Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Sociedad

Vidas recicladas

Les llaman buzos o leones y son escarbadoras humanas de la economía informal.

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Ganar al mes el equivalente de unas cien botellas de litro y medio de refresco no parece la gran cosa. El dato da un vuelco cuando se trata de Cuba.

"Aquí se puede vivir de la basura". Esa, al menos, es la máxima con que cada día se levanta Juan Pico, el hombre que como tantos otros ha hecho de su existencia, igual que las botellas que limpia, una vida reciclada.

Desgarbado y tozudo, Pico es un cuarentón que pedalea kilómetros capitalinos en busca de botellas de cerveza o de ron y latas de cerveza o refresco. Tiene vista de águila. Las divisa a lo lejos. Algunas por la refulgencia, otras por intuición.

Enero ha sido pródigo. Las fiestas de fin de año dejaron su derroche y hay más desperdicios que nunca.

Una gorra protege su cabeza entrecana. Fue negra en su momento. Ahora "tiene el color de las cucarachas", dice para testimoniar sus jornadas de sol a sol.

"Esto es mañana, tarde y noche, pero veo el fruto de mi trabajo", explica sin dejar de mover los pies y observar los semáforos. Sus uñas están negruzcas, pero detesta los guantes de lona porque dificultan "coger las cosas y llevar el manubrio".

En una caja plástica de cerveza, que hace las veces de canasta, echa todo lo colectado en las calles y en los tachos de basura. Los baches hacen que su mercancía suene aparatosamente.

"Yo trabajaba como mecánico en un taller (estatal), pero esto me da mucho más. Ya pude arreglar el baño y mi familia hace tres comidas al día", se ufana.

En la noche, antes de dormir, Pico lava afanosamente los envases. Parece obsesivo. "Si tienen una manchita no te los cogen". A veces el menor de sus dos hijos lo ayuda, pero él se opone. "Tiene que estudiar y sacar buenas notas".

Reglas son estrictas

El Estado mantiene activa una red de casas de compra en toda la isla. Se trata de puntos de recepción de materia prima pertenecientes a la empresa nacional de recuperación, una de las instancias de la industria sideromecánica.

Se calcula que las exportaciones de aluminio son un pingüe negocio: una tonelada se cotiza a más de 2.700 dólares, mientras que el cobre supera los 5.500 dólares.

Las reglas son estrictas. Por cada 24 botellas de cerveza se obtiene un litro y medio de refresco. Igual recompensa por siete botellas de ron o seis kilos de cobre o bronce o cuatro kilos de aluminio. En todos los casos se exige que la carga esté libre de impurezas o accesorios de otro mineral o material.

"No aceptamos mercancía de procedencia dudosa", advierte uno de los funcionarios que se ocupa de la recepción y pesaje de los artículos. Para confirmar el carácter no ferroso de lo acaparado hacen la prueba del imán.


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