Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Educación

¿Quién es culpable del desastre?

Las cacareadas virtudes del sistema de enseñanza chocan cada día con realidades como la vuelta de los maestros jubilados.

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Los gobernantes cubanos no tienen la culpa del descalabro en el sistema de educación. O, por lo menos, ellos solos no la tienen.

Uno se pregunta qué habría pasado si los hoy maestros jubilados, negados de plano frente a los laboratoristas del Comité Central, se hubieran plantado ante tantas fisuras como tenía la educación dos décadas atrás.

Los gigantescos planes para aprobar a cuanto educando entrara a un aula, los interminables cursos de superación para maestros, que no tenían más que enseñar y ya, y el paternalismo ramplón que vició a alumnos, dirigentes y educadores, son sólo tres factores que empobrecieron uno de los pilares que más fuerte debe tener cualquier sociedad.

Las cacareadas gratuidades en el campo de la enseñanza en Cuba chocan cada día con la realidad de las capas sociales que se han ido creando en estos años de desigualdades. A fin de cuentas, nos percatamos de que nunca fuimos tan iguales como nos dijeron.

Las vicisitudes por las que atraviesan muchas familias cada año, al inicio del curso escolar, son una muestra. La zozobra por comprar una mochila nueva, un par de zapatos, los maletines para los becados, son nada más que asomos al mar que hay de por medio entre una mayoría de familias empobrecidas y unas pocas privilegiadas; todo ello sin contar la subsistencia del año entero.

Cada vez que empieza el curso, los niños repiten sin cesar que sí, que serán como el Che (un hombre al que no conocieron de verdad), y que amarán a una patria que les queda lejos de la escuela y de la casa, y que hay que defender una revolución porque sí.

Mientras, languidecen las ganas de enseñar de muchos maestros y se atrofia el proceso natural en el que se aprende para devolver a la sociedad lo bueno recibido.

La culpa será de los huracanes y, claro, del imperialismo yanqui. ¿Pero vuelven los miles de maestros jubilados (sin sus mejores fuerzas) llamados por Raúl Castro a las aulas, a juntar codo con codo, como decía El Maestro, por una voluntad soberana?

La culpa no es sólo de los señores que se alimentan a la sombra del Palacio de la Revolución. Hay una culpa interior, contagiosa y dominada por el silencio.

Maestros jubilados y planes de laboratorio

Si los maestros ahora jubilados podían aportar más (y muchos lo harán), ¿por qué no los llamaron antes? ¿Dónde se escondía el presupuesto que ahora aparece, flamante y sin demora, para retribuirles el doble de lo que debieron ganar de por vida?

Ni las precisiones de la educación privada, ni los rigores de la formación pedagógica de entonces debieron desaparecer a punta de pistola, exclusiones y destierro.

El defenestrado ministro de Educación, Fernando Vecino Alegret, se opuso a ciertas tropelías y ordenanzas, como los subsiguientes se desgastarán en hacer y deshacer normativas y reformas de última hora.

De los laboratorios de la Universidad Lomonosov, en Moscú, llegaron las primeras aplicaciones para reformar la educación cubana. Los planes de Escuela al Campo —endilgados una vez más a José Martí, como antes se hiciera con el asalto al Cuartel Moncada—, además de un fiasco, han demostrado que no se educa lejos de casa o, por lo menos, no tanto tiempo lejos de casa.

Asimismo, se ha practicado una filosofía de la culpa, tan arraigada ya, que es común que la familia se sienta frustrada al cargar con la responsabilidad de la educación de los hijos.

La escuela en Cuba ha trasladado el acto de enseñar al hogar, o lo ha pretendido y, toda vez que un experimento pedagógico ha caído en saco roto, el sistema se ha virado para la familia como único modo de expiar sus culpas.

Cada curso resuena en las casas el comentario sobre el maestro emergente que le tocó al niño, o los pedidos para arreglar la escuela, o el látigo de la carencia doméstica que no cesa de tocar a la puerta.

No se trata de buscar un país perfecto y una educación primermundista (que no es una opción desdeñable), pero sí un ámbito formacional que se avenga a las fanfarrias que suenan en casa del Rey.


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