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Transporte

Un tren hacia el infierno

Los ferrocarriles reflejan el desastre: inseguridad, impuntualidad, falta de higiene, saña policial y relajo.

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Viajar en tren por la Isla era un mito antes de 1959. Este medio de transporte público funcionaba con la precisión de un reloj suizo, según decían. La exactitud en los horarios era muestra de la eficiencia e idoneidad que solían envidiar muchos empresarios. Un tren de Guantánamo con destino Camagüey, además de seguro y confortable, llegaba siempre a su hora.

Ahora estamos justamente en el otro extremo. Todo ha cambiado para mal. Viajar en tren, la única alternativa para miles de ciudadanos, constituye un calvario seguro. Como el resto del entramado social, la crisis permanente se ha posado sobre la reputación de los ferrocarriles, y opinar hoy sobre este medio de transporte es un seguro nido de alacranes.

Aun así, sin otra opción en el horizonte, la mayoría de la gente se vale "del caballo de hierro" para acarrear sus productos de un confín a otro de la Isla, evadiendo los controles policiales y en medio de las más patéticas condiciones de seguridad e higiene.

Gerardo, de 26 años, daba sus primeros pasos cuando empezó el declive de las "conquistas" del ferrocarril cubano, pionero en América Latina cuando estrenó en 1837 su primer recorrido de línea férrea, Habana-Bejucal.

La Unión de Ferrocarriles de Cuba construyó una nueva vía férrea, alejada más de cinco kilómetros del centro de los pequeños pueblos, por lo que estos perdieron en un elevado por ciento su actividad neurálgica.

"En mi casa vendían caramelos, galleticas dulces y mil golosinas más, pero ahí empezó a derrumbarse nuestra vía de 'escape'. Entonces había que moverse hacia las afueras y mis padres fueron pasto seguro de la Policía. Cuando llegábamos a la terminal, ahí nos esperaban para multarnos y arrebatarnos la mercancía. Creo que por ahí empezó todo", acota.

Gerardo ha visto "el derrumbe". En sus recorridos hasta La Habana a bordo de un tren, sólo le han vendido un par de bocadillos de subproductos cárnicos y refrescos sin enfriar. Asegura que en Camagüey es donde más se vende, los "particulares" pertrechan mejor el tren de variedades, aunque también hay más saña policial.

A pesar de la tardanza de los viajes, la gente ha optado por los nuevos ómnibus, porque las roturas y cancelaciones de última hora rompen los planes de cualquier viajero.

"Esto es el fin de algo. 24 horas de viaje o más acaban con los argumentos para defender un país. El que quiera saber lo que es Cuba, que haga un tour Habana-Santiago, con eso basta", señala el joven.

'Trencito que recorres los caminos…'

Desde hace dos años, Yaquelín se traslada con frecuencia desde Holguín a la provincia de Matanzas, para visitar a su madre, ya anciana. La muchacha comenta que, "por lo general, llega con tres o cuatro horas de retraso". "El verano pasado estuvimos seis horas esperando por una locomotora en Santa Clara. Por esas cosas, nadie brinda explicaciones", opina.

"La gente pensó que con la llegada de las locomotoras chinas se iba a aliviar la tragedia de los trenes", pero ahora las autoridades dicen que no sirven los rieles. "Mañana van a decir otra cosa, siempre se justifican con algo", señaló.

En vano fueron los intentos por contactar a jefes de operaciones y gerencias provinciales. Unos se niegan a hablar con la prensa y otros esperan "orientaciones del nivel central".

Yaquelín ya no hace colas de dos días para reservar pasaje en la capital provincial, ahora lo adquiere directamente en el mercado negro. "Prefiero comprar el boleto por cien pesos. En mi municipio sólo venden diez pasajes por mes y siempre aparecen las molestas 'transportaciones', cuando anulan todos las opciones para llevar a delegados a algún congreso, militares en masa o estudiantes hacia alguna tarea de última hora", afirma.

Un jubilado del sector ferroviario recuerda cuando su padre, en la primera mitad del siglo pasado, se jactaba de poder ajustar el reloj por la hora de llegada de los trenes. "No es ninguna exageración", apunta Rubén, quien añade: "Si el hombre no es bien atendido, ¿adónde vamos?".

Cuando la tripulación del tren Santiago-Habana llega a la capital no le espera un sueño reparador ni la mejor alimentación, "aparte de que las cosas han cambiado tanto que ya no le sacan ninguna ventaja. Antes compraban en La Habana y tenían una entrada económica adicional cuando regresaban. Hoy llevan inspectores, supervisores, policías, y ni atienden bien a los viajeros ni ganan lo suficiente, ni van nunca a sentir amor por un trabajo que los agobia. Yo terminé de guardia en una dependencia de ferrocarriles, ya no podía con esa tortura", concluye.

Un par de veces al año la prensa oficial publica reportajes o entrevistas a directivos de la Unión de Ferrocarriles de Cuba o del Ministerio de Transporte, y siempre queda para luego 'resolver' esta situación desastrosa. Las quejas aparecen en las secciones correspondientes de los semanarios y en algunos noticieros: falta de agua potable, paradas innecesarias, vagones sin limpiar, baños infectados de mal olor y otras pudriciones.

"Aun así, la gente necesita viajar y lo hace", dice Yaquelín. "Siempre uno espera bajar de las doce horas para llegar a Occidente, pero si no es así, ¿qué hacer? Ya nunca va ser igual".


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