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Izquierdas, Cambios

¿Qué (no) nos dice la nueva izquierda en Cuba?

La mayoría de los críticos de la izquierda siguen considerando que la revolución cubana es un proceso vivo, y el socialismo un estado latente, tal y como imaginó Trotsky a su estado obrero soviético antes de caer destrozado a piquetazos por un agente de Stalin

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Uno de los hechos políticos que más me ha sorprendido en los últimos tiempos es la cantidad de personas, redes y organizaciones, que desde la izquierda, se han posicionado críticamente frente a la actualización raulista.

Desde cierto ángulo, no hay nada nuevo en que haya una crítica de izquierda en Cuba. De hecho ésta siempre existió desde el ámbito académico, y en los orígenes de la revolución existieron grupos políticos de izquierda disidentes de las políticas oficiales. Y —no menos relevante— en la propia oposición organizada hay grupos que se ubican en este espectro político, en muchas ocasiones con más autenticidad programática que el propio Partido Comunista, como es el caso, por ejemplo, del Arco Progresista.

Lo singular de esta nueva hornada radica en que:

  • Estas personas no pertenecen a organizaciones conocidas y arraigadas, sino a grupos que tienen toda la apariencia de ser pequeños espacios de discusión, a lo sumo articulados con redes más amplias como es el caso del Observatorio Crítico.
  • Aun cuando no producen una ruptura con el régimen político, no consideran necesario seguir los “canales adecuados” de la crítica, según la liturgia partidista, sino que la expresan por diversos medios públicos y privados. De esta manera, aun cuando seleccionan a la clase política como su interlocutora (finalmente le aconsejan como hacer las cosas para aprovechar lo que pueden ser “las últimas oportunidades”) al mismo tiempo intentan hacerse de otros interlocutores entre los escasos cubanos que acceden a internet o entre la izquierda internacional.
  • No se trata únicamente de críticos marxistas, sino que reproducen toda la variedad internacional de la izquierda, que van desde posiciones socialdemócratas hasta anarquistas, además de posiciones específicas en relación con los géneros, las preferencias sexuales y el ambientalismo. Áreas estas últimas, anoto al margen, donde se han producido los posicionamientos más sólidos y refrescantes, portadores de una nueva visión de la vida cotidiana.

Todo esto es un signo político positivo. Es muy importante que aparezca en el escenario político cubano un horizonte crítico de izquierda dispuesto a emplazar a la izquierda autoritaria atrincherada en el Partido Comunista y su jerarquía. Y que en el futuro se plantee disputar la hegemonía política (en aquellos insuperables términos propuestos por Gramsci: como dirección ético-política) a otras corrientes políticas de centro y derecha.

Pero al mismo tiempo, creo que esa izquierda emergente enfrenta varios problemas cruciales que debe resolver si quiere efectivamente ser una alternativa política en la sociedad cubana. O dicho de otra manera, si no quiere ser simplemente una pieza testimonial en los anaqueles de una izquierda que no se cansa de marchar de derrota en derrota hasta una mítica victoria final.

Ante todo, la mayoría de los críticos de la izquierda siguen considerando que la revolución cubana es un proceso vivo, y el socialismo un estado latente, tal y como imaginó Trotsky a su estado obrero soviético antes de caer destrozado a piquetazos por un agente de Stalin.

En consecuencia, regularmente coinciden en diagnosticar una burocratización del sistema que impide el despliegue socialista. Pero para el cual existen reservas tanto en la membresía partidista como en la propia élite política, y en particular en un fetiche ideológico llamado liderazgo histórico. Los problemas del llamado socialismo cubano son, por consiguiente, problemas externos a un sistema ideal —oligarquización, burocratismo, autoritarismo— y que pueden ser eliminados conservando la esencia del sistema. Y la manera de erradicarlos es acentuando los espacios de democracia de base y propiedad cooperativa y consejista que desencadenarían la reapropiación socialista del proceso.

Soy de los primeros en reconocer el valor político que esta discusión posee, así como la lucidez de numerosas apreciaciones debida a estos críticos de la izquierda que sin lugar a dudas enriquecerían el debate público y el quehacer político de la República justa, solidaria y democrática del futuro.

