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Economía, Remesas, Moneda

¿Reordenamiento monetario o redistribución de las remesas?

Si con entre $110 y $120 se podía enviar el equivalente a tres salarios promedio, ahora con esa misma cantidad solo se recibe unos pocos pesos más que el equivalente a un salario mínimo

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La retórica oficial ha insistido en presentar al reordenamiento monetario como diseñado para impulsar la productividad, y promover la racionalidad financiera, con la desaparición del CUC. Sin embargo, en el momento en que se lo adoptó, en medio de una pandemia, y de la consiguiente contracción de la demanda de bienes y servicios cubanos, del comercio internacional, o de las dificultades relacionadas a las medidas de confinamiento y las restricciones de movimiento en el país, era evidente que la probabilidad de aumentar la productividad, fueran cuales fueran las medidas adoptadas, resultaba nula.

En esencia el reordenamiento no fue otra cosa que una devaluación del peso, tras fijar el cambio del dólar por este en su valor de antes de ser devaluado. El objetivo no fue impulsar la productividad, sino aumentar el tamaño de la tajada de las remesas con las que el Gobierno cubano se queda directamente, sin necesidad de ninguna actividad comercial. Una medida lógica tras haber creado las tiendas en MLC, o facilitado las transferencias digitales, para estimular su entrada.

Para que se entienda lo que ha sucedido con el llamado reordenamiento monetario: si en octubre pasado con entre 110 y 120 dólares se le podía enviar a través de Western Union el equivalente a tres salarios promedio de Cuba a un familiar, o amigo acá en la Isla, ahora con esa misma cantidad el familiar o amigo solo recibirá unos pocos pesos más que el equivalente a un salario mínimo. Porque si en octubre 2.400 pesos, o tres veces 800, eran tres salarios promedios en Cuba, hoy solo superan en 300 a los 2.100 del salario mínimo; si en octubre 2.400 eran más o menos dos salarios de un médico, hoy resultan los de la conserje que limpia en su consultorio.

Se ha encogido en más de un 300 % la capacidad de compra de lo que el emigrado le envía a sus familiares y amigos en la Isla. Y ello sin que en Cuba haya ocurrido un aumento en la productividad laboral que justifique semejante derrumbe en el valor de las ayudas. Solo un reordenamiento, que no ha consistido tanto en la desaparición de una moneda, el CUC, como en la fijación del valor del dólar en pesos, al tiempo que se devalúa esa última moneda en casi cinco veces. O sea, una redistribución de lo que le toca de las remesas a su receptor legítimo en Cuba, y al estado que graciosamente ha tenido la bondad de permitir esa transferencia financiera.

A quienes se obstinen en negar que en esencia el reordenamiento monetario ha sido una devaluación del peso, los remito al camarada Marino Murillo, a cargo de la “tarea”, quien lo ha reconocido explícitamente en el programa de televisión Mesa Redonda. Y es que no otra cosa que una devaluación es el aumentar salarios, por un Estado poseedor de la mayoría de los medios de producción y suministrador de la mayor parte de los servicios, al tiempo que se aumenta en la misma medida, o incluso mayor, el precio de los productos y servicios que al ciudadano se le ofertan por ese mismo Estado (hay productos, como los que se venden por la libreta de abastecimiento, cuyo precio ha aumentado cinco veces por encima del aumento de salario).

El principal resultado del reordenamiento, o en esencia de fijar el cambio del dólar en pesos, al tiempo que se devalúa a este último, ha sido aumentar la tajada de las remesas con que el Estado cubano se queda sin necesidad de, por ejemplo, salir al exterior a comprar productos que vender en sus tiendas en divisas. Operación en la que siempre pierde, en márgenes comerciales y pagos de flete, parte del dinero que el país recibe en remesas.

No nos auto engañemos: el Gobierno cubano no tiene planes reales de liberalizar la economía, ya que para él aumentar la productividad mediante recetas “capitalistas”, basadas en la estimulación de lo individual por encima de lo social, va contra su propia naturaleza, y sería cavar su propia tumba.

El verdadero y único plan del Gobierno cubano, orientado por el Partido, es esperar a que en algún momento el mundo vuelva a ser el de los sesenta —setenta u ochenta— y un nuevo mecenas soviético se ocupe de financiar su modelo idealista improductivo. Mientras, trata de sobrevivir con lo que aparezca. Sea al permitir cierta liberalización económica, o la comunicación de los cubanos de la Isla con los muchos parientes o amigos suyos desperdigados por el capitalismo.

Ambas concesiones serán echadas atrás no bien aparezca ese nuevo mecenas providencial, dispuesto a financiar el experimento social cubano. Ese, en que el altruismo, y la subordinación de los proyectos personales a los de la sociedad, son los únicos motivos válidos para promover la productividad.


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