«Siempre voy contra la corriente»
Conversación con el dramaturgo Matías Montes Huidobro. Miami acoge este fin de semana la puesta en escena de su obra 'Los acosados'.
Acercarse a Matías Montes Huidobro es hacerlo a una parte importante de la cultura cubana: ha sido testigo de acontecimientos que marcaron a los intelectuales de su generación, como la reunión con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional, en el año 1961, donde éste pronunciara sus tajantes "Palabras a los intelectuales".
Considerado uno de los dramaturgos cubanos más prolíficos, sus obras han sido incluidas en numerosas antologías y traducidas al inglés, el portugués y el alemán. La puesta en escena de Los Acosados, uno de los títulos de su autoría que reflexiona sobre el consumo en la sociedad actual, se presenta desde este viernes 3 de octubre en Teatro en Miami Studio, bajo la dirección de Ernesto García.
Tomando como justificación este estreno, Montes Huidobro comparte con los lectores de CUBAENCUENTRO.com los entresijos de su carrera como escritor en la Isla y también en el exilio.
Usted ha cultivado todos los géneros en su larga carrera y ha recibido importantes premios en Estados Unidos y España. ¿Cómo fueron sus inicios como escritor y qué género desarrolló en esa época?
Comencé a publicar en 1950, cuando en Cuba un grupo de jóvenes escritores, presididos por Carlos Franqui, editamos la revista Nueva Generación. Es allí donde aparece mi poema La vaca de los ojos largos, repetidamente publicado y antologado; cuentos, un guión de cine sobre un poema de Rine Leal y un ensayo sobre la versión fílmica del Hamlet de Lawrence Olivier. En la revista Bohemia aparece mi cuento El hijo noveno y en 1951 recibo el Premio Prometeo por Sobre las mismas rocas. Poco después escribí una novela , El muro de Dios, todavía inédita, cuyo manuscrito conservo.
En cuanto al género con el cual me identifiqué, pienso que con cada uno de ellos en el momento en que escribo. Pero quizás el que mayor influyera fuera el único que no he cultivado, que es el cine, por un concepto de visualización y montaje que hay en lo que escribo, liberando las relaciones tiempo-espacio, limitadas en el teatro y que no están constreñidas en el espacio fílmico, lo cual fue desde un principio una preocupación de mi dramaturgia, que también juega en mi narrativa. Todo texto literario no es más que un montaje de palabras.
¿Qué motivó su decisión de exiliarse, a pesar de haber sido reconocida su labor teatral en los primeros años de la Revolución, ser premiado, estar a cargo de las críticas teatrales en el diario 'Revolución' y colaborar con 'Lunes de Revolución'?
Quizás se reduzca a que no era marxista. Sabía además que no podía serlo, a pesar de mis circunstancias socioeconómicas, que me hubieran dado razones más que suficientes para serlo. Sencillamente no lo era. Por mi sensibilidad, por mi visión estética del mundo y mi individualismo. Simpatizaba con la Revolución (nunca con Fidel Castro) porque representaba un afán de justicia social, pero como no tenía una formación política no podía ver lo que había detrás, hasta que el propio Castro lo hizo explícito.
Además, Yara y yo habíamos formado una familia dentro de un canon tradicional, teníamos una hija y la asimilación de su persona dentro de las propuestas revolucionarias vigentes en ese momento nos alarmaba. Era evidente que no iba a poder funcionar dentro de los términos que ya estaban políticamente delineados en los sesenta. Un buen número de escritores de mi generación, más tarde, descubrirían algo por el estilo y acabarían dando el paso que ya yo había dado.
En su libro El teatro cubano en el vórtice del compromiso (1959-1961), define su crítica de ese tiempo como 'antiburguesa y antimarxista, respondiendo a una posición ideológica muy representativa de la cultura cubana'. ¿Le ha afectado esta postura?
Muchísimo. Nuestros mejores escritores republicanos se dedicaron a hacer una crítica demoledora de la burguesía y después de 1959 aquellos que se han dedicado a hacer el panegírico del castrismo no han hecho otra cosa que escribir sus peores páginas. Hace poco, mi amigo Rolando D. H. Morelli me decía que yo era un escritor "excéntrico" en el mejor sentido de la palabra. Y creo que es cierto. Odio el centro cavernícola de la burguesía y el centro intolerante del marxismo. Y lo mismo me pasa cuando las religiones se vuelven intransigentes. Naturalmente, las consecuencias son funestas y en el fondo me busco la casa del odio.
Casi por instinto, siempre voy en contra de la corriente y esto no tiene el menor sentido práctico. A veces, cuando releo algunas de las cosas que he escrito (en novela, Esa fuente de dolor, donde le tiro muy duro a la burguesía cubana; en teatro, Su cara mitad, donde arremeto contra la hipocresía sajona, o en Un objeto dedeseo, cuando hago referencia al exilio; en el ensayo, en Cuba detrás del telón, donde le tiro con el rayo al castrismo), me digo: 'no en balde… yo mismo me las busco'. Pero los escritores tienen una obligación con su conciencia y a lo que ésta les dicte tienen que atenerse. Naturalmente, hay que pagar las consecuencias.
Ha ejercido la pedagogía en la Universidad de Hawai por más de 30 años. Muchos escritores dicen que la academia daña la creatividad, sin embargo, usted ha cotejado ambos trabajos satisfactoriamente. ¿Cómo ha sido la convivencia de ambas vocaciones?
El análisis del texto literario al que me llevó mi trabajo universitario no hizo más que ayudarme a tener un conocimiento más profundo del proceso creador, especialmente enseñando e investigando para los cursos avanzados de estilística. Al contrario del criterio que me expones, creo que una cosa se completa con la otra. Además, ¿qué hacen los poetas cuando no escriben poesías, que es el más concentrado de los géneros literarios? Sencillamente, hacen otras cosas. ¿Acaso dejan de ser buenos poetas porque la mayor parte del tiempo no estén escribiendo poesías?
Y otro tanto ocurre con los novelistas y los dramaturgos. ¿No se pierde más tiempo en conversaciones de sobremesa o en tertulias donde se habla mucho y no se dice nada? El criterio de que "el trabajo académico daña la creatividad literaria" es tan válido como decir que es dañino el tiempo que se pasa en la cama, solo o acompañado. Todas las cosas se pueden hacer bien, aunque no al mismo tiempo.
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