Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Crónicas

Profesiones comparadas

Cincuenta años cumplirá en Cuba la profesión de gobernante. Muchos más que en los países del Este, desde donde se importó.

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La profesión de gobernante no existía en Cuba antes de 1959. Existía la del político profesional, lo cual parece igual pero no es lo mismo. Leal dentro de un partido, o cambiando de partido cuando las encuestas lo hagan aconsejable, el político profesional puede a lo largo de su vida gobernar una o más veces desde diferentes cargos, sin llegar a ser un gobernante profesional. Su carrera política depende del elector, y el elector es inconstante, veleidoso. Hoy lo favorece con su voto y mañana se lo niega.

Nadie puede asegurar que tan grande inseguridad sea la causa de que todavía, en algunos países, sea frecuente ver a algunos de estos personajes salir, al terminar su período de gobierno, con los bolsillos tan llenos que, ni aun viviendo a todo trapo, tendrían sus descendientes necesidad de trabajar en los próximos doscientos años.

Son venganzas, o quizá precauciones, que sólo excepcionalmente aparecerán en la palma de la mano del gobernante profesional.

Puesto que este hombre nuevo ha de gobernar de por vida, las curiosas menudencias que suelen agobiar a la persona común —vivienda entre ellas, automóvil, viajes al extranjero, y en el caso del narcisista (porque se puede ser persona común y también narcisista), la vanidad de verse en la televisión— no podrían mortificarle. Ni después a sus hijos, que usarán las relaciones de su padre.

Oriunda en su forma presente de la Unión Soviética (donde en cierto modo contaba con una tradición de ascendencia zarista), esta peculiar profesión se hizo venerar enseguida en Cuba. Y hoy, con desenfado y optimismo, dispuesta a imponer marcas olímpicas por lo que parece, está a medio camino de su cumpleaños número 50. Este dato obliga a tomarla en serio. Cincuenta años son muchos más que los que dicha profesión llegó a cumplir en los países del Este, que (habiéndola tomado en préstamo de la URSS, ellos también) venían practicándola en la época en que Cuba la adquiere.

Algo que es para siempre

Como toda profesión, tiene riesgos. Y muchos. Escalofriantes algunos de ellos. En ese sentido, las primeras cifras que al abrirse dejaron ver los anales de la fraterna, generosa e invencible Unión Soviética (hace rato desaparecida), desquiciaron a toda una generación de sovietólogos. También los ha experimentado en Cuba, aunque discretos. Y muy esporádicos.

El sistema de prevención cubano en esta materia es proverbial. Excepto en el caso de los desleales, si el gobernante profesional fracasa en un cargo, se le pone en otro (a veces, en uno superior), o en otro, o en otro. A ministros poderosos en otro tiempo, se les ha mandado a criar vacas, sin menoscabo de su alcurnia de gobernante profesional (eran vacas del Estado).

Nada más natural. Una vez que tan alta investidura se obtiene, funcionará como un título universitario, como la pertenencia a una raza. Algo que es para siempre, aunque sí podría —como todo en este mundo— pasar de repente del esplendor mañanero al más fúnebre ocaso, cosa nada grave, después de todo.

Es un imprevisto que el gobernante profesional cubano (eso que la masa —por simplificar o destacar que el gobernante en realidad es uno, sólo uno— nombra "cuadro" o "pincho") dejará solventado solicitando una reunión con sus superiores y haciéndose allí, delante de ellos, sin pena (ni espada ni nada de esas insensateces de los japoneses del pasado), una severa, descarnada, juiciosa, viril autocrítica que parta el corazón, que los conmueva.

Tan inteligente filosofía política le ha ahorrado al sistema mucho plomo. Y quién sabe cuántas conspiraciones, en las que la prensa sensacionalista del mundo se hubiera cebado durante semanas exagerando las menudencias de la sedición. O del magnicidio.

"Ahora por lo que oigo, unos locos sueltos que andan por ahí quieren cambiar todo eso", le oí decir quejoso a alguien el otro día.


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