Literatura Cubana, Narrativa, Carpentier
Por los siglos de la Luz (II)*
En la familia de El Siglo de las Luces no asistimos a la clásica descontextualización que modifica al grupo, sino a la evolución de la familia
Una consideración estructural de la familia
Es una familia “atípica” en el contexto cubano de la época. Hay dos razones fundamentales: pertenecen a la clase acomodada de comerciantes, no vinculados a la producción de azúcar —principal actividad económica de la Isla—; y empieza la historia con la desaparición del último elemento de la díada parental; quedan “a la deriva” en un momento, para los vástagos, adolecientes, de grandes necesidades afectivas y educativas.
Llama la atención en la familia la línea de parentesco suprimida, donde el padre, figura patriarcal, central, es el último en morir. Sofía, de unos quince años, salida del colegio de monjas, Carlos y su primo Esteban; todos al cuidado de sirvientes y Don Cosme, el albacea. La historia que queda por detrás de los hechos puede inferirse: la pérdida en una familia monoparental ampliada —extendida por la presencia de Esteban. En no pocas referencias Carpentier muestra el “instinto” maternal de Sofía hacia su primo; es una resultante del proceso. Al mismo tiempo —otra atipicidad si nos atenemos a lo general— Carlos es incapaz de asumir el rol del padre y en su lugar el albacea administra los bienes. Esa estructura lineal, donde la única persona que centraliza en alguna medida la función del grupo es Esteban con sus crisis asmáticas, será terreno fértil para que sistemas externos puedan acceder a su núcleo.
Víctor Hugues, que está en la periferia, aparecerá de repente, tronando las aldabas del palacete habanero. Su calculada intromisión en la familia está favorecida por esa historia de pérdidas en la jerarquía familiar, una línea sistémica —hijos y primo— inmadura, desprovista de estatus y la muy significativa “ayuda” de la lucha que contra él establecen Sofía, primero y Don Cosme después. El personaje de Hugues va tomando posiciones en la organización familiar. Con genialidad Carpentier va dejando caer sutilezas, pasos hacia el lugar que los jóvenes aún tienen vacío en la estructura paterna filiar:
“Y como era mucho el calor, pidió permiso para ponerse en mangas de camisa, ante el asombro de los demás, desconcertados por verlo penetrar con tal familiaridad en un mundo que, esta noche, les parecía tremendamente insólito…”.
Algo que Sofía se encargará de registrar un poco más tarde:
“Sofía estaba nuevamente escandalizada ante el desparpajo de aquel intruso que se otorgaba, en la casa, atribuciones de páter familias”.
Pero hay dos hechos que van a colocar a Hugues, definitivamente, en el Poder Legítimo, aquel que, a la vez referente, es pertinente. Esteban tiene una fuerte crisis de asma y lo sacan a la calle —Sofía se estremece con La Habana “real” por primera vez. Al obtener una mejoría parcial, trae Víctor a otro personaje, Ogé, quién descubre que ciertas plantas y polvos desencadenan los ataques del muchacho. Como Esteban es ese elemento central en base al síntoma, Hugues se conecta al sistema a través de él, descongestionando la ansiedad que produce en todos —sobre todo en Sofía, “la madre”— la enfermedad. Más tarde veremos a Sofía “sentíase ajena, sacada de sí misma” y Esteban “tampoco era el mismo; muchos cambios se operaban en su carácter y comportamiento desde la noche de la portentosa curación”. Los jóvenes huérfanos han comenzado a crecer, sin notarlo, bajo la sombra protectora de Víctor Hugues. El francés tratará de acortar los caminos; aún el Albacea detenta alguna ascendencia sobre la familia.
Un día Víctor los advierte de los manejos sucios que se hace Don Cosme a espaldas de ellos. La expresión de Sofía no puede ser más reveladora: “Tal parece que estuviera hablando mi santo padre, que Dios tenga en su gloria”.
Para concluir su colocación —muy gráfico el disfraz de magistrado que usa Hugues en la fiesta— intenta tener relaciones sexuales con la joven Sofía, que ella rechaza entonces. Sexo y Poder que irán haciendo del Hombre de las Aldabas una persona imprescindible para esa familia habanera. Era necesario, además, para que el “intruso” masón pudiera penetrar la familia, tener límites porosos —se explican por las pérdidas tempranas y la inmadurez de la membresía. Existen varios momentos en las primeras páginas donde a nivel familiar se adelantan el uso y el abuso que hará Hugues del Poder, una vez colocado “adentro”: ocupar la cabecera de la mesa, enfrentar a Don Cosme directamente o mantener con Sofía una relación carnal en el mismo buque donde se esconden su hermano y su primo. Hugues no logra el proceso de nucleación de la familia por circunstancias externas —¿casuales?— y será parte de su narrativa el intento fallido de lograrla.
