Tuyo es el reino, tuyo es el poder, ¿y la gloria…?
La reacción del gobierno cubano durante la visita del Papa dejó claro que no va a ceder ni una pulgada ni va a permitir la menor grieta de libertad, a costa de lo que sea
El chaparrón que despidió al Papa Benedicto XVI no pudo tener una mayor simbología. Su visita fue un verdadero cubo de agua fría a las expectativas que había creado en gran parte de la población. En comparación con la visita de su antecesor, Juan Pablo II, su presencia pasó “con penas y sin gloria”, todo dentro de un marco estrictamente controlado por el Gobierno, sin ninguna iniciativa popular, militarmente cronometrado: las personas que ocuparían la primera línea del “espontáneo” recibimiento y despedida del Papa, así como las primeras filas de los participantes a las misas, habían sido citadas previamente y anotados sus números de carnet de identidad. Tenían designados los lugares fijos que ocuparían y, al llegar, debían enseñar su documento de identidad. Así, cuadra por cuadra.
A pesar de que el Papa habló bastante claro en la mayoría de sus intervenciones, todo su mensaje se diluyó en medio de la versión y la propaganda oficial. Los locutores repetían como papagayos el libreto preestablecido: “El pueblo le ha brindado un cálido y respetuoso recibimiento”. En su discurso de despedida, el Papa expresó: “Que nadie se vea impedido de sumarse a esta apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido de ella por desidia o carencia de recursos materiales”. Pero el Gobierno no se sintió, para nada, aludido; al contrario, manifestó que encontraba muchas coincidencias de principios con estos pronunciamientos papales.
El que más se acercó a lo que la gente estaba esperando oír fue el arzobispo de Santiago de Cuba, Dionisio García Ibáñez, quien tocó, algo tímidamente, algunos puntos delicados: “Somos un solo pueblo, pero con diferentes criterios en cuanto al camino a seguir para buscar un futuro mejor. A lo largo de nuestra corta historia, este hermoso empeño común se ha visto oscurecido por los egoísmos, la incapacidad de diálogo y de respeto al otro, la presencia de intereses ajenos a los nuestros, la exclusión y la intolerancia, el acentuar las diferencias, hasta llegar a ser irreconciliables, en vez de buscar las coincidencias que nos animan a caminar juntos”.
Pero cuando todo el mundo contuvo el aliento, García Ibáñez anunció que quería terminar con las palabras de su antecesor, el arzobispo Meurice. Su solo nombre desencadenó un fuerte aplauso y prácticamente no se pudo escuchar la cita. No hacía falta, en el recuerdo de todos estaban presentes las valientes y dignas palabras del sacerdote:
“Nuestro pueblo es respetuoso de la autoridad y le gusta el orden pero necesita aprender a desmitificar los falsos mesianismos (…) Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología (…) Durante años este pueblo ha defendido la soberanía de sus fronteras geográficas con verdadera dignidad, pero hemos olvidado un tanto que esa independencia debe brotar de una soberanía de la persona humana que sostiene desde abajo todo proyecto como nación”.
La Iglesia católica cubana ha hecho tantas concesiones para lograr recuperar los espacios que le habían sido arrebatados durante tantos años que, en el camino, perdió la brújula o la voluntad y ha incurrido en un pecado, del cual deberá arrepentirse si desea ser consecuente con lo que predica diariamente en la misa al recitar el “Yo pecador”: el pecado de omisión (“confieso ante Dios todopoderoso (…) que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”).
El Gobierno no desaprovechó la ocasión y desplegó un operativo de represión de tal magnitud y violencia no visto nunca antes. Fue, sin dudas, una demostración de fuerza, un ensayo con público y prensa extranjera incluidos, para que no quedara la más mínima duda de que no van a ceder ni una pulgada ni van a permitir la menor grieta de libertad, a costa de lo que sea. Saben muy bien lo que sucede cuando se empiezan a decir las verdades y la gente pierde el miedo de expresarse con libertad. “No vamos a tolerar una perestroika ni una glasnost”, dijo un importante funcionario de la cultura durante la llamada “guerrita de los email”, en 2007. La iglesia se dejó manipular, tanta fue su sumisión. Ahí su pecado mayor.
El Gobierno dejó bien claro que son dueños del “reino”, o sea, del país, y del poder. Pero “la gloria” jamás la tendrán. La gloria pertenecerá a los que se le enfrenten y reclamen los derechos escamoteados a varias generaciones de cubanos. Y los dirigentes de este país jamás lograrán el perdón, jamás serán absueltos, ni por la historia ni por su pueblo.
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