Actualizado: 19/05/2024 23:18
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Historias, Literatura, Cementerios

Los fascinantes relatos que guardan las tumbas

Peter Ross ha escrito un libro que saca a la luz las historias y las glorias de los mejores cementerios. Pero lejos de ser una obra macabra, es una celebración de la vida y el amor

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Cuenta el periodista escocés Peter Ross que se crio en cementerios. “Los muertos, expresa, eran mis niñeras, mis tranquilos compañeros. Aunque no silenciosos. Se daban a conocer con gran formalidad. Solo había que leer las lápidas”. Con esas palabras inicia el primer bloque de su libro Una tumba con vistas (Capitán Swing Libros, Madrid, 2023, 335 páginas, traducción de Isabel Hurtado de Mendoza Azaola), en el cual adentra a los lectores en un mundo tan poco conocido como fascinante.

Ross revela que de niño era receloso, tímido, cauteloso, encerrado en sí mismo y en los libros. Leía novelas como La isla del tesoro, El sabueso de los Baskerville, aventuras de otras épocas. En esa compañía, las lápidas no eran más que otros cuentos. Solía deambular entre ellas, “leyendo las inscripciones, mirando boquiabierto las tallas del siglo XVIII o introduciendo un dedo vacilante en las cuencas de una calavera de piedra o en los agujeros que habían dejado las balas de mosquete en los muros de una iglesia medieval”. Y afirma que “si la imaginación es un músculo, los cementerios son un gimnasio”.

Lo más lógico es pensar que al tratar un tema tan lúgubre, Una tumba con vistas debe de ser una obra macabra. A eso debió responder Ross en una entrevista, en la cual le preguntaron si el suyo es un libro triste. Su respuesta fue: “No. Hay tristeza en mi libro, tal como la hay en la vida. Pero, de nuevo, como la vida, mi libro está lleno de humor, de interés y, sobre todo, de amor”. Y así es. Todo lo contrario a una obra macabra, Una tumba con vistas Ross es una celebración de la vida y el amor, pero que al mismo tiempo ofrece un reconfortante abrazo a la mortalidad.

Eso responde a la concepción que su autor tiene de todo lo que se relaciona con los cementerios. Lo deja claro en las primeras páginas: “Este libro, como un buen funeral, será una celebración, no un lamento. Sacará a la luz las historias y las glorias de los mejores cementerios, desde las grandiosas necrópolis de las ciudades hasta los acogedores camposantos de las iglesias rurales. A mí me encantan todos. Los adoro hasta los huesos. Y me gustaría conseguir que a ti también te gusten”.

Se ha acuñado un término para definir a las personas amantes de las tumbas y los cementerios, que se fijan en los nombres y las inscripciones de las lápidas. Ese vocablo es tafófilo. Ross lo es desde hace unos cuantos años, durante los cuales ha recorrido todos los cementerios de Gran Bretaña e Irlanda. Conoce bien, por ejemplo, aquellos que son superventas internacionales, como el Highgate, de Londres. Allí están enterrados el cantante George Michael, la escritora Georg Eliot, el pintor Lucien Freud, el ingeniero Michael Faraday, Karl Heirich Marx, padre del comunismo, Alexander Litvinenko, exagente de la KGB que fue envenenado con plutonio. Sin embargo, Ross confiesa que sus cementerios preferidos son aquellos que apenas poseen una fama local. Y agrega que lo que más le atraen de las losas antiguas no son tanto los fallecidos de renombre como las increíbles historias de la gente corriente. Muchas de ellas las recogió y están maravillosamente narradas en Una tumba con vistas.

Dispuestas en filas, las tumbas son estanterías llenas de sabiduría, secretos e historias. Ross ha sabido leer todo lo acumulado en ellas y ese rico material lo ha plasmado en su libro. Es un escritor perspicaz y capturó de modo inteligente el sentido de los cementerios y de su historia, al mismo tiempo que aportó al tema una profunda humanidad. Unos datos básicos —un nombre, unas fechas— los convierte en un agujero espacio-temporal, algo que solo puede lograr una mente curiosa y sagaz. A esto él añade un elemento adicional: “un teléfono bien cargado. Se empieza por Google y quién sabe dónde se acaba”.

Apunta que siempre que recala en un sitio donde no ha estado antes y dispone de tiempo libre, pregunta por el cementerio más antiguo de la ciudad o el pueblo. Hallar una piedra sepulcral interesante suscita en él una enorme alegría. Eso le sucedió en el camposanto de la iglesia parroquial de Saint Mary the Virgin. Allí encontró una lápida que después ha vuelto a admirar a menudo:

“Aquí yacen los cuerpos de FRANCIS HUNTRODS y MARY, su esposa, que nacieron el mismo día de la semana, mes y año: el 19 de septiembre de 1600; se desposaron el mismo día de su nacimiento y, tras haber engendrado doce hijos, fallecieron a la edad de ochenta años el mismo día del año en que nacieron, el 19 de septiembre de 1680, el uno no más de cinco horas antes que el otro”.

