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Brindis por la imaginación (Una charla con Eliseo Diego)

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Por esos azares de las migraciones y el destino, esta entrevista al poeta Eliseo Diego ha permanecido inédita entre mis papeles durante casi diez años. La perpetré poco antes que le concedieran en México el Premio Juan Rulfo por el conjunto de su obra, meses antes de su muerte. Sus verdades no tienen fecha de caducidad, y son noticia, exclusivamente, en los noticiarios de la imaginación. Es decir, siempre.

 

En una habitación repleta de libros y fotos enmarcadas por la admiración y los recuerdos (y un poco de nostalgia), en una casa que mira hacia dos calles, como quien dice a dos flancos del mundo, en la bella Avenida G, en el céntrico barrio del Vedado, en La Habana, en Cuba, habitaba uno de los más grandes poetas de la lengua, que alguna vez salvara para siempre de la erosión y el tiempo la añeja Calzada de Jesús del Monte. Fundador del Grupo Orígenes, profundo conocedor de la literatura anglonorteamericana y alguien que no se puede deshacer de una bondad raigal, casi cromosomática. Eliseo Diego ha escrito para niños y dirigió durante años el Departamento de Literatura Infantil y Juvenil de la Biblioteca Nacional. Aunque la verdadera razón de esta entrevista es que su poesía, que yo me inoculara por voluntad propia hace muchos años, no ha dejado de ejercer en mí un misterio inefable.

 

¿Existe realmente la literatura para niños?

 

Yo no creo que exista. Si se escribe una literatura deliberadamente para niños, no es literatura. Los niños saben más, tienen una capacidad muy superior a la que suponemos. No necesitan que se escriba para ellos porque se apoderan de las cosas que necesitan. Este asunto de la literatura para niños es más bien moderno. Ellos, durante el tiempo en que nadie se ocupaba de escribirles cosas, se las arreglaban para leer lo que necesitaban. Se apoderaron de Robinson Crusoe, por ejemplo, de los Viajes de Gulliver, del Don Quijote de la Mancha...

 

De Alicia... que es lo más raro escrito para niños.

 

Efectivamente, de Alice in Wanderland. Es un libro muy extraño. A mí ahora Alicia me da un poco de miedo.

 

Es incluso un libro tenebroso.

 

Pero eso a ellos nunca los ha asustado. Yo recuerdo una encuesta que hizo una sicóloga checoslovaca hace años y entre las preguntas que hacía a los niños una era sobre el cuento de Hansel & Gretel, donde al final los niños se las arreglan para que la bruja caiga en una caldera de agua hirviendo. Ella les preguntaba si no era muy cruel, pero los niños opinaban que el final estaba muy bien, porque la bruja era tan mala que se lo merecía. Claro que los niños no tienen una idea muy clara de lo que es una caldera de agua hirviente. Y recuerdo al escritor inglés C. S. Lewis, que escribió una serie de novelas fantásticas. Y decía que los niños son capaces de entenderlo todo, siempre que esté dentro de su nivel de experiencia. Y esa también era la opinión de otro gran poeta inglés de origen hugonote, Walter de la Mare. Hizo una antología de poesía para niños que incluía a William Shakespeare, John Donne, Keats, Shelley, en fin, todos aquellos poemas ingleses que están dentro del nivel de experiencia del niño. No entienden un poema erótico, porque todavía no alcanzan ese grado de experiencia humana. Pero todo lo demás sí. Es absurdo querer escribir cosas para ellos, fabricarlas. Porque uno no escribe fabricando, sino lo que necesita escribir. Pero, últimamente, escribir para ellos es una tendencia. Y es que los adultos hemos olvidado qué significa ser un niño y tenemos del niño una visión estereotipada. Ahora recuerdo una anécdota. En Cuba hay una expresión que en casi toda Latinoamérica no se conoce, y que a mí me parece un hallazgo del lenguaje popular cubano: la palabra comemierda. Una palabra que tiene distintos matices de acuerdo con el énfasis: desde el «perro comemierda» (ofensivo) hasta el «no seas comemierda» (cariñoso, de amigo). Un gran escritor cubano que ya falleció, por desgracia, Onelio Jorge Cardoso, amigo mío, hizo un viaje a Checoslovaquia donde estaba de consejero cultural otro escritor, Raúl Aparicio. La hija de Aparicio, digamos que se llamaba Rosarito (no recuerdo bien), de unos cinco años, estaba en su cunita dando un escándalo mayúsculo mientras ellos conversaban en la sala. Entonces la mujer de Raúl le pide a Onelio: Tú que sabes hacer cuentos, ve a la cuna y hazle un cuento a Rosarito, a ver si se calla. El pobre Onelio, pálido de miedo, se defendió: Yo nunca he escrito un cuento para niños. Pero tú eres un cuentista, ve y hazle un cuento, le dijo la mujer. Y allá fue Onelio.