Por ejemplo, me parece altamente positivo que estos críticos subrayen la importancia de promover tanto la propiedad cooperativa como la autogestión y cogestión de los trabajadores. Son expedientes que han resultado exitosos en muchos lugares y que constituirían alternativas viables tanto a la privatización como al mantenimiento del actual sistema estatalista. Pero habría que tener en cuenta que por sus complejidades y características no toda la economía puede ser cooperativizada —ni siquiera la mayor parte— y que la cooperativización implica otros problemas tan agudos como los que genera la propiedad privada. Olvidemos los encadenamientos simples en que las relaciones de producción determinan las superestructuras: todo es mucho más complejo, sencillamente porque las sociedades actuales, cubana incluida, son más complejas.

De igual manera, creo altamente positivo que planteen la defensa a un principio que ha regido los servicios sociales en Cuba: el acceso universal a sus beneficios y la no privatización de sus provisiones. Puede discutirse la mejor manera de financiar este sistema y de hacerlo menos ineficiente, pero no su pertinencia como paradigma. Defender este logro de la sociedad cubana es una meta indiscutible.

Pero me temo que mantener la idea —como hace la mayoría— de que es posible una transición desde el actual estado de cosas hasta un socialismo superior, es un viaje a la semilla, notablemente voluntarista, que paradójicamente prescinde del ABC de la metodología marxista de análisis que estas personas y grupos dicen atesorar.

No es posible un resurgimiento socialista desde el sistema cubano. Ya no hay revolución, y nunca hubo socialismo. Lo que hoy existe es un sistema postrevolucionario que deriva, sin contrapesos visibles, hacia la restauración capitalista. Y lo hace bajo la dirección de una tecnocracia militar en proceso de conversión burguesa. Y esa tecnocracia-haciéndose-burguesía va a defender sus privilegios económicos y su control del estado con una ferocidad propia de los guardaespaldas de Al Capone. Y curiosamente lo va a hacer en nombre de “la patria, la revolución y el socialismo”.

La economía es un desastre que necesita una fuerte inversión de capitales que no existe en el país. Y la sociedad cubana se compone efectivamente de personas instruidas e inteligentes, pero empobrecidas y hastiadas de las metas trascendentalistas que colocan el futuro mejor más allá de sus propias existencias. Si la izquierda democrática quiere realmente ser una opción política no puede continuar aferrada a las utopías, las mismas que muchos intelectuales abrazan como un recurso para olvidar el miserable mundo político en que viven y del que finalmente son cómplices. La izquierda requiere ante todo de una propuesta de buena vida en un escenario de libertad y solidaridad. No de paradigmas emancipadores que invitan a sacrificar el presente por el futuro.

En tal contexto, la democracia es vital. Nada es hoy más auténticamente de izquierda en Cuba que reclamar la democracia política y la autonomía social. Sencillamente porque solo la autonomía y la organización de los sectores populares —sindicatos, asociaciones diversas y partidos— puede garantizar la preservación de los logros sociales alcanzados y avanzar en función de la equidad y la justicia sociales, metas ineludibles de la izquierda. Y esto solo se consigue en un sistema democrático, obviamente para todos y todas. Sobre todo, para quienes piensan diferente.

Y por consiguiente, es también imprescindible la ruptura con el régimen político cubano y con todos sus fetiches ideológicos. No es posible olvidar las bofetadas que se propinan a las Damas de Blanco y expresar solidaridad con los estudiantes chilenos maltratados por los carabineros. No es posible soslayar la represión sistemática contra los opositores —no importan los signos políticos— y defender el derecho de los indignados a ocupar Wall Street. No es posible convencer a nadie de que hay un futuro más allá de la mediocridad de la actualización raulista y su modelo chino simplemente denunciando una burocracia que nadie sabe donde está exactamente. No es posible seguir venerando a un Partido Comunista encargado de legitimar la restauración capitalista por la vía autoritaria y seguir hablando de una emancipación postcapitalista.

Siempre cuando escribo sobre esto recuerdo una imagen de una novela de mi amigo Lichi, en la que una mujer barbuda llamada Bebé trataba de no abrir los ojos en la mañana para no ver el mundo. Vivía aturdida y vacilante por el trauma de los romances equivocados. La izquierda democrática emergente escribe con la angustia de Bebé y advierte a su supuesta interlocutora —la clase política postrevolucionaria— que el tiempo se acaba para ella.

Pero no es cierto. En realidad se acaba para la izquierda. Y un día esa izquierda, como Bebé en su momento, entenderá que todos sus amores extraviados solo le dejaron “…puros ripios que el viento o la memoria, se encargarían a tiempo de barrer.”


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