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Una pesadilla sin perdón ni olvido

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La tarde-noche del 30 de enero, en la Casa de las Américas, no alcancé a leer las páginas que siguen. Sabía que el diálogo se bifurcaría por las innúmeras asignaturas pendientes de la vida cubana, ya presentes en el inicial intercambio de mensajes. Sin restar importancia e imprescindibilidad a reclamos largamente pospuestos, deseaba subrayar informaciones que desconocen quienes llegaron a la vida pública después de la pesadilla eufemísticamente llamada "pavonado", extendida y afirmada en una variante no menos execrable, el "aldanato". Sus acciones tuvieron como constante la sobrevaloración de los "cuadros" y una consideración peyorativa de los intelectuales y artistas, con el Do de pecho "teórico" de Carlos Aldana al definirnos "las partes blandas de la sociedad". Ellos eran las partes "duras" y sólidas, la gente de confianza, los que "cortaban el bacalao". En artes plásticas preferían los marmóreos arquetipos del realismo socialista estaliniano. En literatura, a poetas también "confiables" y "firmes como el granito", sin excluir a los cuadros de mando, empeñados en que consideráramos poesía su entusiasmo marcial. En narrativa, la "literatura de la violencia" —definición que me deben, pero no su hipertrofia y su exaltación canónica—, y adulones todo terreno. El conjunto era una andanada de katiuskas lanzadas como hosannas a connotados generales soviéticos, más presentes en la mitología propuesta por los mass media que nuestros próceres independentistas. Al convite acudieron talentos emergentes que aprovechaban su hora y momento, instaladísimos y dispuestos a imponer su medrosos engendros, y un ejército burocrático que imponía lo que llamamos "síndrome del misterio". Pero ¿cómo se llegó a tales aberraciones? En las páginas que debí leer ese día, escritas en aluvión, dictadas por el afán de justicia, incluí algunos saltos de gigante.

Hoy, previendo que entre muchas cosas de gran importancia se difumine el motivo inicial de la protesta, se las envío y quiero que tengan la mayor difusión posible:

"Quinquenio gris", "decenio negro". Ambas definiciones resultan ineficaces para calificar los comportamientos sectarios y dogmáticos que le generaron un extenso rosario de sufrimientos a la vida cultural cubana. No puede reducirse a una disquisición semántica, que disuelva en farsa lo que vivimos como drama y en algunos casos, como tragedia. Las fechas se desdibujan cuando la resurrección televisiva de algunos de sus culpables golpea la memoria dolida —sin que olvidemos que ésos son mascarones de proa—. Homenajes supuestamente culturales en la televisión alarmaron porque permiten suponer espaldarazos a sus actuaciones pretéritas y una validación de los hechos que les dieron triste notoriedad.

TEMA: La exaltación de ex comisarios políticos

La protesta que tales transmisiones despertaron fueron respuestas a una provocación en serie, tras la cual no podíamos menos que apreciar un propósito. En la muy vigilada y politizada televisión cubana sería ingenuo imaginar casualidades, sobre todo cuando se glorificaba a quien ayer se les permitió hechos que la justicia calificó de anticonstitucionales y abusos de poder. La inusual presentación de Luis Pavón Tamayo junto a los dos líderes más altos de la Revolución y el silenciamiento de la etapa en que con saña rigió los destinos de la cultura cubana, semejaron una exculpación. Quienes decidieron, argumentaron y realizaron esos programas, arguyeron que desconocían la figura exaltada. Esa afirmación ya los descalificaría por irresponsables e ineptos, pero no les creímos. La negativa a reconocer públicamente su inoperancia o culpabilidad dio al asunto los más inaceptables tintes de obstinación y de burla. Ya no podíamos verlos sino como culpables e imaginarle al asunto una trama cuyas ramificaciones se nos escapaban. ¿Estábamos ante un intento de resucitar las viejas pesadillas?

Desde el inicio de nuestra vida revolucionaria asomaron tendencias y grupos que entraron en la lidia con diferentes presupuestos estéticos y participaron en un forcejeo por el poder. Representaban —o se amparaban en— programas y convicciones. Un grupo llegó afincado en la aberrada y abortiva práctica cultural soviética, sus teorías y su propaganda. Tenían una organización mejor elaborada y “cuadros” para pescar en río revuelto. Otros grupos, intuitivos e inexpertos, respondían a concepciones artísticas actuantes en el país y en las obras de creadores que vivían nuestra cultura eminentemente occidental y vanguardista. Cuando la definición del carácter socialista de la Revolución privilegió el arte comprometido, fue asumido mayoritariamente por nuestros intelectuales y artistas, que palpitaban en el augural consenso despertado por la Revolución, en la comprensión de que eso no implicaba la imposición de una particular escuela o tendencia, mucho menos las torceduras del realismo socialista, ajeno a nuestra idiosincrasia y a nuestra historia. Pero no estábamos tan desinformados sobre las tragedias vividas por la intelectualidad del Este europeo como para aceptar la obstinación de quienes, acusándonos de extranjerizantes, se apropiaban de espacios definitorios y proponían, ellos sí, fórmulas explícitamente extranjeras bajo el pretexto de servir a los ideales revolucionarios y a la conformación de un pensamiento nuevo.

Comprendimos —y sus acciones no dejaron dudas— que no se trataba solamente de concepciones estéticas y que acarreaban otros objetivos bajo el disfraz de la coherencia ideológica. Eran una extensión de la mencionada lucha por el poder. Y ganaron espacios. Sus criterios predominarían en el período negro, cuando cometieron crímenes de lesa cultura, arrollaron, despreciaron y destruyeron. Luego el ambiente no les favoreció y debieron replegarse, pero, se hicieron fuertes en terrenos débiles por inadvertencia, o por connivencia, o —como lo veo— por explícita ineptitud. Esa historia tiene altibajos, vueltas y revueltas que han definido el terreno en ocasiones maquillada de concepciones filosóficas, otras como hojas de servicio, siempre de dogma impuesto. En primer plano, o camuflados, en avances y retrocesos, los representantes de la línea dura han persistido en un forcejeo sinuoso.


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