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Ofensiva, Silvio, Díaz-Canel

Rectificaciones a Silvio Rodríguez

Díaz-Canel, un tipo que se ha peinado de la misma manera durante toda su vida, nunca le pasará por la cabeza, más allá del peine, alguna reforma, incluso la más mínima

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En su última entrevista, para la agencia argentina Télam, Silvio Rodríguez demuestra un desconocimiento absoluto de la Historia de Cuba, y de paso del movimiento comunista internacional, al menos a posteriori de 1959. Según el trovador, la Ofensiva Revolucionaria de marzo de 1968 tenía como objetivo sacar el mayor provecho de nuestra relación con Moscú. Dice allí que nosotros, o más bien Fidel Castro, el único que contaba a la hora de tomar decisiones de ese peso, se dijera: “Vamos a establecer un tipo de comercio que por ser nosotros subdesarrollados y sumarnos a lo último los obliga a ser solidarios”. O sea, la Ofensiva Revolucionaria perseguía, según Silvio, algo así como adecuarnos al tipo de economía que regía el Campo Socialista, e incluso ir un poco más allá, para obligar a una mayor cooperación de este.

En realidad es muy difícil saber qué quiso decir exactamente Silvio, a quien lo nebuloso de su poesía hace mucho se le terminó por mudar para la prosa. Parece decirnos que la aspiración de Fidel con esa ofensiva era no dejar ni la chiva, ni dónde amarrarla, para que por lástima los soviéticos se ocuparan de mantenernos. En todo caso algo sí queda claro: El trovador de la revolución fidelista cree que el objetivo era aproximarse a la Unión Soviética y sus satélites.

Silvio, que vivió esos días ya como un individuo adulto, no parece recordar que la Ofensiva Revolucionaria ocurrió precisamente en el peor momento, entre 1960 y 1989, de las relaciones entre La Habana y Moscú. Solo unos días después de haber ordenado se nacionalizaran decenas de miles de pequeños establecimientos, Fidel se fue a la escalinata de la Universidad de La Habana, para soltar entre la noche del 13 de marzo, y la madrugada del 14, el histórico discurso en que reconoció explícitamente que existían diferencias con la Unión Soviética, que Cuba se había negado a participar en una reciente reunión de partidos comunistas, convocada por Moscú, implícitamente alertó de una posible ruptura, y sus consecuencias para la economía, e incluso trató casi que de contrarrevolucionarios a los elementos internos que se habían mostrado demasiado cercanos a la embajada de aquel país en Cuba —la Microfracción—, y se burló acremente de aquellos que ponían demasiado sus esperanzas de seguridad para Cuba en la sombrilla de cohetes intercontinentales soviéticos.

Silvio Rodríguez, que al parecer no ha escuchado de las polémicas entre Ernesto Guevara y Carlos Rafael Rodríguez, en que el segundo defendió los postulados económicos entonces en boga en Moscú, parece desconocer que en esa época el llamado Socialismo Real había comenzado a mostrarse más abierto hacia el mercado. Que desde el Deshielo las relaciones mercantiles comenzaban a ser aceptadas en el Campo Socialista, y en no pocos países, incluida la Unión Soviética, se promovía el surgimiento de las mismas pequeñas propiedades que por esos días Fidel Castro ordenó nacionalizar.

Muy por el contrario de lo que sostiene Silvio, la Ofensiva no se llevó adelante para aproximarnos a la Unión Soviética, o para facilitar nuestra entrada al CAME, por demás en condiciones privilegiadas. En cierta medida el objetivo de la misma, al menos en la cabeza de Fidel Castro, era por el contrario marcar distancia de lo que ocurría en el Campo Socialista, y dejárselo claro a los soviéticos. Transmitirles la idea de que él no compartía la aproximación del Moscú de entonces a los postulados mercantiles en su economía, y que prefería la propuesta económica guevariana, adoptada en definitiva en Cuba desde los últimos meses de 1965.

