Magali Alabau, Nueva York
“Dentro de las limitaciones de ser exilada desde muy joven y tener que sobrevivir trabajando en lo que fuera y tomando en cuenta, desde luego, mis propias limitaciones, mis altos y bajos, mi ineficacia al enfrentar el mundo y mi ignorancia de las leyes que rigen el universo, he podido salir adelante”
Magali Alabau (MA), poeta, actriz y directora de teatro, nació en Cienfuegos, Cuba, en 1945, y desde 1966 reside en Nueva York. Estudió teatro en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, en La Habana. En Nueva York continuó sus estudios de Artes Dramáticas. Cursó estudios de Filosofía y Religión en Hunter College. Hasta mediados de la década de 1980 desarrolló una amplia carrera teatral como actriz (en las compañías Greenwich News Theatre (ahora Repertorio en Español), INTAR, La Mama Experimental Theatre y como directora en Duo Theater y Medusa’s Revenge. Fundó el Teatro Dúo/Duo Theatre con Manuel Martín y Medusa’s Revenge con Ana María Simo. Tras retirarse de la escena, comenzó a escribir poesía. Ha publicado entre 1986 y 1993 seis libros de poesía. Sus poemas aparecen en prestigiosas antologías. Obtuvo el Premio de Poesía de la Revista Lyra (Nueva York, 1988); la Beca Oscar B. Cintas de creación literaria (1990-1991); Premio de Poesía Latina, otorgado a su libro Hermana, por el Instituto de Escritores Latinoamericanos de Nueva York (1992). Ha publicado los poemarios: Electra, Clitemnestra (Editorial El Maitén, Chile, 1986), La extremaunción diaria (Ediciones Rondas, Barcelona, 1987), Ras (Ediciones Medusa, New York, 1987), Liebe (Editorial La Torre de Papel, Coral Gables, 1993), Hermana (Editorial Betania, Madrid, 1989), Hemos llegado a Ilión (Editorial Betania, Madrid, 1992). En 2011, después de casi dos décadas de silencio, la Editorial Betania, en coedición con el Centro Cultural Cubano de Nueva York, publicó su poemario Dos Mujeres, con prólogo de Carlota Caulfield.
¿Por qué decidió trasladarse a otro país?
MA: Me fui de Cuba porque no tuve otra alternativa. Después de estudiar artes dramáticas tres años y medio en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, donde estaba becada, fui expulsada junto a un grupo de estudiantes de dicha escuela. Fuimos acusados de homosexuales o por sospechar que éramos homosexuales. Digo sospechar porque éramos muy jóvenes todos, no existían pruebas de contacto físico entre personas del mismo sexo, y creo que no sabíamos muy bien lo que éramos aún. Naturalmente, este evento definió nuestra identidad, al menos la mía.
Nuestros nombres circularon por cada una de las instituciones teatrales del país en una famosa “lista negra”, como se le llamaba entonces, donde se instaba a no emplear en las artes escénicas a ninguno de los alumnos expulsados.
No obstante, nos propusimos crear un grupo de teatro que llamamos Teatro Joven. Muchos artistas e intelectuales en esos momentos acudieron en nuestra ayuda alentándonos y mostrándonos su apoyo. El grupo y yo nos entusiasmamos con una obra en un acto de Abelardo Estorino, Los mangos de Caín, publicada por la revista Casa de las Américas en 1964. En el contexto bíblico la obra trataba el tema del autoritarismo y la represión por parte de un Dios no muy justo. Vicente Revuelta, al enterarse de nuestra expulsión de la Escuela Nacional de Arte, nos facilitó espacio en Teatro Estudio para ensayar Los mangos de Caín. El estreno de la obra en la Sala de los Arquitectos en Agosto 15 de 1965 resultó un acontecimiento en La Habana. El domingo después del estreno, unas horas antes de la tercera función, la obra fue clausurada por el Buró Ejecutivo de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba, de la cual había sido yo miembro hasta mi expulsión de la escuela.
Esa noche, en casa de Inverna Lockpez, una amiga y colaboradora en la producción, reunidos en un brindis de despedida, no dejé de pensar en cómo salir de aquel infierno.
¿De qué manera salió de Cuba?
