Perseverancia u obstinación
A 60 años de distancia la gerontocracia soberbia, si alguna vez luchó por algo, ahora lucha contra todo
En La Habana existe una calle llamada Perseverancia, está en la semi-bombardeada Centro Habana, exactamente se encuentra entre Lealtad y Campanario; es una calle corta, comienza en el Malecón atraviesa San Lázaro, Lagunas, Ánimas, Virtudes, Concordia y muere en Neptuno, coincidencias, comienza prácticamente en el mar y muere a los pies del dios griego de todos los piélagos.
Esa calle es toda una profecía, o una abstrusa premonición, nos indica que la perseverancia está entre la lealtad a algo, o a alguien, y un campanario que repicará llamando a los fieles, ¿de qué?, de aquello a lo que le debemos lealtad. Al atravesar San Lázaro o Babalú-Aye, ese orisha yoruba curador de enfermedades que mueve procesiones de penitentes hasta el Rincón en el sur de la Habana, su santuario cubano que nada tiene que ver con el obispo católico, que también mueve, no solo a cubanos o descendientes, a esa sucursal que sin licencia papal se encuentra en Hialeah.
De allí atravesamos las lagunas y marismas que aun existían en el siglo XVIII en esa zona que fuera extramuros, y volvemos a las aguas, a esas que nos separan y a la vez nos une, y donde tantos han dejado sus vidas en una perseverante búsqueda de lo que en su patria no encuentran y en ánimas de un interminable purgatorio se habían convertido.
Pasemos sobre las virtudes, que pocas ya quedan, para llegar a una concordia que solo con algún milagro quizá se pueda alcanzar, para ello saltaremos sobre montículos de escombros y residuos variados que se acumulan por semanas en espera también de algún otro milagro, tendremos que esquivar a niños y jóvenes, y más de un adulto, que toman las calle como zona lúdica, ya que el Parque Maceo[1] , a pocas cuadras, les está vedado por un muro y un enrejado.
Y así llegamos al final de Perseverancia, el recorrido ha sido breve y sin necesidad de ningún Virgilio, ni tan siquiera Piñera, hemos recorrido, más que círculos, rectángulos de manzanas donde habitan muchos que aún perseveran y también otros que ya no tanto.
La perseverancia es una condición ‘per se’ positiva, es optimista, es la búsqueda de una meta de un objetivo más o menos cercano o lejano, sus sinonimias incluyen la constancia; entereza; tenacidad; firmeza, paciencia; y el tesón, pero lleva en si misma una condición degradante: el tiempo. Cuando la perseverancia se prolonga más allá de su propio valor, de su positividad, pasa a ser una obstinación.
Y la obstinación, aparente heredera de la perseverancia, ya no es una condición positiva es su contrario, es negativa y estéril, no deja frutos, y se refleja en porfía; terquedad; insistencia; intransigencia; y fanatismo y conlleva el tedio, la apatía, la pérdida de valores y fatalmente a la autofagia, ese proceso en que devorándose a si misma se reproduce cada vez más infructuosa.
A 60 años de distancia la gerontocracia soberbia, si alguna vez luchó por algo, ahora lucha contra todo, no hay metas ni hay esperanzas, y menos sosiego y prudencia, es la consagración de la mediocridad y el desespero, la impotencia de las formas sin contenido. ¿A dónde van, que buscan? Es la apoteosis de la vacuidad, del sin sentido, la búsqueda de unas paralelas que se encontrarán en el infinito, y desgraciadamente un pueblo que alguna vez fue obnubilado ahora se encuentra irremediablemente sin un destino.
[1] En el terreno de lo que fuese la Batería de la Reina, una de las que defendían La Habana, durante la colonia, la República (con mayúscula) rindió homenaje a Antonio Maceo con un bello parque y una estatua de bronce obra del escultor italiano Domenico Boni que hoy hay que admirar de lejos, a cien años de su inauguración el 20 de mayo de 1916.
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