventura, ha dado ahora en la megalomanía. Así, ya parece no bastarle con el Parque Vidal, y por ello ha emprendido un extenso, y costoso, programa de obras públicas a través de toda Villa Clara[i]. Asistimos de este modo al desbarate de parques, mercados y otros sitios públicos, para su reconstrucción posterior. Solo que, en tal operación, los encargados de la misma, dignos émulos de su jefe, que fue quién a fin de cuentas los seleccionó, o por lo menos mantuvo en sus cargos, suelen dejar las cosas peor…

Buen ejemplo de lo anterior es el parque principal de Encrucijada. Un mal día los encrucijadenses amanecieron con la imagen de una motoniveladora tumbando asientos y matas en él. Todo bajo la mirada de las Máximas Autoridades del municipio. Entiéndase, la anodina compañera primera secretaria del PCC y el compañero presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular. Por cierto, que de este último no termino de entender por qué los guasones del municipio insisten en decirme que es descendiente del general Alemán, patriota calabaceño, que dejó por allá por La Habana a un vástago suyo, que llegó a ministro de educación del segundo gobierno de Grau San Martín. Quizás sea, pienso yo, porque confunden a aquel general independentista, José Braulio Alemán, con “Chuchú” Monteagudo, otro general de nuestra última guerra de independencia, pero este nacido en Santa Clara. En todo caso no me canso de aclararles a tan mal informados vecinos que nuestro actual presidente municipal no tiene ninguna relación con ninguno de los dos.

La idea era desbaratar medio pueblo para extender la Plaza Abel Santamaría hasta casi los 200 metros de largo. Todo para preparar las condiciones para celebrar el 90 aniversario del nacimiento del mártir revolucionario, en que se espera la asistencia de alguien “grande de La Habana”. Mas, como resultan las cosas cuando personajes semejantes a los hasta ahora descritos andan al mando, poco después del alegre y para nada reflexionado desbarate, aparecieron las primeras dificultades. Militantes de base del PCC hicieron llegar sus quejas por lo disparatado de lo hecho, y más que nada por lo por hacer: echar abajo una pescadería, unos baños públicos y hasta reubicar una tienda, para lo que hubo que emprender además otras destrucciones, ahora de un mercado agropecuario. Todo lo cual en tiempos en que los materiales de construcción no abundan, y en que más de medio país habita en condiciones no muy presentables, no se justificaba para los tales militantes. Pero lo que vino a ponerle la tapa al pomo fue el imprevisto —para nada imprevisto bajo un régimen como el raulato—, de que, si en un primer momento desde las instancias superiores al parecer habían prometido villas y castillos, o al menos así lo habían interpretado los cuadros del municipio, en la práctica solo comenzaban a llegar bohíos.

En esta situación la faraónica obra debió rebajar sus humos. Por lo que para cuando se comenzó la reconstrucción del parque los vecinos no tardaron en descubrir que no habría cambios que justificaran el desbarate anterior. Ni se podría alargar la plaza, ya que los edificios de la pescadería, la tienda o los baños quedarían en pie, ni en general habría cambios significativos con respecto al anterior diseño. Pero sobre todo estaba el hecho de que por la sombra que por años habían dejado los árboles derribados habría que esperar ahora al menos una década. O sea, el tiempo que tardarían los nuevos, trasplantados todavía con tamaño de arbusto, para crecer hasta la altura y frondosidad correspondiente. En el único lugar donde los encrucijadenses y nuestros visitantes esperamos, durante indeterminados periodos de tiempo, para conseguir abordar la mayor parte del transporte que sale de este pueblo.

Se imaginará que la opinión pública, aunque por supuesto expresada a sottovoce, que para algo por ahí anda muy atento en su jeep el compañero mayor Marantes (en definitiva, para que no haya opinión pública, ni consiguientemente control popular), no pueda ser más negativa sobre las “obras”. Y es que como las mismas han estado a la vista de todos, en lugar céntrico, el pueblo ha llegado a enterarse de que algunas partes del proyecto desgraciadamente debieron prescindir de cabillas en sus bases, no se sabe si por sabotaje contrarrevolucionario o por desvío de recursos.

En todo caso esta situación no es nueva en Encrucijada. Poco después de triunfar la Revolución, uno de aquellos designados comisionados municipales, que vinieron a sustituir a los electos alcaldes, decidió que había que construir un hotel “más mejor entodavía” que el que ya tenía el pueblo. El paso siguiente fue entrarle a mandarria. Por desgracia una amenaza de invasión imperialista, una zafra o vaya a saberse que contingencia, revolucionaria, obligaron a dejar en pie el cascarón del edificio, que en su momento fue uno de los mejores hoteles de Las Villas. Más de cincuenta años después ese cascarón del Hotel Alvaré sigue en pie en medio de Encrucijada, como un monumento silencioso.

Mucho tememos los encrucijadenses que algo semejante ocurra con el nuevo parque.


[i] Las malas lenguas del medio periodístico afirman que el inicio de todo este programa de desbarate y reconstrucción, pero con la mitad del cemento correspondiente, se originó a resultas de una queja del primer secretario del PCC de Santiago de Cuba. Este habría puesto en dudas la decisión de las autoridades habaneras correspondientes de que Villa Clara resultara seleccionada como la provincia más destacada en cuanto al estado y funcionamiento de sus mercados agropecuarios. La respuesta de los valedores habaneros de nuestro primer secretario fue instarlo a comenzar las reconstrucciones correspondientes, antes de que ellos mismos enviaran la comisión correspondiente a analizar la validez o no de la queja.


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