Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cambios, Congreso del Partido

¿Sensibilidad o instinto de conservación?

La recogida del cordel del ajuste no está motivada por ninguna sensibilidad socialista, sino por el instinto clasista de conservación

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Un gobierno sin oposición y crítica pública no está obligado a refinar sus acciones, ni se esfuerza en evitar errores. Puede decir lo mismo y lo contrario, e ir hacia adelante y hacia atrás apelando siempre a su propia sabiduría y al amor al pueblo.

Es lo que está haciendo Raúl Castro cuando anuncia un ajuste del calendario de la “actualización”. Dijo que un andar “sin prisas pero sin pausas”, un lema que —recordando un interesante libro de Trechera— constituye la clave de la sabiduría de las tortugas. Está haciendo un monólogo con un público de partidarios disminuidos a los que les advierte que no se puede permitir errores, porque los errores acaban con las revoluciones. Unos callan y otros aplauden. Pero nadie puede decirle —por miedo o por desinterés— que hace mucho tiempo que la revolución sucumbió bajo el peso del autoritarismo y la ineficiencia y que no hay mayor error cotidiano para un gobernante que no ser capaz de proveer a la población tres comidas diarias.

Lo cierto es que el General/Presidente ha dado otra prueba de su pusilanimidad —la que ha regido sus casi cinco años de mandato— y está frenando la “actualización”, y en particular el doloroso despido del primer medio millón del millón y medio de trabajadores que sobran.

Curiosamente ello ha levantado expectativas positivas en algunos intelectuales que han mantenido posiciones críticas desde la izquierda. Uno de ellos, un inteligente ensayista llamado Pedro Campos (“Cuba: Fracaso táctico del intento de imponer estrategias neoliberales”), ha querido ver en este retroceso una muestra de sensibilidad de los dirigentes cubanos y un fracaso de la intención de imponer estrategias con sesgos neoliberales “ajenas al socialismo”. Un pronunciamiento valiente, pero creo que equivocado por varias razones. La primera porque “la actualización” es socialmente depredatoria, pero no al estilo neoliberal, porque si lo fuera los pichones de empresarios que se entrenan como futura burguesía cubana bajo la protección estatal serían barridos por la apertura. Segundo porque las estrategias ajenas al socialismo se implementaron desde los años 60, por lo que ya nada de eso queda. Y tercero porque aquí no hay ninguna sensibilidad que aplaudir.

Veamos las cosas de esta manera. La élite política cubana —la misma que está en el poder desde hace medio siglo— es culpable del costo que está teniendo el ajuste, sencillamente porque ha perdido muchas oportunidades de hacerlo en mejores momentos, no por apego alguno a un socialismo que no existe, sino por temor a producir resquebrajaduras en su mediocre esquema de poder político. Lo instrumenta sin una gradualidad planificada y sin medidas de compensaciones. Pero sobre todo, la quiere poner en marcha manteniendo toda una serie de impedimentos a la actividad privada y cooperativista —las únicas que podrían ofrecer una salida a los perdedores del ajuste— mediante limitaciones medievales a las actividades que pueden ser ejercidas y extorsiones fiscales abrumadoras.

Pero nada de ello evita otra conclusión: el ajuste tiene que ser realizado. Ninguna economía soporta ese inmenso subsidio al desempleo encubierto tras el pleno empleo artificial, ni que el 55% del presupuesto se gaste en servicios sociales dispendiosos, ni que la planta económica instalada funcione en déficit permanente.

Si el Estado cubano y sus dirigentes quieren dar un paso firme en este momento crucial para la historia nacional, tienen que hacer el ajuste, pero tienen que adoptar las medidas aperturistas necesarias, desterrar la vocación expropiatoria que poseen y movilizar todos los recursos sociales y económicos, incluyendo el de una comunidad emigrada que en buena parte estaría dispuesta a cooperar en esta dramática reestructuración si recibiera garantías de reconocimiento como un sujeto más de la comunidad nacional. Tienen, en pocas palabras, que dejar a un lado la arrogancia propia de los predestinados a escribir la historia y a acaparar los recursos.

Y creo que es en este punto donde el juego de cierra. La poquedad de los dirigentes cubanos y la recogida del cordel del ajuste no están motivadas por ninguna sensibilidad socialista, sino por el instinto clasista de conservación. Es cierto que los chinos y los vietnamitas han podido mover las cosas conservando un sistema político cerrado y monopolizado por una élite postrevolucionaria atrincherada en un Partido Comunista. Sobran las analogías formales, pero también las distancias sustanciales. Chinos y vietnamitas posen una cultura milenaria de fuerte concentración del poder político —emperadores, reyes, mandarines— con ribetes divinos, al mismo tiempo que se ubican en una zona de una intensa dinámica económica que permite perdonar todos los pecados políticos. Cuba, al contrario, es un país occidental, en esa periferia donde la democracia a veces no aparece en la mesa, pero siempre está en el menú. Y con una dinámica económica muy modesta que no permite administrar tan exitosamente la inclusión como lo han hecho los camaradas asiáticos.

Por tanto, jugar a la apertura es poner en juego el monopolio de un poder que aparece como imprescindible tanto a una anquilosada burocracia que vive de las rentas garantizadas políticamente, como a los tecnócratas y empresarios en sus procesos de conversión burguesa. No puede haber espacio para la autonomía social ni para la desfragmentación social que inevitablemente producirá el mercado.

Confundir la prudencia del General/Presidente con algún sentimiento justiciero es un error.

Es como confundir un estrangulamiento con un abrazo de puro amor.


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