Actualizado: 23/04/2024 20:33
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Represión

Reprimir, autoanular

Cuba queda, junto a Corea del Norte, como el parque temático para ver y estudiar el vínculo entre represión y autodestrucción de las fuentes de donde se extraen las ideas y la imaginación

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En la Rebelión de los brujos, un libro para recordarnos lo poco inteligente que podemos ser cuando les damos la espalda, L. Pauweds y J. Bergier expresan esta especie de aforismo: las inteligencias son como los paracaídas: solo funcionan cuando están abiertos.

Releí hace unas semanas algunos de los fragmentos de este texto para tratar de entender, a nivel mental, por qué el régimen cubano no prospera en sus iniciativas, en sus proyectos y en sus instituciones. La explicación habitual suele recordarnos la insuficiencia consustancial a determinados modelos y la profunda enemistad que sienten hacia el kit de las libertades.

Eso es verdad. Y es bastante conocido. Donde la libertad goza de espacio y protección se inventa el telescopio. Como en la Holanda del siglo XVII. Puede que existan lugares donde la libertad no sea general ni estimulada pero donde resulte de algún modo protegida. Como en la China milenaria. Hasta que se cerró en el siglo XVII: liquidando siglos de experimentación, de inventos y de predominio comercial.

Si el fracaso de los llamados socialismos reales no fuera la prueba de la importancia de la libertad para el progreso, podemos recordar a modo de ejemplo la traición del noble veneciano Giovanni Mocenigo a Giordano Bruno, por allá por el siglo XVI: aquel puso en marcha la maquinaria apisonadora de la Santa Inquisición que finalmente llevó a éste a la hoguera medieval. Perdió Giordano, perdió Italia —que todavía no estaba unificada—, perdieron la libertad, la ciencia y la cultura, y en nada adelantó la humanidad con esa tendencia a la piromanía de las ideas. Hay una relación estrechísima y obligada entre la libertad de pensamiento y la posibilidad de liderar, o estar a tono con, la revolución en la ciencia. Eso está bien documentado.

Lo que no está bien documentado es la incapacidad estructural de los piromaníacos para generar ideas. A nivel de la economía mundial China vuelve a ser el ejemplo. Una civilización que disputa y reclama arqueológicamente el invento de los principios fundamentales de casi todos los artefactos modernos, basa su explosividad comercial y tecnológica en la mera copia de occidente, y en la organización global del robo de propiedad intelectual. Y donde se lleva las palmas esta ausencia de ideas e imaginación es en las técnicas y en el lenguaje que utiliza para reprimir a sus adversarios: denostarlos, como si el improperio demostrara la verdad del propio juicio; encarcelarlos, como si la prisión sirviera para algo en materia de ideas y conciencia, o simplemente aplastarlos, tal y como ocurrió en la plaza Tiananmen en 1989.

No obstante, al regresar a su propio pasado, aunque sea parcialmente, China asume el desafío de vivir la tensión, vamos a decir que creativa, entre su fragmento de libertades económicas y su fragmento represivo. No crea nada desde este último, pero al menos permite que occidente experimente en su territorio. Y aprovecha la ocasión.

China la va pasando más o menos bien porque restringe su esquema represivo, es decir lo confina al espacio que le permite conservar el poder, independientemente de que no pueda reproducir ya el modelo que le dio origen. Su falta de creatividad e inteligencia resulta atenuada justamente por el oropel occidental en el que vive y con el que marea, por otra parte, y de un modo algo superficial, a buena parte del mundo.

Cuba queda así, quizá junto a Corea del Norte, como el parque temático para ver, ilustrar, reproducir y estudiar, en condiciones de laboratorio, el vínculo entre represión y autodestrucción de las fuentes de donde se extraen las ideas y la imaginación. Y la comida. Autodestrucción a fondo. En una demostración patente de que el subdesarrollo está en la mente.

Aquí nada funciona. En rigor. Si en algún lugar vale el dicho: dime de qué alardeas y te diré de qué careces, es en el segmento de sociedad en el que todavía campea el régimen. Y repito. No se trata de las consecuencias generales que provienen de las limitaciones impuestas a la libertad ajena, sino de la incapacidad de generar ideas en quienes pueblan la dimensión represiva de la sociedad. Desde los dirigentes, pasando por el policía hasta el intelectual. No se ve por ningún espacio oficial el arrebato del texto poético, la solución tecnológica al marabú o la exquisita habilidad psicológica de la represión policial.