 

—Mira, Rosarito, yo vengo a hacerte un cuento. ¿Quieres oírlo? —Rosarito se calló momentáneamente, lo miró con una desconfianza terrible y asintió con la cabeza. Entonces, Onelio empezó:

 

—Había una vez un pajarito que tenía un nidito en el copito de un arbolito y estaban ahí sus pichoncitos que tenían mucha hambre. El pajarito vio que en el suelo había un gusanito. Voy a cazar el gusanito y se lo voy a traer a mis pichoncitos, pensó el pajarito. Y bajó. Pero cuando el pajarito vio al gusanito, le dio tanta pena porque era tan chiquitico, que lo dejó ir.

 

Rosarito lo miró con infinito desprecio y le dijo:

 

—Que comemierdita era ese pajarito.

 

Lo cual es una lección de lo que ocurre cuando se fabrica para los niños. Por lo general un cuento para niños es igual a un cuento para adultos. Como decía Kipling, un buen cuento debe empezar por el principio, continuar por el medio y terminar por el final. Parece una bobería, pero es muy difícil. Un buen cuento tiene que empezar por algo que agarre tu interés, y mantenerte en suspenso hasta el clímax y el final. Pero los cuentos para niños se considera que deben estar llenos de cosas bonitas, arcoiris y cosas así, y son páginas y páginas y no acaba de empezar la acción del cuento. Y hasta epílogo al final lleno de cosas lindas. Pero los niños aspiran a que la historia les cuente algo que los agarre hasta el desenlace. De modo que casi siempre la literatura premeditadamente para niños es mala, y sólo hay dos tipos de literatura: la buena y la mala. Y la buena literatura siempre está al alcance de los niños mientras esté en su nivel de experiencia. Hay muchos libros que el escritor escribió de cierta manera y coincidió con el gusto de los niños.

 

Los Viajes de Gulliver.

 

Fue escrito para adultos. Me refiero a libros escritos con la conciencia de este tipo de lector, pero no escritos precisamente para ellos, sino porque el autor tenía la necesidad de hacerlo así. Junglebooks, de Kipling, algunos otros ingleses, franceses, norteamericanos, y en español también hay casos notables. Pero escritos con el mismo impulso que lleva a un escritor a escribir. Tú citaste a Michael Ende, que es un caso excepcional. Hay una griega de la que se publicó una novela aquí: El tigre en la jaula de cristal. Una novela de primera clase, a la altura de los clásicos. Y digo clásicos cuando me refiero a los libros de los que los niños se han apropiado. Yo durante años estuve haciendo el papel de capitán araña, invitando a la gente a escribir para los niños, pero sin hacerlo yo, entre otras cosas porque siento un gran respeto por los niños. Es el público más exigente y sincero, que te dice en la cara lo que no les gusta. Yo tengo suerte con ellos, desde que hace algunos años el Ministerio de Educación decidió renovar los libros para aprender a leer e invitaron a un grupo de escritores cubanos —Onelio Jorge Cardoso, Mirta Aguirre, yo también—. Nos reuníamos con grupos de pedagogos que nos ponían una «tarea». La escribíamos, nos volvíamos a reunir, nos hacían sugerencias, discutíamos de nuevo y así. Éramos escritores, no pedagogos o especialistas. Aunque yo tampoco creo en que haya edades; con los niños nunca se saben dónde andan.

 

Literatura de alto riesgo.

 

Exacto. La idea era que los niños desde el inicio estuvieran en contacto con lo mejor de su lengua materna: Gabriela Mistral, Amado Nervo, Rubén Darío, José Martí, textos de grandes poetas y escritores de la lengua, y traducciones que nos encargaban a nosotros. Y las tareas que nos ponían. De ellas recuerdo una, la más difícil que he emprendido en mi vida: «La casa donde yo vivo, la calle donde está mi casa, el pueblo donde está mi calle, la provincia donde está mi pueblo, el país donde está mi provincia y el mundo donde está mi país», en dos cuartillas, para niños de segundo grado. Imagínate. La cosa no salió tan mala. Y una de las satisfacciones que tengo es que a veces salgo y algunos niños a la salida de la escuela me saludan: «Adiós, Eliseo», porque han visto mi cara, que no es nada agradable pero es la mía, en la televisión o las revistas, y me saludan como si fuera un amigo. Eso es para mí un premio inestimable.

