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Mercados, Economía, Precios

Topando precios… vendiendo el sofá

Una vez más, falsas soluciones de circo sin pan

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Difícil encontrar personas más torpes y testarudas que los comunistas cubanos.

No les bastan cincuenta y siete años de fracaso para continuar demostrando la definición de Albert Einstein de que locura es repetir lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. A lo que, en este caso, se podría añadir que así también se define la estupidez política.

Si son medidas que podrían mejorar en algún sentido las condiciones de vida de los cubanos de a pie, andan “sin prisas pero sin pausas”, aunque las pausas son siempre muchas más y mayores que las prisas. Sin embargo, si son idioteces que afectarán a la población, entonces solamente existen prisas, sin pausas, ni siquiera para pensar. Suponiendo, claro está, que los “dirigentes” y sus burócratas piensen en algún momento.

Aunque aparentemente reconocen que “el factor primordial en el crecimiento de los precios reside en un nivel de producción que no satisface la demanda”, trucan posibles soluciones alegando que “el avance en esta materia está condicionado por factores objetivos y subjetivos” (¿?), y recurren a demagogia de solar, diciendo que “no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante la irritación de los ciudadanos por el manejo inescrupuloso de los precios por parte de intermediarios que solo piensan en ganar cada vez más”. Es decir, los “malos” siempre son otros, nunca el régimen. Y para “solucionar” el problema se decide vender el sofá, una vez más.

Así que un par de semanas después del patético congreso del partido, reunión de neandertales en pleno siglo XXI, la Gaceta Oficial del régimen publica las resoluciones 157-C y 162 del Ministerio de Financias y Precios, estableciendo precio tope para 23 productos agropecuarios, variables dependiendo de la temporada óptima de producción y del resto del año, aclarando que los precios dictados son para productos de primera calidad, y que a los de segunda se le aplicará un 20 % de descuento, y a los de tercera un 40 %.

Con aritmética sencilla vemos 23 productos con precios diferentes en dos temporadas del año, y tres niveles de calidad por cada producto, así que multiplicando 23 x 2 x 3 resultarán 138 precios diferentes para esos productos. A lo que habría que sumar los precios de productos no regulados, como maíz, cebollinos, perejil, remolacha, ñame, aguacate, anón, guanábana, mamey y muchos más. Entonces, ¿cuántos precios deberán manejar vendedores y compradores para realizar transacciones reguladas y no reguladas a partir de esa ahora? ¿Hasta que extremos se elevarán la corrupción y el mercado negro?

Tal vez sea conveniente que especialistas de la NASA o Wall Street, científicos de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa, expertos financieros de la City de Londres, o destacados innovadores de Japón o Silicon Valley, viajen a La Habana para entrenar al menos a los vendedores, porque sería imposible entrenar a tantos compradores. Y a los inspectores estatales solamente les interesan técnicas de chantaje, nada más.

¿Puede algún ser pensante normal explicar la diferencia entre una “malanga xanthosoma” de segunda calidad fuera de su temporada óptima de producción, y una “malanga colocasia” de tercera calidad en temporada óptima? ¿O qué cosa es un “mango de clase”? Ni bromeo ni invento: así dice las regulaciones firmadas por la ministra de Finanzas y Precios de la dictadura.

Resoluciones obligatorias para mercados agropecuarios estatales del país, pero no para trabajadores por cuenta propia autorizados a ejercer esa actividad en la provincia de La Habana, ni para los mercados de Oferta y Demanda en todo el país. De manera que los mercados estatales de “venta libre” ofrecerán precios más bajos, aunque inmediatamente sus productos serán menos y de menos calidad y surtido, y todo lo que se desvíe al mercado negro aumentará de precio. Eso no le importa a la nomenklatura: lo glorioso es que el partido enfrenta el problema, aunque sea con medidas que vienen fracasando desde el Imperio Romano o antes, establecidas por tarugos que ni saben cómo resolver el problema ni sufren las limitaciones y dificultades de los cubanos de a pie.

Imaginemos por un instante que una civilización extraterrestre mucho más avanzada que la nuestra llegara a nuestro planeta para conocer cómo vivimos los homo sapiens. Y que, en algún momento, quisiera conocer qué hace y cómo funciona un Ministerio de Finanzas o de Economía en un país.

Si averiguaran en Francia, Japón, Uruguay, Islandia, Australia, México, Marruecos, India o Sudáfrica, escucharían hablar de tasas de cambio, inflación, tipos de intereses, salarios y ganancias, impuestos, devaluaciones, liquidez, y otros aspectos técnicos.

Sin embargo, durante su investigación en Cuba, mientras los cubanos se desangran con la doble moneda, precios abusivos en las Tiendas Recaudadoras de Divisas, y salarios y pensiones insuficientes para una vida digna, los “cuadros” explicarían a los extraterrestres las diferencias de precios de la calabaza entre enero-mayo o junio-diciembre, cómo definir si un pepino entre octubre y mayo es de primera, segunda o tercera calidad, o los requisitos de los carretilleros en la provincia de La Habana para ser considerados “autorizados a ejercer esta actividad”.

Afortunadamente para los eventuales visitantes extraterrestres, después de tal shock en La Habana no podrían viajar a Venezuela para continuar investigando, porque podrían sufrir trastornos mentales irreversibles, imposibles de superar aun por civilizaciones mucho más avanzadas que la nuestra.

Pero todo sea por un socialismo próspero y sustentable navegando en un mar de felicidad.


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