MA: Salí de Cuba gracias a los Vuelos de la Libertad, en 1966, que fueron posibles durante la administración de Johnson-Nixon entre 1965-1973 con el propósito de reunir (reunificar) a las familias cubanas en el exilio. Gracias a mi amistad con Inverna, pintora cubana que conocí durante los ensayos de Losmangos de Caín, pude irme del país. Su madre, que residía en Miami, se había marchado de Cuba hacía unos años y añoraba encontrarse con su hija que había permanecido por decisión propia en Cuba. Como los viajes se limitaban a rescatar familiares inmediatos, la madre de Inverna resolvió reclamarme como hija adoptiva. Los meses de espera fueron alucinantes. El telegrama que otorgaba la salida del país lo traía personalmente a la residencia del que viajaba un grupo de militares. Junto con el telegrama llegaban a sellar la casa, que así, con todo lo que contenía, pasaba a manos del Estado. Finalmente, después de unos nueve meses de espera, visitas a la Sección de Intereses estadounidense en la embajada Suiza, trámites de última hora y vigilia constante a ver si el telegrama llegaba, el telegrama, papel mágico para nosotras y edicto que nos exilaba permanentemente, llegó un mediodía de febrero de 1966. Los uniformados pasaron de un cuarto a otro anotando nuestras escasas posesiones y haciendo preguntas de vez en cuando. Al llegar al final del apartamento, a un patiecito que daba a las escaleras de atrás, escalera de emergencia o llamada de servicio en tiempos mejores, descubrieron una puerta con un candado. Años atrás, al irse la madre y el padrastro de Inverna exilados a Miami, a la sirvienta que limpiaba el apartamento, Inverna le permitió continuar viviendo en el cuarto aunque ya no requería su servicio. Los militares nos comunicaron que el cuarto tenía que estar libre y si no, no podían entregarnos el telegrama de salida. No pudimos irnos en esa ocasión. Cinco meses después recibimos el segundo telegrama. Esta vez, el apartamento fue sellado por última vez. Después de una larga noche de zozobra al fin salimos a ese desierto que separa la casilla donde plantan el cuño de salida hacia el avión.
¿Le ha resultado muy difícil adaptarse al sitio en donde reside hoy?
MA: No. Sabía que no sería fácil pero que tendría posibilidades de inventar mi vida. Lo único trágico fue que tuve que trabajar desde que llegué a los Estados Unidos en 1966 en oficios que no tenían que ver con mis aspiraciones. He pasado horas y horas sin poder leer ni escribir ni pensar aprendiendo programas de computación. En esas oficinas conocí el verdadero exilio y el sabor de la nada. Horas esperando las cinco de la tarde para despertar de nuevo a la vida.
¿Cuál ha sido su trayectoria artística en su actual lugar de residencia?, ¿qué logros ha obtenido?
MA: Dentro de las limitaciones de ser exilada desde muy joven y tener que sobrevivir trabajando en lo que fuera y tomando en cuenta, desde luego, mis propias limitaciones, mis altos y bajos, mi ineficacia al enfrentar el mundo y mi ignorancia de las leyes que rigen el universo, he podido salir adelante. Una de mis primeras gestiones al llegar a Nueva York fue integrarme a un grupo de teatro hispano. Encontré el grupo de Andrés Castro y Antonia Rey y con ellos actué en mi primera obra en el teatro profesional interpretando el papel de Melibea en La Celestina de Fernando de Rojas. Un año más tarde fundé el Teatro Dúo con Manuel Martin, donde actué y dirigí obras de autores contemporáneos, entre ellas Birdbath (El bebedero del pájaro) de Leonard Melfi, La Noche de los Asesinos de José Triana, The white whore and the bit player (La estrella y la monja) de Tom Eyen, La vida es sueño, una puesta en escena experimental dirigida por María Irene Fornés. Actué en varias producciones de autores aún desconocidos en La Mama Experimental Theater. He trabajado con directores importantes del teatro hispano en Nueva York como René Buch, Manuel Martin, Max Ferrá y he recibido algunos premios y el reconocimiento del público hispano en la ciudad. En 1986 publiqué mi primer poemario, una interpretación de un mito griego. En 1996 me retiré completamente de la literatura y me dediqué a rescatar animales abandonados. En 2009 comencé a escribir poesía de nuevo y la Editorial Betania acaba de publicar Dos Mujeres.
¿Qué opina de la sociedad de la que ahora forma parte?
MA: Somos esclavos del consumo en una sociedad extremadamente materialista. Existen individuos extraordinarios, no hay duda, pero hay enormes problemas por resolver y de índole muy elemental. Una sociedad en crisis no solo económica sino moral. Mientras que en las sociedades totalitarias el individuo de conciencia perece, en la sociedad capitalista perece por no ejercitar la conciencia.
¿Alguna otra observación para los lectores de Cubaencuentro?
MA: Que continúen leyendo Cubaencuentro y todos los libros que puedan, que comenten, participen y exijan información verdadera e inteligente.
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