 

Sospecho que cada idea, cada historia por contar trae ya implícito su lector. Al escritor le toca entrar en empatía con ese lector potencial y escribirlo en función de eso. En caso contrario, una excelente idea podría dar una pésima obra.

 

Tú tienes razón. Y, por suerte, todavía el misterio de por qué se hace una buena novela o un buen poema no se ha descubierto.

 

Gracias a Dios.

 

Gracias a Dios no hay un poemómetro o un cuentómetro. Pero en esencia funciona el principio de la necesidad. Uno debe hacer aquello que necesita hacer. Si después resulta que a los niños les gusta, eso es asunto de ellos. Pero también uno siente necesidad de comunicarse con los niños y ahí surge esa empatía de que tú hablas, pero siempre con tantos escrúpulos como uno tendría para escribir para cualquier lector.

 

Nos encontramos en un mundo dominado por los medios audiovisuales, y donde no obstante existe últimamente un alto consumo de libros (no siempre buenos). Remitiéndonos a América Latina, ¿qué sugeriría usted para crear o fomentar el hábito de lectura entre nuestros niños, una vez rebasada la tarea elemental de la alfabetización?

 

Si los medios masivos no han logrado desplazar a la lectura, eso se debe a que ella es una necesidad del ser humano. El proceso de la lectura es, en su esencia, un proceso creador: la necesidad de convertir un símbolo, la palabra escrita, en una imagen, y eso es un placer. En los años 30, un gran escritor francés a quien ya nadie recuerda, Georges Duhamel, escribió En defensa de las letras, donde se refería a esto. El único medio que existe para estimular en el ser humano la capacidad de crear es la lectura, porque es la única que te obliga a una actitud activa. La televisión o el cine te ofrecen una imagen que recibes pasivamente. ¿Cuántas veces no nos ha pasado a todos que el personaje de la película no tiene nada que ver con el personaje que uno vio al leer la novela? Por eso la literatura siempre será atractiva, no para un grupo de exquisitos escritores o lectores, sino para todos los seres humanos, porque todos tenemos esa necesidad de la creación, de la imaginación. Pero para que los niños lean, como bien apunta Sergio Andricaín, son imprescindibles las buenas ilustraciones, que le ofrecen un pie para imaginar. Yo a los diez u once años leí La Isla del Tesoro en una edición española de Seix Barral, con magníficas ilustraciones. Esto me ayudó, porque en ese momento no tenía idea de que hubiera un siglo XVIII, ni de cómo eran los barcos de vela, o el modo de vestirse de los piratas, no tenía elementos para convertir el símbolo escrito en una imagen, y las ilustraciones me sirvieron de apoyo. En países muy cultos, como Inglaterra, se hacen exposiciones de ilustraciones de libros; pero entre los países latinos siempre hemos tenido un poquito de desprecio por eso.

 

Si la imaginación es consustancial al ser humano, habría que ver, ¿de qué manera se la estimula o de qué manera se la atrofia?

 

Eso es lo grave sí. Y uno de los medios para atrofiar la imaginación es el aburrimiento, los libros malos y aburridos crean el rechazo del niño. Rechazo que a veces alcanza a los otros libros.

 

Otro peligro que, según yo veo, gravita sobre la imaginación es la estandarización de los personajes. El star system ha acuñado a algunas decenas de actores como protagónicos. Así, el niño ve que el policía de la película uno es el ladrón de la dos, el rey de la tres y el pirata de la cuatro. De modo que su capacidad para “fabricar” esos personajes se puede ver más aplanada aún por la oferta de personajes enlatados y en serie.