La Ofensiva Revolucionaria, de hecho, era inevitable, desde el momento en que se adoptó el modelo guevariano de renuncia a las relaciones mercantiles o el dinero, se promovió la planificación total, la promoción de las gratuidades y la sustitución de los estímulos materiales al trabajo, por los morales —según el Che, con diplomas y palmadas en la espalda podía lograrse más que con salarios adecuados. En ese ordenamiento en que todos recibían lo mismo, independientemente de si iban a echarse fresco al trabajo o a trabajar, en que se pretendía que todo se entregara racionado en lugar de venderse, la existencia de pequeños negocios no tenía ningún sentido. Por tanto, si a alguien hay que culpar por la Ofensiva Revolucionaria de marzo de 1968, no es a los soviéticos, ni tan siquiera de modo indirecto, a la manera de Silvio Rodríguez, sino a Ernesto Guevara, quien propuso la idea del Gran Brinco al Comunismo, y a Fidel Castro, que la adoptó con ese entusiasmo tan suyo para los disparates.

Tendría sentido que Silvio culpara a Moscú por la Ofensiva, si esta hubiese ocurrido en 1972, pero nunca en 1968. Lo que nos lleva a plantearnos cualquiera de las dos hipótesis: o Silvio, como hemos dicho, es un profundo ignorante histórico, o trata de echarle la culpa a alguien más, y no a Ernesto Guevara, sea por ser la entrevista para un medio argentino, o por su personal relación con la figura del Che, en que la adoración no deja espacio a ninguna aproximación crítica.

El otro error en su entrevista es suponer que Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, es un reformista. Este señor es un continuista arquetípico, y aunque no sea de muy buen tono al presente darles alguna validez a disciplinas como la de la frenología, si creo que sea evidente para cualquiera que ciertos rasgos externos en el humano rara vez están relacionados a ciertas características de la personalidad, como la inteligencia, o el espíritu innovador. Dicho esto, agrego que para cualquiera que sea ducho en la iconografía revolucionaria y reformista del siglo XVIII en adelante, quedará claro que ninguna persona de ideas realmente avanzadas de entonces para acá, ha padecido de una frente tan estrecha, o una mirada tan poco expresiva como la del referido señor. Decía Alfonso el Sabio que a los hombres, como a los calderos por su sonido, se los conoce por su uso del idioma, y Canel, en ese sentido, suena a olla de barro, y rajada; o más bien como buró lleno de comején.

Que Silvio quiera convencer al actual dictador designado de Cuba de su pertenencia al bando reformista, me parecería un muy encomiable intento, más condenado al fracaso. Este señor es el producto de una selección en extremo cuidadosa, realizada tras las purgas de los reformistas verdaderos a principios del Raulato. Una selección en que se husmeó hasta el más mínimo detalle en las vidas de los principales funcionarios de segunda fila de entonces. No es el resultado, para nada, de los rejuegos y equilibrios de poder entre una dirección colegiada, como la que permitió el ascenso al poder de Gorbachov en la Unión Soviética de mediados de los ochenta, sino del cuidadoso análisis de sus probables sucesores, por un autócrata con todo el poder del Estado bajo su mano, y con plena consciencia de lo sucedido en semejantes y anteriores transiciones.

A Díaz-Canel, por lo tanto, un tipo que se ha peinado de la misma manera durante toda su vida, nunca le pasará por la cabeza, más allá del peine, alguna reforma, incluso la más mínima. Este señor es el clásico sirviente del amo, que por circunstancias de la vida hereda la posesión, y que ya en ese estatus no sabe actuar como dueño, solo como museólogo. Saca provecho personal, sin duda, pero como carece de la grandeza de los fundadores o los iniciadores de dinastías o de regímenes, en el marco que va más allá de su vida personal solo se dedica a intentar continuar al pie de la letra las enseñanzas de aquellos. Y en esto se empeña tanto, que no duda en hacer lo que crea necesario…

Pero por demás, aunque su cerebro tan privado de zona frontal hubiera podido superar las simplificaciones frenológicas, tampoco podría darse a jugar a las reformas. Díaz-Canel carece de la legitimidad necesaria, ante el conjunto de los sostenedores verdaderos del régimen, el amplísimo funcionariado del Estado, y sus órganos armados, como para atreverse y salir indemne de la menor de las innovaciones.


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