Que Dios nos coja confesados
¿Se propone el régimen canjear un puñado de prisioneros políticos por los cinco espías presos en Estados Unidos?
Debe haberlo dicho Gandhi: no hay camino hacia la libertad, la libertad es el camino. Y ya después quedó muy poco por decir. No obstante, no nacemos entre piedras, igual que la güira, con tripas por dentro y nada más. Somos hijos de Dios o de las circunstancias. Y para colmo, nos ha tocado vivir días inciertos, bajo la divisa de que todo vale sólo con tal que sea punto menos que malo.
Se supone entonces que debemos acoger con buen ánimo esos "pequeños pasos" hacia la libertad que algún honorable visitante ha visto dar en Cuba durante los últimos tiempos. Aún más, corresponde agradecer la visita y las palabras.
Especialmente, nos conmueve que se exterioricen gestos piadosos para que nuestros presos de conciencia puedan ser beneficiados por la perspectiva. A ellos, más que a ninguno entre nosotros, les apremia iniciar por lo menos pequeños pasos hacia la libertad. Es su única esperanza de vida a corto plazo.
Tal motivo nos obligó ya recientemente a celebrar la conmutación de condenas concedida a unos pocos de nuestros prisioneros, aun sin que fuera alterada a su favor (como mandan las leyes de Dios y de los hombres) la naturaleza del castigo.
Y es también la única razón por la que nos gustaría ver a unos pocos más fuera de sus mazmorras, aun reconociendo de antemano el carácter ofensivo, humillante y descorazonador de las condiciones impuestas por sus carceleros.
Se maneja ahora, tal vez se ha manejado siempre, sólo que al fin se ha dicho por lo claro, la posibilidad de que algunas de estas inocentes víctimas, sentenciadas en juicios sumarios, sin otro delito —probado o por probar— que no sea su llana vocación libertaria y pacifista, resulten canjeadas por cinco agentes oficiales del régimen que cumplen condenas de entre 15 años y cadena perpetua bajo cargos —probados en más de un juicio— que van desde actuar como espías en territorio extranjero hasta conspirar para cometer asesinato.
No nos atrae la profesión de jueces. Tampoco está en nuestros planes abogar (ni desearlo siquiera) porque esos cinco agentes o cualquier otro mortal se pudran en la cárcel. Allá la Providencia y sus abogados de altos honorarios.
De lo que se trata es simplemente de echar al aire, aunque no sea más que por no atragantarnos, una serena opinión sobre las (no tan) ocultas motivaciones de este canje que ahora se maneja, y que aunque en verdad constriñe las tripas y la gandinga, debemos asumir como bienvenido en tanto mal menor.
No menos constriñe (dicha sea de paso toda la verdad) el hecho de que al menos hasta este minuto se cuenten con una mano, y sobren los dedos, aquellos a quienes aparentemente no parece provocarles ni una arcada esta nueva artimaña del régimen, malévola, astuta y tergiversadora donde las haya.
Que Dios nos coja confesados, exclamarían quizá nuestros compatriotas católicos, entre los cuales, por cierto, no son pocos los prisioneros de conciencia. Aunque yo, con el mayor respeto, y ya que no soy católico, apenas me conformo con parafrasear a Mafalda: Paren el mundo que me quiero bajar.
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