 

Es un peligro grande. Y como la influencia del cine es enorme... Ciertamente, estamos en un momento crítico, cargado de películas de horror y maniáticos criminales, pero yo confío en que la propia humanidad encuentre su antídoto contra estas cosas, y también recuerdo ejemplos de lo contrario. Cuando yo trabajaba en la Biblioteca Nacional y me ocupaba en serio de estas cosas, proyectamos a los niños Oliver Twist, con actores de primerísima clase. Empezaron riéndose, pero poco a poco fue haciéndose el silencio, porque la película los había absorbido. Ya era una experiencia de la que se habían apropiado, en la que creían. Y después acudieron a buscar el libro. Y gracias a la película leyeron a Dickens, muchas de cuyas obras tienen niños como personajes: Great expectations, David Copperfield y el mismo Oliver Twist.

 

Ahora bien, ambos partimos del presupuesto de que la imaginación es buena y hay que cultivarla. Por el contrario, muchos adultos opinan que es dañina y que hay que inducir al niño a “poner los pies en la tierra”.

 

Un sabio ruso (cuando eso era soviético), un hombre absolutamente materialista, cuando le preguntaron ¿cuál es la cualidad humana que cree esencial para un científico?, respondió: la imaginación. Si no eres capaz de imaginar lo que no existe o lo que desconoces, no saldrás nunca de lo que tienes.

 

“Brindis por la imaginación. Una charla con Eliseo Diego”; en: Encuentro de la Cultura Cubana, n.º 19, invierno, 2000-2001, pp. 109-113.

 

“Brindis por la imaginación: Una charla con Eliseo Diego”; en: Cubaencuentro, Madrid,28 de diciembre, 2000. http://www.cubaencuentro.com/espejo/entrevista/2000/12/28/532.html.



