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Artes Plásticas-Literatura

«No somos Occidente»

Entrevista al pintor Ramón Alejandro, a propósito de la influencia del francés Louis-Ferdinand Céline en la cultura latinoamericana.

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Especialmente de aquellas que después del protestantismo accedieron al desarrollo económico acelerado con el naciente capitalismo de los siglos XVIII y XIX. La educación recibida por el joven Fidel Castro en el Colegio de Belén es, a mis ojos, de una manera evidente la fuente inspiracional de su ambición política. La espiritualidad de San Ignacio de Loyola dio forma a ese exacerbado idealismo que llevó a este individuo a asumir el papel de salvador de la humanidad a través de la salvación de los frustrados ideales de la guerra del 95.

Que una nación de la talla de Cuba haya asumido la tarea, no sólo de expulsar de la Isla al capital norteamericano, junto con su incómoda influencia política, sino la de promover con su alianza táctica con la Unión Soviética la derrota final nada menos que del capitalismo mundial, es signo de que Fidel Castro está buscando realizar un sueño demasiado grande para ser llevado a cabo por un ser humano promedio. E igualmente por una nación de la talla y características culturales como la nuestra. Es un ideal de santidad imbuido de una espiritualidad que no puede venirle más que de su educación jesuítica.

Las dificultades por las que atraviesa la economía de la Isla actualmente y su rechazo total a todo tipo de apertura de los mercados nacionales a la pequeña empresa privada, que una mayor parte del propio personal revolucionario considera prudente adoptar, son el signo del carácter espiritual de sus motivaciones. No es Marx quien lo inspira: es San Ignacio. Es también el delirio patriótico de ese poeta que se sacrificó descabelladamente por fundar una nación con un pequeño pueblo desorientado y reducido a la miseria por la tiranía española.

El ideal de las misiones jesuíticas que existieron durante un tiempo en el Paraguay se transluce detrás de la incapacidad que hasta ahora ha tenido el régimen cubano a adaptarse a este difícil momento de la economía mundial, por el cual están pasando todas las sociedades del planeta. Es esta profunda atipicidad de la personalidad de Fidel Castro y, por lo tanto, de la forma que ha adoptado la revolución socialista en Cuba, lo que hace que la "gente razonable" lo tilde a él de loco y a su empresa de locura.

La propia sobrevivencia del régimen, estos últimos quince años transcurridos después del derrumbe de la Unión Soviética, deberían permitir comprender a esta gente razonable que el fenómeno cubano no obedece solamente a motivaciones económicas, sino que es el síntoma de una manera completamente diferente de concebir la realidad y la historia que está más enraizada en los ideales cristianos de San Ignacio de Loyola, que en la lógica que preside el ideal de desarrollo económico tal cual lo conciben los europeos y los norteamericanos y que ha conducido a la globalización actualmente en curso a escala planetaria.

Rechazo de la modernidad sería una manera de definir esta actitud cubana. Supremacía de lo espiritual sobre los imperativos materiales, sería otra manera de ponerlo. En todo caso, representa una búsqueda dentro del humanismo del cual anunció reclamarse al principio de la instauración de su poder revolucionario, antes del paso a través de la larga aventura socialista en simbiosis con el fallido proceso soviético.

Su programa necesita de más tiempo que el que la biología le permite esperar tener para llevar por otros cauces originales su búsqueda para instaurar esa utopía jesuítica en Cuba. Esa misión atea mundial con la que soñó en su juventud. Sin embargo, cabe sorprenderse ante la amplitud de la transformación que logró llevar a cabo en la mentalidad del pueblo cubano. Y de la solidez y permanencia de un régimen que ha sobrevivido toda especie de embate y la hostilidad del Estado y la economía más poderosos que han aparecido sobre la faz de la tierra desde el inicio de la Historia.


Sin título 1102. (RAMÓN ALEJANDRO)Foto

Sin título 1102. (RAMÓN ALEJANDRO)