Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Crónicas

Un buen show

En 'Sicko', el estadounidense Michael Moore encuentra tratamiento y medicinas gratuitos en Cuba para los rescatistas del 11S.

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Un día el popular documentalista Michael Moore entró en el hospital Hermanos Ameijeiras de aquí, de La Habana, seguido por un grupo de paisanos suyos. Lo hizo con la naturalidad de quien ha entrado en un hotel en el cual ha venido alojándose en los últimos años. Siempre sin preguntar ni ser conducido por nadie, avanzó diestro por este pasillo, por el otro, de consulta en consulta, dejando a cada uno de sus acompañantes en manos del doctor correspondiente.

Eran todos ellos rescatistas de la tragedia de las Torres Gemelas, norteamericanos casi suicidas; abnegadas gentes a las que su riesgosa labor salvando vidas durante aquellas horas de pánico de ese aciago día 11 les ha dejado secuelas de las que tal vez nunca sanen, y a las cuales su país les ha cerrado en la cara las puertas de la medicina pública.

Por eso vinieron a Cuba, donde, siempre de la mano del democrático Moore, iban a encontrar aquellos infelices desechados por el poderoso imperio, tratamiento y medicinas gratuitos.

Hasta una dentadura que al parecer le hicieron en diez minutos, llevaba uno de aquellos héroes anónimos, al partir, y otro, una mujer, muy efusiva, hablaba de un medicamento que en su país costaba $100 y aquí en Cuba tenía un valor de 5 centavos, por lo que iba a llevarse una maleta llena.

Exageraciones aparte, fue un buen show. Un tailandés, o cualquiera que en el extranjero vea dicho documental, caerá en el error de creer que en Cuba hasta los extranjeros, sin necesidad de ser venezolanos, bolivianos, nicaragüenses u otros "compañeros" enviados por el compañero gobernante de su país, podrían entrar en un hospital, encontrar al especialista correspondiente y hacerse atender en el acto.

Pero no es mi propósito pasar agua y jabón sobre el mito urdido por Moore al hacerse eco de las bondades de la asistencia médica cubana (quién sabe si para humillar a Estados Unidos o para pasarles de contrabando algún mensaje a los cubanos, o tal vez "ambamente", como bromeando solía decir el poeta Roque Dalton, pues con los gordos nunca se sabe, sobre todo si son periodistas), aunque, ciertamente, nadie que no fuera un mentiroso negaría a la medicina cubana el mérito de ser una de las mejores y más generosas fuera del Primer Mundo.

Con la educación gratuita desde la cuna hasta la universidad, y luego el sarcófago regalado con el resto del funeral, ha sido (es) esa medicina una de las piezas más elaboradas del eje mágico de la revolución en estos cincuenta años; el orgullo nacional, cabe decir, a pesar de que todavía el cubano sigue comiendo de la libreta, a pie por lo general, sin la esperanza de llegar a tener nunca un automóvil, y en buena parte, viviendo en barbacoas, como los murciélagos, o apilado en casas de vecindad.

El nombre equivocado

De modo que abajo el orgullo nacional, a rodar por el suelo igual que hojas secas en medio del viento, cuando semanas atrás pasaron por la televisión el divertido pero muy elocuente documental de Michael Moore. Ver eso fue para el cubano como sentir que le sacaran de repente la silla donde estaba sentado.

Así que también en Canadá, Inglaterra y Francia la medicina es gratis y, además, sin ser enviado por Chavés, Evo Morales u Ortega, le dan asistencia hospitalaria al extranjero, a cualquier extranjero.

Así que en Francia al paciente le dan meses para su recuperación, y entre el Estado y el patrón le pagan el sueldo lo que dure su licencia.

Así que, al contrario de Cuba, donde algunas medicinas hay que comprarlas en divisas en las farmacias para turistas y para cuya compra será preciso vender la máquina de coser, si no se tiene una hija jinetera o se reciben remesas del extranjero, en Inglaterra cuestan $6.60, sea una medicina o cuantas haya puesto el médico en la receta.

Así que allá un médico de hospital, todavía joven, gana más de un millón de dólares al año.

Tales, entre otras, eran las asustadas exclamaciones que oía uno en las calles a propósito de las noticias que en su documental diera aquel señor Michael Moore, que había dejado las tablas ardiendo por más inofensivo que pareciera cuando entró como Pedro por su casa en el hospital Hermanos Ameijeiras seguido por sus rescatistas del cuento.

Es natural. Como decía al día siguiente una señora que salía del puesto con su pancito de la libreta: "Con un capitalismo así, para qué perder tiempo construyendo el socialismo".

A lo que le contestó otra señora: "Yo me quedé pensando que quizá el verdadero socialismo es el de esa gente, y este de aquí, una cosa a la que le equivocaron el nombre".


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Cartel de 'Sicko'Foto

Cartel de 'Sicko'.

'Sicko', la Cuba de Michael Moore

Fragmento de su documental sobre la salud pública en Estados Unidos.

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