Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Sociedad

Por una verdadera pelota libre

Si la calidad no es sólo patrimonio exclusivo del béisbol bien pagado, el amor a la bandera y el orgullo nacional tampoco lo son del Estado.

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A propósito de las emociones provocadas por el primer Clásico Mundial de Béisbol, celebrado en varias ciudades de América y Asia desde el 3 al 20 de marzo y en el que la selección de Cuba obtuvo un, para muchos, inesperado segundo lugar, un amigo —conocedor de mi predilección por este centenario y complejo deporte, y muchas veces testigo de la euforia, satisfacción y orgullo que me provocan los triunfos de los cubanos en los más encumbrados escenarios de esta disciplina— mostraba su asombro al ver que los éxitos del elenco no me entusiasmaban.

Para explicarle, recordé que cuando a principios de los años sesenta el gobierno revolucionario suprimió el deporte profesional y se apropió del pasatiempo nacional —como de todo lo demás—, Fidel Castro describió el proceso proclamando la "victoria de la pelota libre sobre la pelota esclava".

No hay que ser muy aguzado ni conocedor para discernir que en la visión del máximo líder "la pelota esclava" es aquella en que los atletas deciden cuándo y dónde competir de acuerdo con su talento y capacidades y que les permite obtener considerables beneficios económicos, así como la admiración y reconocimiento del gran público.

"La pelota libre" es la que, como todo lo demás en Cuba, es dirigida y controlada desde arriba para que los éxitos y logros sean atribuidos invariablemente al poder, y los fracasos y deficiencias se diluyan en manipulaciones y justificaciones sin cuestionamientos ni crítica.

En su comparación, Castro, una vez más, confundió los conceptos y las esencias. Lo que llamó pelota esclava debe calificarse en realidad como pelota asalariada: los jugadores establecen con los promotores contratos legal y jurídicamente fundamentados para obtener jugosas ganancias por sus performances atléticos. Prueba de que el béisbol rentado está muy lejos de ser esclavo es que en las Ligas Mayores de Estados Unidos existe un poderoso sindicato de jugadores y que estos han protagonizado varias sonadas huelgas en defensa de sus derechos. Por cierto, en la última intervino el entonces presidente Clinton para evitar una catástrofe de connotación nacional.

Peloteros como esclavos

Lo que sí se parece mucho a esa forma de relación social y producción —por suerte ya superada—, es el béisbol cubano actual, que, como muchas otras cosas de nuestra contemporaneidad, reproduce los esquemas y patrones de la Cuba colonial. Los peloteros cubanos, cual esclavos decimonónicos, deben desempeñarse en el lugar y la forma que sus amos determinen.

Por mucho que se destaquen, no tienen derecho ni esperanza de recibir una remuneración adecuadamente proporcional a su entrega deportiva. Como los esclavos, sólo reciben lo imprescindible para subsistir, junto a las dadivas y coyunturales premios. Está claro que el amo es quien determina cuándo y en qué proporción se reparten la subsistencia, las dadivas y los premios, para recordar en cada momento que es quien provee de todo a sus pupilos.

Al igual que nuestros infortunados ascendientes, los peloteros deben comulgar sin opción con la religión —en este caso ideología— de sus amos y esconder muy profundo sus verdaderos sentimientos y creencias. Ni qué decir que estos modernos esclavos de lujo no cuentan con mecanismo o instrumento alguno que los proteja de la arbitrariedad o la injusticia.

De más está afirmar que los jugadores —varias decenas en los últimos años— que han decidido "romper las cadenas", escapar y buscar espacio y horizonte en otras latitudes son vistos y tratados como verdaderos cimarrones y apalencados modernos. Dada la imposibilidad de perseguirlos y castigarlos físicamente, son víctimas de la omisión, la ofensa y la descalificación por parte de los amos "traicionados".


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