Actualizado: 18/04/2024 23:36
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cuba

Sociedad

Una clase en extinción

El mismo país que importa el 90% de la alimentación básica, deja el marabú crecer y desestimula la producción independiente con imposiciones políticas.

Enviar Imprimir

En 1956, cuando Fidel Castro desembarcaba en Las Coloradas e iniciaba la ofensiva final contra el régimen de Batista, la realidad era obvia. La población trabajadora agrícola, que se podía calcular en 2.100.000, tenía un per cápita anual del 10% de los ingresos nacionales, según estudios realizados entre los años 1956 y 1957 por una organización llamada Agrupación Católica Universitaria (ACU), cuyo material ha sido reeditado recientemente en Estados Unidos.

Testimonios verídicos y la historia misma de la Isla atestiguan que tan desesperante situación, alongada por las paupérrimas condiciones de vida, fue la que llevó a los campesinos a apoyar firmemente a los "rebeldes" que les prometieron un futuro mejor.

Sin embargo, repasando la historia más reciente, otra realidad resulta mucho más sobresaliente. El campesinado, ese que confió con absoluta certeza en la guía de Fidel Castro, padece un exterminio notable y, como especie exótica, peligro de extinción.

De primeros… a últimos

Cuba escribe su presente de una manera diferente. Cada día la tierra produce menos y se eliminan importantes fuentes de autoabastecimiento agrícola. La era de la exportación y formación de médicos en masa y una "batalla de ideas" que sepulta las pírricas aspiraciones al desarrollo, predominan. El campesinado ha sido obligado a mirar con desdén su otrora espacio. Cada día quedan menos productores individuales y los que subsisten apenas obtienen ganancias de lo que cosechan.

En la Isla, más del 50% de las tierras dispuestas para la agricultura están ocupadas por las Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC), en tanto las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) ocupan el 10% y las de Créditos y Servicios (CCS) el 11,5%.

Todas estas organizaciones son propiedad gubernamental. En un reciente discurso, Orlando Lugo Fonte, presidente de la Asociación de Agricultores Pequeños (ANAP), no ha podido negar que la fuerza estatal domina el 88% de la producción de maíz y frijoles, el 80 de los frutales, el 62 de las hortalizas, el 95 del tabaco y el 70 del café.

Junto a ellas coexisten las granjas militares, que, en otro por ciento nada despreciable de tierras, producen todo el alimento que mantiene al Ejército. Garantizan, de cierta forma, su autoabastecimiento.

Los campesinos independientes, que se resisten a integrar las organizaciones de producción colectiva, cosechan sus producciones en menos del 3% de la tierra cultivable del país.

Con la aparición, hace más de 10 años, de los Mercados Agropecuarios, numerosas han sido las medidas para intentar frenar la "corrupción" y el "mercado ilícito" entre productores y revendedores. Las ya mencionadas instancias estatales son las campeonas en "hechos delictivos" y "desvío de recursos".

No obstante, la realidad confirma que quien tiene menos derecho a vender en los indispensables agromercados, es el campesino independiente. Los costos de su producción, para la que tiene que inventar cómo obtener la mejor semilla, el transporte y los productos biológicos, hacen inviable un intercambio comercial que ha ido desapareciendo.

Un informe del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, publicado por el semanario Trabajadores, deja entrever, casi en tono de victoria, que sólo permanecen en esta mínima forma de producción independiente 3.857 campesinos en todo el país. La cifra, mucho más abultada hace tan sólo algunos meses, llegó a estos niveles con el colapso de la industria azucarera y con la casi total desaparición del campesinado cañero. El boniato, la yuca, la calabaza…, productos de ciclos muy cortos, son ahora las pocas y casi únicas fuentes con que subsisten los que viven en y del campo.

Las producciones son compradas por las cooperativas estatales a precios irrisorios, y luego vendidas a la población por el doble de su valor real.

Muchos campesinos optaban, hasta hace muy poco, por trasladar sus producciones a otros territorios. La policía económica, sin embargo, prohibió a los transportistas privados conducir sus camiones si estos cargaban productos agrícolas. Además de eso, quedó implantado un decreto-ley que impide el trasiego de viandas, hortalizas o frutas fuera de la localidad donde son cosechadas.

Tales medidas no tienen otra intención que obligar a los productores particulares a vender sus cosechas al Estado o, en caso peor, a olvidarse de la tierra y de sus frutos, para no pagar las multas de casi 1.500 pesos establecidas para los casos de violación de dichas prerrogativas. No por gusto la disminución de la población rural se estima en casi un 50%.

Campesinado político

Lo cierto es que una nueva especie de campesino está surgiendo. Las noticias del sector ya no se basan en éxitos productivos, y mucho menos en abastecimientos agrícolas para los ciudadanos.

Los hijos de los campesinos casi son obligados a abandonar el campo e irse a la ciudad para convertirse en "trabajadores sociales", "instructores de arte" o cuanto invento académico y compromiso político se difunde y crea en el país.

Los campesinos de hoy, muy distintos a los de otrora, que rara vez se involucraban en cuestiones políticas si un pedazo de tierra era legítimo para sembrar, son más elogiados si ponen su palabra en favor de la libertad de los cinco espías presos en Estados Unidos, la condena a Posada Carriles o en apoyo a las "reflexiones" del Comandante.

Un repaso breve por la prensa oficialista del pasado 17 de mayo, "día del campesino", hace legítimo ese fenómeno de cambio. Los reportajes no hablan de aumento en la producción, rebajas en los precios, ni de incentivos…

Un país que prácticamente no produce nada y que importa el 90% de la alimentación básica, que olvidó lo que son las plantaciones de maíz, desarmó centrales azucareros y los ensambló en Venezuela y Bolivia, para dejar sin empleo ni esperanza a miles de obreros agrícolas, que deja al marabú crecer y campear en tierras cultivables; obliga a su sector campesino a apoyar la demanda castrista de frenar la producción de biocombustibles y convertir el campo en una universidad gigante, masiva, mediocre…

Aquel sector de la sociedad que confió en una era mejor, a partir de 1959, sufre un lamentable proceso de extinción. Y lo peor, un agotamiento casi total de su capacidad productiva en virtud de la elevación del adoctrinamiento político gastado, pero en el que la Revolución Cubana fija su angustioso devenir.