Feliz Navi... Clic

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La Navidad se nos viene encima desde finales de noviembre: promociones, invitación al consumo desaforado, Papaítos Noeles en las tiendas y, en breve, los Tres Reyes Magos, que en eso los países católicos ganan por superioridad numérica. Paisajes nevados en la tele, aunque en tu barrio ni llueva. Tradición y comercio imprimen su sello a diciembre. Incluso en Cuba, donde los hoteles ostentan desde hace algunos años arbolitos naif con nieve de algodón y Papitos Noel made in Taiwán.
Más allá de la parafernalia consumista y dulzona que nos devuelve a enero más gordos, asqueados de turrón y confraternidad familiar, la navidad es una especie de ley de punto final que ocurre una vez al año: el yerno brinda con la suegra que odia, los hermanos que se detestan lloran de arrepentimiento sin consecuencias (año nuevo, odio nuevo) la borrachera en el hombro del otro; familiares semilejanos se abrazan y se besuquean con un fervor que parece genuino. Y a veces lo es, que de todo hay en la viña del Señor Santa Claus.
Pero hay algo hermoso en el bolero navideño: la excusa para olvidar y perdonar, aunque sólo sea una vez al año, o de querer más explícitamente a los que queremos, y sentir la entrañable pertenencia a ese grupo tribal, protector, necesario, que es la familia. Algo inalcanzable para la dividida familia cubana que se debe conformar el 24, el 31 de diciembre, con llamar a la Isla —los isleños carecen en moneda nacional de ese derecho— y sentir que nos tocamos, que nos abrazamos, que nos deseamos hapi niu yiar feliz año mi hermanito, a través de un frágil hilo de cobre que atraviesa el mar. En ese momento no importa si de un lado hay cava y del otro cervecitas (gran reserva, a juzgar por el precio) de la shooping, no importa si de un lado nieva y del otro suda hasta el pernil que resolvimos. En ese instante parece que estamos juntos. Y eso es casi un lujo.
Pero este año ni siquiera esa comunión virtual con la familia parece probable. ¿Por qué?
Según un editorial de Granma en “el Decreto Ley 213 del Consejo de Estado, aprobado el 25 de octubre pasado sobre bases absolutamente legales, Cuba estableció un impuesto del 10% a las comunicaciones telefónicas, que estaría vigente hasta la recuperación de los fondos congelados y posteriormente robados. Dichos fondos serían totalmente dedicados a los servicios de salud de nuestro país”.
¿A qué fondos se refiere y en qué consistió el robo?
Se trata de “fondos congelados que se adeudaban a Cuba por más de 30 años de servicios de comunicaciones “y que el embargo norteamericano impide abonar a la Isla. El robo es la autorización norteamericana a emplear parte de esos fondos para indemnizar a los familiares de los pilotos de Hermanos al Rescate derribados por Mig cubanos en febrero de 1996.
El nuevo impuesto de US$0,245 por minuto (añadido a la abusiva tarifa de US$1,20/minuto en funciones), estaría en vigor hasta que se recuperen los fondos enajenados para las indemnizaciones. Es decir, recaudar unos 30 millones de dólares adicionales a los 80 que recibe el gobierno cubano por los servicios telefónicos. Y La Habana anuncia incluso la posibilidad de “adoptar medidas adicionales adecuadas hasta que dichos fondos sean reintegrados”.
Las autoridades norteamericanas alegan que el nuevo impuesto viola los acuerdos suscritos entre las empresas telefónicas estadounidenses y la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba S.A. (ETECSA), y no se autoriza su pago, de modo que La Habana amenaza con el corte de las comunicaciones a mitad de diciembre.
Vayamos por partes.
El embargo norteamericano es arcaico, inmoral, prepotente y de una ineficacia demostrada durante 40 años; de modo que esos fondos jamás debieron estar congelados, y su legítimo dueño es el gobierno cubano.
Sobrevolar el espacio aéreo cubano es un delito, pero el derribo de las avionetas fue, obviamente, un crimen contra esos hombres y contra el pueblo cubano, al sabotear un momento de distensión entre Estados Unidos y Cuba. Si bien es correcto que se indemnice a las familias de los asesinados, también es cierto que el dictamen de un tribunal norteamericano no es internacionalmente vinculante. No imagino al gobierno norteamericano indemnizando, por orden de un tribunal de Guadalajara, a la familia de un inmigrante ilegal mexicano muerto por agentes en la frontera. Y no hablo de justicia o injusticia, sino de práctica internacional, salvo acuerdos internacionales o bilaterales que obliguen a las partes.
