Actualizado: 06/05/2024 0:13
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Economía

Sin salir de la retórica

CEPAL publicó el 'récord' cubano de crecimiento el 26 de julio, el mismo día en que Raúl Castro admitió que la economía no funciona.

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Desde un punto de vista objetivo, y atendiendo a las cifras que maneja CEPAL sobre la economía de Cuba —relativas al comportamiento de los sectores productivos, comercio exterior, deuda, sistema financiero y fiscal, desempleo, precios, etcétera—, no cabe asumir una predicción de crecimiento de la magnitud referida ni en el mejor de los escenarios posibles; por lo que de antemano hay que rechazar el 12,5% ofrecido por la Oficina Nacional de Estadística de Cuba.

De ese modo, nos encontramos nuevamente inmersos en la polémica y en la más que justificada duda sobre qué ha sucedido, qué está sucediendo en la economía nacional. En ausencia de rigor en los cálculos macroeconómicos, la credibilidad se resiente. Buena nota deben tomar los inversores internacionales que aún piensan que es posible apostar por proyectos en la Isla, con los hermanos Castro al frente del poder político.

Las cifras hablan

Varias razones explican por qué es inverosímil que el consumo privado —argumentado por el régimen como el principal motor del crecimiento— haya aumentado en esa magnitud en un solo año.

  • El sistema basado en la convivencia de dos monedas, el peso cubano tradicional y el CUC o peso convertible, está produciendo una grave asimetría en la composición y dinámica del gasto que es muy difícil de cuantificar. El primero, equivale en el cambio a 24 pesos cubanos, que apenas tienen poder de compra. El segundo, buscado con intensidad por la sociedad, se cotiza al cambio 1,08 con el dólar, sin duda con objetivos claramente fiscales. Esta dualidad monetaria incide sobre los patrones de consumo, sin que ello pueda cuantificarse de forma adecuada.
  • Los estudios realizados en la Isla por diversos economistas especializados, insisten en que la familia media necesita alrededor de 1.600 pesos mensuales (unos 72 dólares) para atender sus necesidades básicas mínimas, por mucho que se alardee de los bienes y servicios que se conceden a precios subvencionados vía racionamiento (a pesar de sus 45 años de existencia ininterrumpida, actualmente la libreta sólo permite cubrir entre un cuarto y un tercio de las necesidades mínimas de alimentos de las familias). Esto choca con el salario promedio en la Isla, que según la Oficina Nacional de Estadística se sitúa en 387 pesos, es decir, unos 18 dólares al mes. A ello hay que añadir otro peligroso enemigo de cualquier economía: la inflación, que no ha hecho más que aumentar de forma continua en la Isla en los últimos años pasando del 3% en 2004 al 5,7% en 2006; es decir prácticamente se ha duplicado. Las alzas de precios erosionan las rentas monetarias y reducen el potencial de gasto, a la vez que distorsionan los precios relativos que sirven de información a los agentes.
  • La existencia de un mercado negro de dimensiones difíciles de estimar, en el que se puede conseguir prácticamente de todo, sin restricción alguna, y que se instaurado en un peculiar sistema de clandestinidad vigilada y consentida, que el régimen utiliza en beneficio propio, para evitar el caos social.

Con estos elementos, ¿qué se puede afirmar del crecimiento en el consumo aludido por las autoridades cubanas, precisamente cuando este es el punto más débil? En efecto, entre 1996 y 2003, el consumo creció a una tasa media del 2,4%, que según la estadística oficial se ha acelerado a partir de esa fecha hasta un 7,5% promedio de 2004 a 2006 (incluyendo la cifra más reciente en cuestión).

Sin embargo, es preciso tener en cuenta que en el período 1989-1996, precisamente durante el Período Especial, el consumo total en la Isla descendió como promedio un 6,4% anual. Luego es evidente que el "esfuerzo" realizado en estos últimos años sigue manteniendo el nivel de consumo por debajo del que existía en 1989. Y, desde luego, con los estándares históricos del régimen castrista, no se puede calificar aquella situación como positiva.

La economía cubana no admite más retrasos en la adopción de decisiones que realmente signifiquen un cambio hacia el mercado, los derechos de propiedad y la sustitución del intervencionismo totalitario que ha limitado sus posibilidades de desarrollo y calidad de vida durante casi medio siglo. No hay tiempo que perder.


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