Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Crónicas

Tribulaciones de un catalán

¿Tiene el gobierno algo contra la relación sexual? ¿Es Cuba una sucursal del Vaticano?

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Hace poco anduvo por aquí un catalán con una novia cubana a cuestas buscando dónde poder acostarse con ella. Era una doctora que tenía una madre enferma que lloraba en un cuarto oscuro y ella la llevaba a la playa a coger al aire puro (como aprendiera en Los zapaticos de rosa), a ver el sol y a que duerma, decía.

Allí en la playa, uno de esos días de la semana anterior, la conoció él, y desde entonces cada vez que necesitaron alcoba tuvo que ser la del coche de turismo que tenía rentado. Las casas donde en sus viajes anteriores metía, después de las doce de la noche, a sus novias del momento en punta de pies y sin encender la luz para llenar las formas, no existían ya. Obligadas por ley a pagar un impuesto fijo en divisas, tuvieran o no inquilinos, no pudieron las casas resistir la baja experimentada por el turismo después que el dólar fuera recortado en un veinte por ciento y devolvieron sus licencias. Y las que quedaban, no se atrevían a seguir haciéndose las locas, las que no oían.

De sorprenderlas en uno de esos devaneos con el inquilino un inspector insensible, poco cooperativo (de los que siempre queda alguno por ahí), perderían la licencia y tendrían además que pagar una multa en dólares más grande que la casa Milá, y hasta perder la casa. De modo que para mal del catalán, al haber ahora menos casas de alquiler para turistas, la acuciosidad de los inspectores había alcanzado niveles de perfección insuperables.

Tampoco su novia doctora había tenido suerte, por más puertas que tocó. Empezó por una casa particular donde desde sus años de estudiante le alquilaban, pero esta vez no se atrevieron. La dueña le dijo que habían cambiado al presidente del CDR de la cuadra por una vieja que la tenía vigilada. Al último extranjero que vio entrar en la casa, la nueva presidenta llamó a la policía y hubo que sacarlo con su novia por el fondo.

Y la doctora, por su parte, vivía en una barbacoa en una casa de dos habitaciones donde entre hermanos, cuñadas, niños y madre enferma, eran todo un regimiento. Ahora andaba por el Cerro gestionando con una familia que le debía algunos favores.

Se le ocurría al catalán la siguiente idea: si el gobierno por las razones que fueran no permitía llevar al hotel amigas ni amigos, ¿por qué no construía un gran motel para esos fines, aunque sólo fuera como parte de su estrategia para recaudar divisas? Esto, además de impulsar el turismo, resolvería de paso el problema de los novios cubanos que pudieran pagarlo.

Le llamaba la atención que esta idea no se le hubiera ocurrido a alguien. Si en cambio se le había ocurrido, la cosa era muy grave. ¿Tenía el gobierno algo contra la relación sexual? ¿Era Cuba una sucursal del Vaticano? Contradictoriamente se enseñaba en las escuelas los misterios del sexo y se incitaba en la televisión —a los adolescentes sobre todo— a usar el condón. ¿Dónde? ¿En la calle? Eso le parecía cruel, sádico incluso.

Está visto, pensaba yo divertido, esta gente de los países ricos no entienden, todo lo quieren saber —como la padre de Pilar, la niña de Los zapaticos de rosa. En eso llegaba la doctora con una cara muy feliz.


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