Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sociedad

Sexo para ángeles

En materia de educación sexual, los medios cubanos sueltan lastre y avivan el escándalo.

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El helado y el congelador

En una reciente entrevista concedida en España al periódico El País, Mariela Castro dijo que ve que "las cosas van cambiando en algunos aspectos" e incluso no logra ser sutil cuando sugiere que los cambios coinciden con la ausencia del líder Fidel Castro.

Sexóloga y directora del Centro Nacional de Educación Sexual, la hija del general Raúl Castro, interinamente al frente del gobierno, es una defensora de las minorías sexuales en la Isla y llegó a decir en la entrevista con El País que hasta el propio Fidel ahora defiende a los transexuales.

Las consideraciones de la Castro, que no fueron publicadas en la Isla, llegan cuando finalmente Fresa y Chocolate forzó la censura televisiva, catorce años después de ser exhibida en los cines y conseguir importantes premios en festivales y una candidatura al Oscar.

Dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, la película resultó una cinta de culto que como ninguna otra trasvasó influencias hacia la política, abriendo un poco más las rígidas puertas de la tolerancia oficial y social.

Narra la problemática amistad entre un homosexual ilustrado y un estudiante universitario heterosexual en la Cuba de los años ochenta, cuando la homofobia oficial estigmatizaba como enemigos públicos a los gays y los condenaba a una vida de parias.

Algunos críticos han visto en el filme intenciones más profundas, la advertencia sobre algunas de las fallas dramáticas del sistema: la falta de libertad de pensamiento y el respeto a la diferencia.

"Pensé que podía decir cosas, pero no. Lo bueno y lo revolucionario es lo que dicen ustedes y se acabó", reprocha el personaje homosexual —Diego— en una discusión con su amigo de la juventud comunista, David.

Marca con hierro

Es casi seguro que quedará como enigma la audiencia generacional que tuvo la puesta televisiva de Fresa y Chocolate; quiénes se enteraron y quiénes recordaron. Entre los segundos está Africana, un fornido negro que en los años setenta era una promesa del atletismo nacional, pero que terminó de cocinero al no permitírsele continuar en la escuela deportiva: "Porque sospechaban de mi inclinación gay".

"Muchos, que eran unos chamaquitos cuando la estrenaron —1993—, han visto ahora la que pasamos aquí, que muchas veces fue peor que lo que cuenta la película. Ahora estamos mejor en ciertas cosas".

Con 52 años y una miopía que le hace escrutar más que mirar, Bombón no es un resentido a estas alturas. Habla con pausa, como si reaprendiera con su retórica: "Esa película es como un himno para nosotros, las locas, y marca con hierro también a mucha gente que ha hecho tremendo daño poniendo por delante a una revolución en la que ni creen ni defienden".

Toma aire, fuma un cigarrillo y revisa los mariscos que prepara para una pareja de alemanes. Huelen de maravilla.

"Está bien que la pusieran, aunque fuera un siglo después. De todas formas el helado ya se derritió", dice soltando una carcajada.

La frase es una parábola que hace la diferencia de los tiempos. Fresa y chocolate, los sabores más apetecidos en Coppelia, la más famosa heladería de La Habana, ya apenas se venden en la que alguien llamó, desde la literatura, la catedral del helado.


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