Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Emigración, Exilio, Remesas

¿Y qué reciben los emigrados?

El gobierno cubano sigue viendo a sus emigrados como desprendimientos del cuerpo nacional a los que hay que sacar plusvalía

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El Nuevo Herald nos brinda un artículo despachado por AFP que vale la pena analizar. Se trata de una de esas piezas analíticas breves que da cuenta de un fenómeno tan complejo como es la emigración cubana.

El artículo se detiene especialmente en las opiniones vertidas por un conocido académico cubano y director del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana: Antonio Aja. Creo que lo dicho por Aja es lo que más se ha dicho sobre el asunto hasta el momento en Cuba en el mundo oficial al que Aja pertenece en su calidad de director de un centro tan estratégico como el CEDEM. Compárese, por ejemplo, con el discurso que el canciller Bruno Rodríguez le regaló a un grupo de migrantes “patriotas y respetuosos” en una reunión en New York hace solo par de años y en el que despreciaba olímpicamente cualquier contribución económica de los emigrados al desarrollo del país en la consideración de que Cuba necesitaba mucho más dinero del que los emigrados podían aportar.

Pero al mismo tiempo, lo dicho por Aja muestra con crudeza cual es el límite del discurso oficial cubano —y de la práctica consecuente— respecto al tema.

Según éste, Cuba es un país de migración (concepto que se aproxima más que nunca a lo que realmente es: una sociedad transnacional) y en consecuencia debe abrir espacios de acción a esta realidad. Aja lo concibe, según El Nuevo Herald, capitalizando a esa emigración, como hacen numerosos países, lo que “significa que pasen un tiempo en Cuba, que trabajen para Cuba, que inviertan para Cuba, es decir que el proyecto (nacional) los tome en consideración. Cuba tiene que tomarlos en consideración” Es decir, que “intervengan en ese proyecto todos los (emigrados) que son capaces de hacerlo”.

En otras palabras, el director del CESDEM ofrece a los migrantes “que puedan”, es decir que tengan dinero para ser “capitalizados”, que participen en un supuesto proyecto nacional que la población nacional no conoce, y mucho menos los emigrados. Y estoy seguro que tampoco buena parte de los funcionarios. Y de paso afirma que todo esto es un paso de avance gracias a la reforma migratoria.

Estoy de acuerdo en que la reforma migratoria ha sido un paso de avance proceditivo, pero deja las cosas como están —en el mal lugar en que están— en dos sentidos. En primer lugar no crea derecho, sino solo alarga permisos, para la población residente en la Isla. En segundo lugar no modifica sustancialmente el status de desterrados de los emigrados, a los que solo se les permite estar más tiempo de visita, y regresar al país definitivamente si piden permiso y se les concede.

Es cierto, como dice Aja, que los migrantes se han convertido en pilares básicos de las economías nacionales. Pero omite algunas consideraciones vitales. Por ejemplo, que los países emisores tratan de utilizar todo el potencial de sus migrantes: capitales para invertir, conocimientos técnicos superiores, relaciones sociales e institucionales, etc. Y que para hacerlo dan a sus emigrados numerosos estímulos, que van desde exenciones fiscales a importaciones hasta aparatosas bienvenidas en los aeropuertos cuando regresan en masa en fechas festivas.

Y, sobre todo, que ponen en vigor medidas para integrar a los emigrados a la vida nacional mediante la extensión de los derechos políticos a sus ciudadanos de ultramar: votan y eligen representantes.

Desafortunadamente el gobierno cubano sigue viendo a sus emigrados como desprendimientos del cuerpo nacional a los que hay que sacar plusvalía mediante remesas y cobrándole los servicios consulares a precio de oro.

Ya no les considera bestias pardas contrarrevolucionarias, gusanos desertores del tren revolucionario. Ahora descubre en ellos un filón de dinero fácil (los dirigentes cubanos sienten pasión por el dinero fácil) y hasta reconoce bolsones de emigrados “respetuosos y patriotas” a los que se invita a reuniones donde, dicen, dialoga la nación con su emigración. Aunque en realidad solo cuchichea el gobierno con sus gavillas de adeptos.

Y al resto, a la gran masa de emigrados que sostienen el consumo popular con sus remesas, ahora les invita a ser amigos, solo que dando tan poco y pidiendo tanto, que uno puede asumir que se trata de una amistad muy asimétrica. Que con tales amigos los emigrados pueden prescindir de todas las enemistades.


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