Víctor desde la lejana Cayena continúa siendo central, una “luz” para Sofía, que a pesar de su matrimonio —después sabremos que se trata de una farsa— extraña su presencia. Ya ha existido un rompimiento de Víctor con Esteban, pero la posición de este en la estructura —periférico— hace que sus juicios no sean tomados en cuenta. La familia que se ha formado en La Habana tampoco podrá consolidarse. Aunque Carpentier no hubiera “matado” a Jorge, el esposo de Sofía, esa es una relación donde la apetencia sexual del consorte queda muy mal parada, cuando no se cuestiona veladamente la inclinación hacia los semejantes genéricos. Sofía entonces adquiere una dimensión mayor en la narrativa, y, praxis, como la simbolizara Carpentier, se desentiende de la tutela fantasmal de Hugues para participar en los hechos del Madrid insurrecto.
Funciones familiares en El Siglo de las Luces
El recién llegado comerciante encarna para el grupo todas las funciones familiares que han quedado detenidas por la ausencia del padre y la ineptitud de Don Cosme hacia los vástagos. El aprovisionamiento, la educación, la comunicación y la educación —tareas claves de la familia— se desempolvan como ese laboratorio de física, esos trajes de Sofía o esos instrumentos musicales, y vuelven a darle vida al grupo. De todas las funciones, muy consonante con la etapa vital que viven los jóvenes huérfanos, está la tarea emancipadora que Víctor Hugues desempeña y donde, en interesante dialéctica, se fragua una dependencia del Poder.
Esteban es el más deslumbrado por esos ideales libertarios; su guion estará, a partir del mundo que le descubre el francés, en la búsqueda de los referentes sociales consonantes —nunca los hallará en “otros mundos”. Sofía, tratará de ocupar un rol de madre y esposa en el funcionamiento familiar; también, en alguna medida, se frustra. Carlos nunca llega a asumir eficientemente el papel administrativo; cuando lo ejerce a medias, se hace acompañar de Jorge, quién al morir deja la herencia de una persecución que volverá a hacer de él una personalidad dependiente. Véase en estos ejemplos la genial construcción psicológica de Carpentier: un padre criollo patriarca desaparece y es sustituido por un padre extranjero autoritario; el mismo ejercicio autocrático del poder y sus consecuencias nefastas, dadas en la inmadurez, la dependencia, el neuroticismo y la minusvalía de los miembros. ¿Una lección más allá de la familia?
Mucho antes de que Víctor aparezca en la narrativa de la familia, existe una relación dinámica en torno al síntoma “asma”. El padre de Carlos y Sofía ha cobijado a su sobrino, huérfano desde pequeño, sin “perdonarle” su padecer:
“Pero irritaban al comerciante los hombres faltos de salud - y más si pertenecían a su familia…”
Esa relación construida sobre la debilidad de uno y la protección del otro —no “del otro” cualquiera, sino del patriarca— es un espacio relacional que Sofía llenará tras la muerte de su padre y que la alejará del claustro. Don Cosme celebra la actitud: “por haber asumido responsabilidades maternas, velando por los varones”.
Como sabemos, un síntoma se genera y perpetúa en un juego de relaciones y esas relaciones están signadas por el Poder o la capacidad que tienen unos miembros de influir en la conducta de otros. Por lo tanto, el síntoma puede ser visto metafóricamente como el asa de una olla: no es la olla pero quién tenga el asa tiene la olla y puede hacer muchas cosas con ella.
Cuando Víctor Hugues hace su entrada en la narrativa familiar ya hay establecido un diálogo grupal donde Esteban asume el rol de protegido por sus primos. El llamado “holón” de los hermanos se ha entrenado en la circularidad del síntoma y el efecto angustiante que provoca: quién logre disminuir la ansiedad sintomática, logra parte del poder. Además, la familia adolescente e inmadura practica hacer amigos y enemigos; ha aprendido a construir una realidad —sus puentes y calles de fantasía en el almacén— y tienen un universo que los individualiza como grupo. Víctor entrará en su juego, sin poder o ascendencia alguna. Para ganar en autoridad debe comenzar a modificar el contexto relacional siendo, al inicio, congruente con la historia de los personajes y su dinámica de grupo. Una vez dentro del sistema, asistimos a un proceso de recursividad donde el Poder se entiende, sistémicamente, como una entrada y salida de información: mandatario y subordinado en un todo de intercambios bidireccionales. El ejercicio de la autoridad, entonces, es resultado y a la vez causa de lo que modifica el sistema, porque el Poder necesita retroalimentación en los sistemas humanos que por definición, son abiertos. Quizás ahí radique una explicación para entender la extinción de los modelos totalitarios y autocráticos a partir de las barreras que estos ponen a la recursividad o retroalimentación evolutiva. Eso será evidente en el sistema macro-social durante el mandato de Hugues en la Guadalupe.