Encuentra sucedáneos raros de cementerios

Para Ross, un cementerio es un lugar donde hacerse preguntas, pues incita a ello. Caminando por el de Cathcart, dio con una lápida en la cual le llamó la atención el nombre del difunto: Jean-Baptiste Louis Jauton, nacido en Versailles, Francia. La historia de ese francés que fue a Glasgow y allí murió estimuló su curiosidad: “¿Qué le parecería nuestra ciudad de color negro ahumado después de París y Versailles? ¿Qué clase de hombre sería Jean-Baptiste y qué le empujaría a quedarse? ¿Se le haría raro pronunciar el dialecto de Glasgow, con sus oclusivas glotales y sus fricativas guturales, o disfrutaría de los sonidos broncos, de la misma manera que hay quien se deleita pasando la lengua por un diente roto?”.

La práctica que ha adquirido con los años, le hace encontrar a Ross sucedáneos raros de cementerios. En York, al dirigirse a la estación de tren tras haber asistido a una boda familiar, divisó unas cuantas lápidas antiguas entre dos carreteras muy transitadas. De acuerdo a lo que reza un cartel, allí enterraron a algunas de las 185 personas que fallecieron a causa de una plaga de cólera, durante el verano y el otoño de 1832. El escritor pudo averiguar después que entonces no se conocía la causa de las muertes ni tampoco cómo se podía curar. Ante eso, el Consejo Privado de la Corona decretó que los funerales de las víctimas no podían celebrarse en las iglesias y que sus cuerpos no debían inhumarse en los camposantos. Una medida que se tomó debido al temor a nuevos contagios. Se halló un terreno baldío al otro lado de las murallas de la ciudad, y allí es donde hasta hoy descansan aquellas personas a quienes el cólera se llevó.

En Gran Bretaña hay unos 14 mil cementerios. De ellos, 3,500 son anteriores a la Primera Guerra Mundial. Muchos están llenos o prácticamente al límite, y ya no se permiten nuevos sepelios. También es cierto que cada vez son menos las personas que quieren recibir sepultura cuando se mueran. Y como consecuencia, hace notar Ross, gradualmente se está perdiendo la costumbre de visitar y adecentar la tumba de los seres queridos.

De los cementerios llamados los “Siete Magníficos” de Londres, Kensal Gree es el único que sigue siendo de propiedad privada. Desde sus orígenes se concibió como la respuesta londinense al Père Lachaise de París. Ser enterrado allí se convirtió en sinónimo de estatus elevado, por ser un lugar de prestigio donde recibir sepultura. Acerca de esto, Ross comenta que “pasear por Kensal Green supone sentir la vanidad y el poder económico del siglo XIX como una fuerza casi palpable, su energía y diligencia plasmadas en piedra (…) Es una imagen congelada de un periodo de enorme progreso. Es una osificación de la Gran Bretaña victoriana”.

En Una tumba con vistas, su autor ha recopilado numerosas historias. Referirme solo a unas pocas me obligaría a escribir en demasía. De modo que dedicaré el espacio restante a algunas que me interesaron de modo especial. En su libro, Ross cuenta su experiencia al asistir a un gusl, el lavado ritual de un cadáver, que es parte ritual de los entierros islámicos. Al igual que realizan el udú, el lavado previo a las oraciones, los musulmanes deben purificar sus cuerpos antes de ir al encuentro con Alá. A las mujeres las lavan mujeres, e igual es con los hombres.

Tras el gusl, los cuerpos son amortajados. A los hombres los envuelven en tres sábanas, y a las mujeres en cinco, incluido un pañuelo en la cabeza. Siempre se utiliza algodón blanco, sin tomar en cuenta la posición económica o social de la persona. La ley islámica prohíbe la incineración y también exige que el entierro sea lo antes posible tras la muerte. La idea generalizada de que se haga en las primeras veinticuatro horas se toma muy en serio, aunque no es de carácter religioso sino cultural. No resulta infrecuente que una familia se ponga en contacto con la funeraria cuando su ser querido aún está vivo con respiración asistida. En el Islam, además, a la muerte se le despoja de sentimiento: el duelo no debe durar más de tres días.

La muerte es una forma de vuelta a casa

En los cementerios musulmanes, todas las parcelas son idénticas, porque todos los hombres y mujeres fueron creados iguales por Alá. Como las personas de cualquier religión, estos van a los cementerios porque echan de menos a los seres queridos que allí descansan. Pero además es propio del islamismo visitarlos para encarar el destino final. En esa religión, la muerte es considerada una forma de vuelta a casa. Esa es la razón por la cual, al morir alguien, dicen: “En verdad pertenecemos a Alá y verdaderamente a él regresamos”.

En el cementerio de Hainault, en Essex, los musulmanes cuentan con un cementerio propio. Se llama Gardens of Peace. Se fundó en 2002 y a los quince años ya estaba saturado, con 10 mil adultos y unos 4 mil niños enterrados. A finales de 2017 se abrió un cementerio nuevo en las inmediaciones, al que calcularon le quedarían cuatro años de capacidad. De acuerdo a Ross, ya se ha comprado un tercer emplazamiento y se están buscando otros más. En Gran Bretaña, el problema de cómo encontrar suficiente espacio para las personas que fallecen es especialmente acuciante entre la comunidad musulmana, debido a lo antes apuntado de que su religión no permite la incineración.

