Iván Cañas: El instante de la comunicación
“Nada es igual que el blanco y negro”. Y para muestra El cubano se ofrece, libro de Iván Cañas, cuya maqueta se convierte en patrimonio del Museo Reina Sofía, de Madrid
En verdad hacía mucho tiempo que no veía la foto que da título a El cubano se ofrece. Años, tal vez décadas. El mismo tiempo que Iván y yo dejamos de vernos —aún no nos hemos visto—, él en la emigración miamense, yo en la mexicana. Nos volvimos a comunicar este año, con una puesta al día que todavía no concluye y que rehabilitó un diálogo entre nosotros, vía correo, reiniciado como ayer, a través de ese puente emotivo que omite los tiempos y el espacio. Ahora, al llegar la noticia de la inclusión del libro de Iván en el patrimonio del Reina Sofía volví a ver la foto, casi como escudriñándola y, tras comprobar su magisterio en el blanco y negro, percibí quién sabe por qué mecanismo inconsciente, que se trataba de un minero: la oquedad del entorno me lo reveló en las profundidades terrestres, sin un rayo de luz que animara su rostro, apenas carente de oxígeno. Me equivoqué: Iván me hizo la aclaración y reproduzco su mensaje por la importancia que tiene:
En efecto, no es un minero. Es un obrero de la terminal de trenes de Caibarién, de ahí su nombre, “La Clase Obrera”. Le puse así porque Chris Marker la utilizó para los créditos del filme que así se llama. En los setenta conocí al cineasta francés a través de Rogelio Paris. Yo le había llevado una selección de mis fotos, pero cuando vio esta imagen en mi portafolio, exclamó: “¡Increíble!, esta es la foto que elegí de entre unas dos mil que había recopilado para montar los créditos de mi última película, cuando buscaba alguna imagen que sintetizara el concepto de Clase Obrera”.
Él había sacado la foto de un reportaje sobre el libro que salió en la Revista Cuba a principios del 70. Lo cierto es que es mi foto más publicada. Y es que, además, el óvalo del número de la locomotora sobre su cabeza, le da como un halo de santidad, parece un santo el pobre viejito.
O sea, que donde yo vi a un minero portador de oquedades, no a un anciano, Iván vio a un santo viejito y el cineasta francés encontró un emblema de la clase obrera. Si algo faltara para saber lo que hay de arte en la fotografía, la de Iván en particular, esta anécdota sería suficiente. La imagen se proyecta como una pintura en la cual el acto de interpretación corresponde al receptor, y el artista se ocupa de buscar la síntesis de la realidad, que emana de la figura y de su historia interior.
Tras la explicación, doy paso a las respuestas que me dio Iván al breve cuestionario que le envié. Empezamos por la memoria.
¿Qué significación tiene en tus recuerdos esa época, en la cual eras un reportero gráfico de la Revista Cuba y con la carencia de materiales de calidad que tenían hicieron una escuela?
Iván Cañas (IC): Obviamente fue para mí la etapa más importante de mi vida. Descubrí el universo de la fotografía y decidí, a la temprana edad de 22 años, cambiar mi vida por completo. Este cambio incluyó dejar el “Cuarteto Los Cañas”, que estaba en su etapa más exitosa, y cambiar el universo de la farándula, la popularidad que daba (y da) cantar en cabarets, en la televisión y trabajar en la radio, por el mundo del cuarto obscuro, la cámara y el reportaje gráfico.
Sabía que como músico la iba a pasar muy bien, pero jamás dejaría una obra personal, una huella perecedera, nada que valiera la pena. Decidí cambiar las candilejas de la farándula, por las luces del cuarto oscuro de la Revista Cuba en Reina y Lealtad, La Habana.
Iván, ¿con qué se hace una buena foto, un buen retrato?
IC: Diría que el retrato es una especialidad no solo en la fotografía, sino en todas las artes plásticas. Nada tiene que ver —en mi opinión— con los paisajes o con el llamado “instante decisivo”. Lo fundamental para lograr un retrato valedero es establecer una comunicación entre el fotógrafo y el retratado. Esa relación, difícil de describir, crea un ambiente de seguridad, de confianza, que de alguna manera se transmite en la imagen como una especie de confianza, de majestuosidad, que a su vez, recibe quien lo observa.
¿Reconoces algún magisterio en tu vida profesional? Has hablado del pintor Raúl Martínez pero, ¿hay alguien más?
IC: Sí, definitivamente, después de Raúl, está Luis Carbonell, ese artista que solo los que trabajaron con él lo conocen de verdad. Nada tiene que ver con la imagen pública de “El Acuarelista de la Poesia Antillana”.
Luis fue el director artístico del Cuarteto Los Cañas, nos montó un repertorio de más de cien piezas entre las cuales se encontraban obras de Bach, Rachmaninov, Beethoven y otros clásicos, así como de glorias de Cuba como Matamoros, Piñeiro y Lecuona.
Su disciplina férrea, su dedicación desinteresada a la creación y ayuda de la formación profesional de grupos como nosotros, y otros más, pasará a la historia de la música cubana.
¿Qué implica para un profesional con tu trayectoria que su obra forme parte del patrimonio de un museo tan importante para Iberoamérica como el Reina Sofia?
IC: Nunca había recibido una alegría profesional como ésta. Te confieso que esto como que me sorprendió, puesto que no toqué ninguna puerta ni hice ninguna gestión que propiciara este destino tan honroso para El Cubano se Ofrece.
De cierta manera entristece saber que la dirección cultural de mi país jamás se interesó en valorar y conservar este documento que la patria de mis antepasados está acogiendo en su seno.
¿A que se dedican hoy tus lentes?
IC: Continúo en el oficio, aunque a decir verdad, ya nada es ni será como los años de gloria de la Revista Cuba, aquel lugar tan especial que nadie se explica cómo logró aglutinar a tanto talento a pesar del desastre y la represión que nos rodeaba.
Trabajo hace trece años como el fotógrafo de Notimex de la corresponsalía de Miami. He tenido que cambiar la película de 400 ASA por la cámara digital y la obscuridad cómplice del cuarto obscuro por el Photoshop y la computadora. Nada es igual que el Blanco y Negro, pero ahí vamos…
Nada es igual que el blanco y negro, Iván, tienes razón. Al renunciar a su contraste perdemos la remembranza y la nostalgia. Gracias por conservarlas.
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