La ineficacia económica de las autoridades cubanas es proverbial. Capaces de dilapidar durante 30 años la ayuda soviética, una vez que ésta se suprimió, volvieron la vista hacia el nutrido exilio, la nueva vaca lechera a la que ordeñan 800 millones de dólares al año, más de lo que rinde la zafra azucarera. Cierto que no se trata de aportaciones directas, sino de ayuda familiar, destinada a paliar la miseria de los cubanos en la Isla. Circunstancia aprovechada por el Comerciante en Jefe para imponer los precios más disparatados, obteniendo una plusvalía de abuso, no gracias a su eficiencia, sino a su condición de monopolio. El chantaje emocional al exilio y el asalto a shooping armada a los cubanos de la Isla son hoy los sectores más prósperos de la economía cubana. Desde el litro de leche a US$1,50, la venta de pasaportes, permisos de salida y visados en dólares, hasta las tarifas telefónicas más altas del planeta. Es el “impuesto revolucionario” —similar al que cobra ETA a los empresarios vascos para comprar las pistolas con que matarlos después— que debe abonar quien desee emigrar, o el exiliado que pretenda ayudar a su familia, traerlos de visita o viajar a la Isla. ¿Es legal? Obviamente, en su condición de gobierno soberano, Cuba establece los impuestos, tasas, gravámenes y tarifas que le da la gana. Por algo disfruta del monopolio, incluso sobre la vida de los once millones de cubanos que residen en la Isla. Y al exilio simplemente lo chantajea: si amas a los que quedaron en la Isla, paga. ¿Es moral? Ya eso es otro cantar.
Los fondos fueron congelados por el embargo, y su enajenación parcial, obra de un tribunal norteamericano. En cambio, pagará el impuesto el exiliado de a pie, a quien lo transferirán las telefónicas con una subida de tarifas. Y los más afectados serán los cubanos confinados en la Isla, en nombre de los cuales y por su felicidad, gobierna el Pater Nostrum FC, quien dicta contra ellos pena adicional de incomunicación.
Desde ese punto de vista, es absurdo que un rey vaya contra sus propios súbditos. Pero, ¿es absurdo? En lo absoluto. Primero, la medida continúa una tradición de beligerancia que ha fomentado el mantenimiento del embargo durante 40 años: un precio que FC paga gustoso mientras rinda dividendos políticos, excusas a su desgobierno y concite cierta simpatía internacional hacia Cuba. De paso, intenta poner al exiliado de a pie contra la zona más anticastrista de su comunidad. En segundo lugar, esto es parte de una larga operación contra la familia que comenzó a inicios de los 60: el concepto de que la primera familia es la Revolución, por lo que se penaba cualquier intercambio con los parientes del exilio, incluso los más cercanos; las escuelas al campo y en el campo, las becas que transferían la custodia de los hijos al Estado para formar el hombre nuevo, libre del pecado original de las viejas generaciones (sus padres); las reiteradas barreras impuestas a la reunificación de las familias y los mítines de repudio a los desertores de la gran familia revolucionaria. La deificación del Gran Padre, ser intocable y cuya familia inmediata permanece oculta para acentuar la idea de que su verdadera familia es la multitud. Todo forma parte de un mismo engranaje que ha favorecido la disgregación de la familia cubana, poniendo la devoción ideológica por encima de la filial. Del mismo modo que FC dirige el país como su finca particular, en la familia cubana sólo puede haber un Patriarca. Cualquier fidelidad debe ser supeditada a la Fidel-idad.
Muchos sicoanalistas se referirían a su padre autoritario e intolerante, dueño de finca (mira qué casualidad), al hecho de que jamás haya hecho pública a su familia, o que sus numerosos hijos hayan sido criados por una recua de guardaespaldas, como pruebas de que un Gran Padre con 11 millones de hijos (y otros dos millones de hijos descarriados) desprecia por razones matemáticas a la diminuta familia tradicional. Yo, que apenas he leído a Freud por arribita, obviaré esas consideraciones. Sólo constato los hechos.
Todo esto nos permite concluir que cortar las comunicaciones justo antes de las navidades, la fecha más familiar del año, puede ser injusto al penalizar a inocentes cubanos de las dos orillas por culpas que le son ajenas; taimado, al hacerlo en el momento del año en que más duele (y, por tanto, acentúa la posibilidad de que el exilio se pliegue al chantaje); inmoral, en la medida que contribuye a un estado de beligerancia que no ha reportado sino infelicidad a nuestro pueblo. Es todo, menos ilógico. La coletilla de que el dinero se destinará a la salud pública es punto menos que risible. Jamás el gobierno cubano ha dado cuenta de sus gastos, de modo que si se utiliza en equipamiento antimotines, ni nos enteraremos. Tampoco temen las autoridades cubanas a la suspensión de las remesas familiares: saben que los pobres mortales no estamos dispuestos a permitir que sus amados súbditos, es decir, nuestros familiares, pasen hambre, aunque el precio sea subvencionar su desgobierno. FC cuenta con que somos humanos, una debilidad ideológica que él no se permitiría.
Fidel Castro no cree en los Reyes Magos. Sabe que el Poder, ese regalo que él se hizo hace más de 40 años, no se obtiene con una cartica en el zapato. Y para mantenerlo está dispuesto a las mayores privaciones, el sacrificio y, si llegara el caso, la inmolación (del pueblo cubano, por supuesto). Sabe que en estos casos, una piedra en el zapato es más efectiva que una cartica.
“Feliz Navi... Clic”; en: Cubaencuentro, Madrid,18 de diciembre, 2000. http://www.cubaencuentro.com/lamirada/2000/12/18.html.