Ross cuenta que en una de sus visitas a Highgate estaba a punto de salir, cuando se fijó en una sepultura diferente al resto. Según la lápida, es de Sonny Anderson (1999-1011), un chico “destinado a la grandeza”. El detalle que le llamó la atención y “atrapa el corazón” es la esquina superior izquierda de la lápida: se quebró la pizarra gris para construir una esquina nueva, hecha de vistosos ladrillos de Lego. Como después su por la madre del niño, a este le diagnosticaron un cáncer cuando tenía nueve años.

Ella y su hermana quisieron que para su tumba harían algo que representara a Sonny de la mejor manera posible. Al niño le chiflaban los legos, y cuando lo ingresaron se entretenía haciendo construcciones. Así que se les ocurrió utilizar las piezas de ese popular juego para la tumba. El día del funeral repartieron unas cuantas entre los chicos que asistieron, para que, en lugar de ti erra, las arrojasen sobre la sepultura de Sonny. Reproduzco unas palabras que la madre le dijo al escritor: “En su cumpleaños, nos sentamos en torno a la mesa, hacemos un Lego y lo llevamos al cementerio. Nos da cierto consuelo”.

En Gran Bretaña hay cerca de trescientos cementerios naturales, cifra que aproximadamente es la de los crematorios. De acuerdo a Ross, mientras que algo más de las tres cuartas partes de los fallecidos son incinerados, el entierro natural, a veces llamado ecológico o verde, constituye una parte ínfima pero creciente del sector. ¿Qué es un cementerio natural? Se llama así al que suele estar en una tierra campa o en una superficie escasamente arbolada. Su filosofía se basa en volver a la antigua simplicidad elemental, que opta por un entierro sencillo, al aire libre, y prefiere un paisaje virgen al rígido cementerio tradicional.

La mayoría de los cuerpos allí enterrados no se embalsamaron. Están en un ataúd o una mortaja biodegradable y se pueden enterrar a una profundidad de entre un metro y metro y medio. Es lo bastante superficial y aeróbica para que los cadáveres se descompongan de manera eficiente, pero lo bastante profunda para no atraer a animales que los remuevan. Cuando se han colocado piedras sepulcrales, suelen ser modestas y horizontales. A propósito de ese detalle, Rosso comenta: “Los ángeles de piedra no se atreven a poner los pies en esos feudos”.

Una patria espiritual que lo embrujó para siempre

Pero en su libro Ross no solo escribe sobre cementerios, sino que a menudo se centra en las personas que allí laboran: sepultureros, historiadores, guías turísticos e incluso artistas. Uno de los bloques de Una tumba con vistas está dedicado a un fabricante de máscaras mortuorias, cuyo trabajo se puede apreciar en tres lápidas del cementerio de Highgate. Otra persona acerca de la que Ross escribe es un hombre iraní que hizo construir para su hijo de once años un exquisito monumento en el cementerio más elegante de Londres.

Como expresa el escritor en su libro, “una de las maravillas de los cementerios son los encuentros que se pueden tener con las personas vivas. Uno llega esperando admirar unas tallas funerarias interesantes y, sin saber cómo, se encuentra charlando con dos personas totalmente encantadoras que han viajado cientos de kilómetros con la única intención de ayudar al espectro de un perro”. En un cementerio de Edimburgo conoció a Bob Reinhardt, un norteamericano que es profesor de Arte. Lleva casi veinte años viajando a Escocia durante las vacaciones escolares. Es una peregrinación que hace anualmente para explorar los enterramientos históricos de la ciudad. Entre la hiedra y las piedras descubrió una suerte de patria espiritual que los embrujó para siempre. Ha tomado unas 60 mil fotos y las ha expuesto en la Biblioteca Central de Edimburgo. Y el Historic Environment Scotland las emplea para documentar los cementerios.

Por encima de todos los cementerios, Reinhardt adora el de Warreston. Hace unos años creó un grupo que se dedica a luchar contra las hiedras y los hierbajos invasores. Se reúnen todos los martes y sábados armados de rastrillos y podadoras. Han recogido toneladas de botellas y latas de cerveza y además han plantado miles de narcisos. Con la ayuda del Ayuntamiento han logrado dar al cementerio un cambio formidable. Se han desbrozados los caminos y recuperado muchos monumentos fúnebres. Warreston se ha abierto al público y ahora es popular entre los paseadores de perros, los corredores y cualquier persona capaz de apreciar la belleza elegíaca.

Encantador, absorbente, reflexivo, conmovedor. Son adjetivos que hacen justicia a Una tumba con vistas, un libro hermosamente escrito, que suma la cualidad de ser literatura muy amena. Ross ha logrado mezclar periodismo, investigación biografía e historia con no pocos recursos de géneros como el de aventuras, el detectivesco y el de terror. Por eso su libro se lee como un inventario de historias, que nos descubren los fascinantes relatos que guardan los cementerios y las tumbas.