Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Artes Plásticas-Literatura

«No somos Occidente»

Entrevista al pintor Ramón Alejandro, a propósito de la influencia del francés Louis-Ferdinand Céline en la cultura latinoamericana.

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Y el orgullo irracional de su identidad francesa se entremezcla en el alma de este individuo, confuso intelectualmente aunque dotado de un sentido prodigioso de la lengua maternal, eso que él llama "el estilo", con su también ambiguo amor y odio cuando habla de la civilización francesa y le reprocha no estar a la altura de su glorioso pasado y de su frustrado glorioso destino.

Él no está contra el nacionalismo francés, como tú pareces creer; él lo que admiraba en los nazis y en el ejército alemán era la organización vigorosa y eficaz para mantener los privilegios colonialistas e imponer al mundo nuevas conquistas. Él admiraba la organización y la determinación de ese formidable enemigo. Dice que las colonias se empezaron a escapar del imperio francés cuando se dieron cuenta de la debilidad de Francia, con la derrota del año cuarenta. Francia se había debilitado según él, entre otras razones, con la ideología izquierdista del Frente Popular de entreguerras.

Por supuesto que se contradice a menudo. Céline confiesa no tener ideas ni interesarse por las ideas. Su objeto de estudio es la emoción, es decir, básicamente el miedo. Su atención se concentra en perfeccionar "su estilo" sin ocuparse del contenido ni de la anécdota. Lo que le repugna al profesor Princhard es la hipocresía del humanismo iluminista, que, según él, comienza con Goethe. Reconoce en el discurso paternalista de los déspotas ilustrados el desprecio del pueblo envuelto en la vaselina del romanticismo idealista, ese populismo de los privilegiados. Se da cuenta del engaño del elogio de los valores populares, que en realidad esconde el interés de utilizarlo para sus fines rapaces de clase dominante.

La política es el arte de agitar al pueblo antes de utilizarlo, como dijo algún otro lúcido por ahí, puesto que yo recuerdo haberlo leído en algún sitio. Dice también que la vida no perdona a los débiles y tiene muchísima razón. Tú me preguntas si yo me siento concernido por este discurso y te tengo que explicar antes cómo yo me sitúo frente a la civilización europea para que me puedas comprender. Nosotros los caribeños estamos aquí de refilón, colados en una fiesta en la que nosotros estábamos tan sólo destinados a quedarnos en la cocina, o a la entrada, como palafreneros. Somos los negros caleseros de Landaluze en este cuadro.

Yo comprendo las razones, hartazgos y frustraciones que hicieron que la juventud europea de después de la Primera Guerra Mundial se lanzase en ese intento vano de recrear su cuadro cultural con ese fenómeno que se llamó el vanguardismo. Dada y los surrealistas y todos los ismos sucesivos. Lo que no comprendo es que nosotros, que no somos europeos, nos pongamos a imitarlos en esas actitudes que les son propias y legítimas tan sólo a ellos, con su sobrecarga de civilización encima de sus lomos. Porque esa problemática no nos concierne para nada. No es nuestro problema.

Nosotros adolecemos de falta de formas, ellos sufren de exceso de ellas. Nuestra actitud ante la cultura no puede ser la misma que la de ellos. El nacionalismo francés no es comparable al nuestro. La originalidad el nacionalismo cubano es única porque para Carlos Manuel de Céspedes la justicia social, es decir, la liberación de los negros esclavos, es intrínsecamente idéntica al deseo de soberanía nacional. Ni Estados Unidos ni Brasil tuvieron esta característica específica.

La revolución cubana, es decir, el espinazo de nuestra nacionalidad, tiene como eje primordial esta indisoluble exigencia, no hay soberanía sin justicia social. En Francia, como podemos observar, la soberanía nacional fue una maraña con la que las clases dominantes se aprovecharon siempre del sentimiento nacionalista, natural a todos los pueblos del mundo, en su propio beneficio. Eso es lo que se llama una "república burguesa". Cuba nunca llegó a poder constituirse formalmente en una república de ese tipo, porque nuestras clases altas, esos "generales y doctores" y sus subsiguientes émulos de después de la frustrada revolución del año treinta, siempre fueron tácitamente anexionistas.


Sin título 1102. (RAMÓN ALEJANDRO)Foto

Sin título 1102. (RAMÓN ALEJANDRO)