“Un viejo bolero”
Cada vez que los dirigentes cubanos (…) nos repiten semejantes llamados a una paciencia y cautela demasiado parecidas a la parálisis, bien podríamos responderles con el estribillo del recordado bolero “Estás perdiendo el tiempo pensando, pensando… Por lo que tú más quieras hasta cuando, hasta cuando”
Siempre que te pregunto que ¿Cuándo? ¿Cómo? y ¿Dónde?
Tú siempre me respondes: Quizás, quizás, quizás
Y así pasan los días y yo desesperando y tú,
tú contestando: Quizás, quizás, quizás.
“Quizás, Quizás, Quizás” (Osvaldo Farrés, 1946)
Un viejo y gastado bolero. Eso es lo que nos ha cantado, a los millones de cubanos de dentro y fuera de la Isla, el presidente Raúl Castro, con su parca alusión a los cambios de políticas migratorias en el resumen de sesiones de la Asamblea Nacional cubana celebrado este viernes en la Habana.
En la también escueta nota reseñada en el portal de Cubadebate las escasas referencias al discurso presidencial hablan de “…la invariable voluntad del gobierno de introducir, paulatinamente, los cambios requeridos en la política migratoria” de como “esto se realizará sin dejar de valorar en toda su integralidad los efectos favorables y desfavorables de cada paso dado en relación con ello”. Lo cual significa, en este rubro, la continuidad de una retórica carente de plazos y compromisos firmes que permitan a la gente medir la implementación y voluntad de cambio real de sus gobernantes.
Semejantes alusiones expresan una postura que, más allá de reconocer la complejidad administrativa de aplicar tales reformas[1] revela un absoluto desconocimiento —o aún peor, desprecio— por las frágiles esperanzas y derechos de millones de compatriotas. Como si la envejecida dirección cubana sintiese que posee “todo el tiempo de los cedros” —aquel que con cursi lirismo mostraba una hagiógrafa isleña— para introducir los cambios y hacer esperar por ellos a la cansada población. Y es que cada vez que los dirigentes cubanos —y en especial el presidente Raúl Castro— nos repiten, una y otra vez, semejantes llamados a una paciencia y cautela demasiado parecidas a la parálisis, bien podríamos responderles con el estribillo del recordado bolero “Estás perdiendo el tiempo pensando, pensando… Por lo que tú más quieras hasta cuando, hasta cuando”.
Para colmo al reconocer que “no pocos consideran urgente la aplicación de esa nueva política” el mandatario expresó —según nos cuenta Cubadebate— que estos compatriotas olvidaban “las circunstancias excepcionales en que vive Cuba bajo el cerco de la política injerencista y subversiva del gobierno de Estados Unidos” el cual, recordó “se encuentra siempre a la caza de cualquier oportunidad para conseguir sus conocidos propósitos”. Así, lo que comienza como un reconocimiento sublimado —pero agradecible— de una realidad mayor (los muchos, muchísimos que claman por reformas que eliminen tantos vejámenes y privilegios) termina como un lamentable ejercicio de (auto) justificación para legitimar una política superada por la vida y el derecho de gentes.
Pero Raúl ha contribuido, involuntariamente, a dejar en ridículo a quienes —por fanatismo o conveniencia— son entusiastas defensores de cuanto giro de timón realizan las autoridades cubanas. Porque este tema (la reforma de las restrictivas políticas migratorias) ha generado un abrumador consenso entre cubanos de todo perfil profesional, ubicación geográfica y tendencias políticas. No se puede descalificar a los que aplauden los cambios presentándolos como “mercenarios del Imperio” cuando entre ellos se encuentran laureados artistas como Vicente Feliú o académicos como Carlos Alzugaray y Jesús Arboleya, todos plenamente identificados con el Gobierno cubano.
Además, en los últimos tiempos estas posturas han cobrado una resonancia inaudita en diversos espacios. En el excelente reportaje Expectativas Migratorias de la periodista Dalia Acosta, de Inter Press Service, así como en un foro virtual (Café 108) organizado por dicha agencia, el protagonismo y reclamo aperturista de personas residentes en la Isla fue claro. También el debate, llegó con fuerza a las redes sociales. Para rematar, en cada mercado, guagua o casa de la Habana no se ha dejado de comentar (y esperar) por estos días los esperados cambios.
Así que alguien debería informarle al Presidente lo que la inmensa mayoría de su pueblo piensa (aconsejándole el despido de unos cuantos analistas de “Opinión del Pueblo” como parte de su política de actualización) o tendremos que considerar, en su defecto, que una mezcla de torpeza y arrogancia ha obnubilado la capacidad de la máxima dirección cubana para acometer estas ansiadas reformas. Mismas que le darían, adicionalmente, cuotas importantes de legitimidad en momentos en que su capacidad de construir una auténtica hegemonía (tarea de toda élite que quiera garantizar su dominio) se encuentra por el suelo y depende, en buena medida, del apoyo activo de una minoría entusiasta, y el control que ejerce sobre una expectante mayoría silenciosa.
Ahora, si bien estas declaraciones del Gobierno cubano provocan molestia y azoro en los defensores de las reformas (previsibles o en curso) dentro de la Cuba actual, ofrecen una posibilidad para algunas reflexiones. Ante todo, como les recordaba recientemente a varios colegas raulistas en sendos encuentros en México y la Habana, estas posturas oficiales en torno a los avances o demoras en las esperadas reformas rescatan el valor del timing, de los plazos que daremos –—desde la mirada científica, política y ética de cada cual— a estos cambios, a sus resultados previstos y emergentes. Plazos y saldos sobre los cuales serán hechas las valoraciones que definan nuestras posturas sucesivas, como impulsores de una democratización (en mi caso con contenidos socialistas ya expuestos) del orden vigente o como meros defensores de un reacomodo empresarial, tecnocrático y autoritario de las élites isleñas y sus socios foráneos.
Pero también —y acaso sea lo mas importante— el tema de la (postergada?¡) reforma migratoria destaca la existencia de amplios consensos en temas puntuales, que valdría la pena proteger y cultivar de cara al futuro inmediato, sin que nadie se sienta con el derecho de imponer a los demás agendas taxativas ni raseros ideológicos rígidos. Sería bueno que en la mas amplia diversidad de foros y medios (desde la UNEAC a Diario de Cuba, de las asambleas del PCC a las convocatorias académicas del Bildner Center, desde los encuentros La nación y la emigración a las iniciativas de los múltiples grupos culturales autónomos de la Isla) estuviera presente la capacidad y compromiso de promover y exigir, con los medios y lenguajes de cada actor o contexto, un cambio en las políticas migratorias vigentes. Y hacerlo sin la retórica de barricada del anticastrismo trasnochado o los giros abstractos de cierto reformismo oficial que terminan, respectivamente, por asustar u ocultar una demanda real y concreta de la gente: el respeto y vigencia de sus derechos, que no pueden ser sustituidos por costosos permisos o privilegios gremiales.
[1] Para lo cual han tenido el tiempo suficiente y se cuenta con estudios realizados sobre la situación migratoria cubana y planes operativos sobre la posible conversión de la Dirección de Inmigración y Extranjería en una dependencia civil, afín a sus homólogas internacionales.
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