¿Qué pasa con la inteligencia e imaginación desde el poder represivo? Lo siguiente. La represión es un proceso defensivo de la psiquis. No se distingue para nada de la defensa y de la resistencia interna que hacemos frente a lo que nos perturba. Los mecanismos de defensa que activa la represión se convierten de esta manera en comportamientos inconscientes a partir de los cuales el represor consigue vencer, evitar, circundar, escapar, ignorar —fijemos el proceso de ignorar— o evade el sentir angustias, frustraciones y amenazas. ¿De qué modo? Pues retirando o suspendiendo los estímulos cognitivos que las producirían. Si la inteligencia o la imaginación necesitan de la curiosidad como primera condición para activarse, el represor, sea un burócrata, un intelectual, un artista o un policía, no puede darse el lujo de curiosear, so pena de bajar las defensas psíquicas que fortalecen su pulsión represiva.

En consecuencia liquida el proceso cognitivo, imprescindible para generar ideas creativas. De tanto inhibir el ejercicio del pensamiento, termina por neutralizarlo y aborrecerlo, ignorando, en sus dos sentidos ―de desconocer y de no conocer―, la relación necesaria entre apertura mental y producción de saberes: estéticos, técnicos o fundamentales.

A nivel popular existe una buena expresión para captar ese proceso de antropología física que ha demostrado fehacientemente el vínculo entre el uso de la inteligencia y la evolución del hombre, tal y como lo conocemos hoy: órgano que no se ejerce se atrofia, dice el adagio popular. Desde donde puede entenderse la aseveración, un poco tosca, que se maneja en filosofía de la historia; dejar la humanidad en manos de regímenes represores la hace inviable: como técnica, como estética, como ciencia, y antropología. Llegadas a un punto, este tipo de sociedades, libradas a su propia dinámica autodestructiva, implosionan.

De regreso a la magnífica metáfora del paracaídas, es importante que la inteligencia, como aquel, se abra desde dentro para que pueda funcionar. Esto es imposible cuando las partes activas de la psiquis que permiten la apertura del proceso están bloqueadas: como el mecanismo obstruido del paracaídas en pleno vuelo.

Se entiende entonces por qué cuando hablamos del poder en Cuba observamos una especie de zona desértica para la inteligencia. Quiero ser preciso: en el poder, en la policía y en la burocracia cubanos hay hombres y mujeres muy inteligentes. Pero no generan procesos creativos y efectivos en sus respectivas funciones por la sistemática y permanente autonegación psíquica de sus posibilidades intelectivas. Eso les impide generar estrategias apropiadas en sus respectivos campos.

Basta observar a la acción policial en Cuba: en todos los ámbitos. Si no fuera tan cruel el efecto de sus acciones y tan costosa humanamente, no podría ser tomada en serio desde el punto de vista de la inteligencia madura.

Entonces nos encontramos frente a ese proceso psicológico por el cual se acepta, se refuerza y/o actualiza un estado hipnótico basado en información adquirida, impuesto por la fuerza de manera sigilosa y astuta. Ello coacciona y limita la actividad de los represores a intereses ajenos, en detrimento y disminución de su propia libertad y de su propio bienestar. Es lo que en psicología se llama bradipsiquia o pensamiento inhibido: un nihilismo destructivo más.

La supresión consciente de la individualidad que atenúa la conciencia del yo mediante la adhesión incondicional a la facción condiciona todo el posicionamiento de quienes se dedican a reprimir. El resultado es terrible: la dualización mental como fundamento del conflicto del represor consigo mismo. En el peor de los casos, cuando nuestro represor supera este conflicto, aparece la brutalidad en estado puro; el pasto de esa narrativa de la maldad que, desde la academia progresista chilena, va ganando espacios en los análisis de las dictaduras latinoamericanas. En este punto, parece ya prácticamente imposible recuperar a los represores para el equilibrio de la persona humana. Ese que lleva al crecimiento, a la salud y al ajuste.

Tal desequilibrio de la persona humana en Cuba se nota bien en la profusión de un hecho: la incontinencia verbal de los poderes represivos. Una manifestación externa del bloqueo interno al pensamiento innovador. Algo así como volar con las palabras con el paracaídas cerrado.


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