Familia, Poder e Historia
No podemos desconocer la importancia de los contextos y los emergentes que modifican los mismos. Toda la filosofía existencialista era conocida por Carpentier. Llegó a ser amigo de Jean Paul Sartre. Existe incluso una entrevista donde el escritor cubano refiere que el filósofo le ha hecho observaciones en torno al tema. En la familia de El Siglo de las Luces no asistimos a la clásica descontextualización que modifica al grupo, sino a la evolución de la familia —o las individualidades— en diferentes contextos donde se termina asumiendo una ética y una responsabilidad por la existencia. A la idea sartriana de la moral de la libertad o la moral de la determinación, los jóvenes cubanos de la novela oponen una praxis funcional. Sofía encarnará esa pragmática de la solución en dos épocas y contextos diferentes. Al inicio, ante una crisis de asma de Esteban y al final, como cierre de una etapa familiar y social, casi con las mismas frases:
Esteban trata detenerla: “No seas idiota: están ametrallando. No vas a hacer nada con esos hierros viejos”. “¡Quédate si quieres! ¡Yo voy!”. “¿Y vas a pelear por quién?”. “¡Por los que se echaron a la calle! —gritó Sofía— “Hay que hacer algo”. “¿Qué?”. “¡Algo!”
Víctor Hugues, sin embargo, se encuentra más ligado a los contextos al existir a través del Poder. Quedará explícito en este pasaje:
“Pero tú… ¿Tú crees que es Dios?”, gritó Esteban, creyendo acorralarlo. “Esa es una cuestión meramente personal que en nada alteraría mi obediencia revolucionaría”, respondió Víctor. “Para ti la Revolución es infalible”. “La Revolución —dijo Víctor lentamente, mirando hacia el puerto, donde se trabajaba en enderezar el casco escorado de la “Thetis”— … la Revolución ha dado un objeto a mi existencia”.
La visión carpenteriana de la familia y de su historia —y su inserción, a la vez, en una épica mayor— se adelanta también a la época y está en la teorización actual sobre los sistemas y sus consecuencias. La clásica definición admitía que ciertas organizaciones generaban determinados problemas. Al cambiar el sistema —familia, por ejemplo— los problemas desaparecerían. Esa epistemología de círculos concéntricos eslabonados se le debe, en parte, a las ideas de Parsons. Pero al invertir la ecuación, tras la Segunda Termodinámica —más de veinte años después de escribirse El Siglo de las Luces— se comenzó a pensar en que cada problema podía generar su propio sistema.
Otro elemento derivado de la intuición filosófica de Carpentier es la apreciación de la historia como un proceso de caprichosas elipsis y azares concurrentes. Si en la narración asistimos a increíbles hechos casuales que ponen hombres y circunstancias por encima del tiempo, el novelista fue sorprendido por los azares de la “vida real”. La novela de la Novela es de una eventualidad significativa: el narrador queda varado en la Guadalupe —siglo XX— durante varios días y allí conoce al personaje de Hugues; tras la publicación del texto y sin que Carpentier conociera esos detalles, un pariente del francés le confiesa en La Ciudad Luz que Víctor amó a una cubana llamada Sofía y era, en efecto, masón. Ahí no termina la “historia de la Historia” porque un bisabuelo de Carpentier había ido a asumir el traspaso del Poder de manos del propio Víctor Hugues.
Por último, debemos señalar que desde la misma atipicidad de la familia de El Siglo de las Luces, se teje el desconcierto de la familia cubana que pasará del XVIII al XIX. Época, como en la novela, donde los jóvenes criollos comienzan a mirar más allá de la metrópoli peninsular; etapa histórica de búsqueda de referentes foráneos —entiéndase que lo “español” no era extranjero— y forja paradojal, esos albores del Siglo XIX, de los más ilustres pensadores cubanos; aquellos que como Varela, Saco o Romay fueron fundadores de la cubanidad. Si Sofía y Esteban desaparecen en la multitud del Madrid tormentoso, Carlos va de regreso a la Isla. Detrás queda Explosión en la catedral, desangrándose en un pasado de ilusiones pisoteadas.
* Fragmento del ensayo La Fiesta Innombrable. Familia y Literatura cubanas.
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