Primos (Desde esa geografía incierta que es la ausencia)

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Una tarde de 1961 (creo recordar) abandoné la finca donde vivía una parte de mi familia, siguiendo el camino custodiado por enormes árboles de donde goteaban los mangos filipinos más dulces del mundo. Atrás quedaban, diciendo adiós con las manos levantadas, mis cinco primos y mis cuatro tíos. No le concedí especial atención a aquella despedida —sospecho que mis primos tampoco—: un breve paréntesis hasta el próximo fin de semana. Lo que jamás habrían adivinado mis siete años de entonces, es que el próximo fin de semana se produciría 39 años más tarde.
Desde el momento en que mi padre, fidelista devoto hasta su último minuto, conoció que sus hermanos habían decidido marcharse de Cuba, se suprimieron las visitas a la finca. Mis preguntas sólo obtuvieron respuestas evasivas como si no otra cosa mereciera la evasión de mis familiares. Sólo me enteré que no estaban en Cuba años más tarde. Entonces supe que una zona de mi infancia se había extinguido: el día que, remolcado por María Eugenia, mi experiencia de esquiador en el portal baldeado a cubos terminó con cuatro puntos de sutura; los paseos a caballo con Castorcito; las mandarinas de junto al estanque, la champola de guanábana, las guayabas del Perú y las gallinas que perseguíamos con fervor, todo engrosó una suerte de prehistoria. Pero la caligrafía de la memoria suele escribirse con tinta indeleble. Todavía huelo el perfume de la tierra en días de lluvia, el aroma de los fogones, los ramitos de albahaca. Ningún político ha logrado derogar esa manera de recordar con todo el cuerpo que tiene la infancia.
Nunca les escribí una carta a mis primos. Ellos eran el enemigo, rezaba la consigna. Ignoro si ellos me escribieron. Tampoco habría recibido sus cartas.
Treinta y nueve años después de aquella despedida, otro fin de semana, visité Miami, y descubrí la misma cara de mi primo Castor, en un cuerpo de hombre maduro, más cerca de los 50 que de los cuarenta; hablé con mis primas y tíos dispersos entre Nueva Jersey y North Carolina. Supe que durante años mi abuela sostuvo correspondencia a hurtadillas de mi padre con sus hijos-enemigos y sus nietos-enemigos. Quizás a hurtadillas relativas. Mi padre no podía admitir correspondencia con el enemigo, pero bien pudo saber de sus hermanos y sobrinos sin indagar la procedencia, como si las noticias hubieran alcanzado a mi abuela por algún cauce misterioso del éter. Cosas más raras se han visto. En 1978, siendo yo profesor de la universidad, a una de mis alumnas le fue negada la condición de ejemplar, acusada de intercambiar correspondencia con su padre, exiliado en Miami. Los mismos que le imponían el veto, recibían por entonces a sus familiares de Miami, con el beneplácito del Partido Comunista. Nunca la crítica literaria maltrató tanto al género epistolar.
Ignoro si con el correr de los años la vida habría puesto entre mis primos y yo una distancia superior a las 90 millas. Se sabe que los humanos tenemos la costumbre de adquirir una familia vocacional: los amigos. Y yo ignoro si alguno de mis primos habría formado parte de esa familia elegida por el libre albedrío y no por la genética. Pero sí estoy convencido de que ninguna profesión de fe, ningún credo político tenía derecho a mutilar mi infancia. No juzgo a sus padres ni a los míos en sus decisiones de quedarse o irse. Pero sí juzgo una fe que necesitó sumar enemigos para garantizar la incondicionalidad de los amigos.
Durante años, la fe oficial convocó en Cuba al sacrificio de nuestros padres en aras del futuro feliz de sus hijos; para convocar más tarde a los hijos en aras de los nietos, y así sucesivamente: la felicidad futurible. “Hoy no fío. Mañana sí”, decía aquel bodeguero y mantuvo colgado el cartel hasta que le expropiaron la bodega y el método de trabajo.
Sé que mi caso es pavorosamente vulgar. A millones de cubanos nos hurtaron los primos, o peor: los padres, los abuelos, los hermanos, los hijos. Sé que millones de cubanos hemos amado, casi siempre en silencio, a enemigos censados por supuestos amigos que en muchos casos aborrecíamos. Y de haber levantado la voz contra la sustracción de primos, sin dudas nos habrían cogido de primos. Pero lo peor fue que nos convencieran —todo el tiempo, una parte del tiempo, apelando a nuestra credulidad o nuestra adolescencia emocional, haciéndonos creer que creíamos—, según el expedito sistema de Goebbels. Aunque más tarde nos declaráramos ateos gracias a Dios.
Treinta y nueve años después de aquella despedida en la finca, la historia se repite: los primos de mi hijo, que vive en Sevilla, se reparten entre Texas y La Habana, y sus abuelos, entre Houston y Marianao.
Más temprano que tarde se derogarán las distancias, Cuba transitará hacia una sociedad democrática y abierta, los fabricantes de enemigos, los arquitectos del odio, pagarán con el peor de los castigos: el olvido. Pero ya a mí, a nosotros, nadie nos podrá devolver nuestros primos, ni el agridulce aroma de una infancia probable. Como tampoco podrán devolvérselos a mi hijo.
Confío en que mis nietos se busquen sus propios enemigos, y nadie se atribuya la potestad de endosárselos por decreto.
Diciembre, 2000



ETA: camino hacia la nada

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Tras la puerta de muchas casas, tanto en el Caribe como en Brasil, pende un ojo enorme de oscura pupila. Un ojo que ve el daño y lo prevee. Puede que el País Vasco herede esta costumbre antillana y disponga en breve de ojos electrónicos que todo lo ven o, al menos, eso afirman sus promotores. Quizás, como las chismosas de barrio, vean lo prescindible y pestañeen ante lo esencial. La electrónica padece esas manías.

 

La policía explosiona una mochila en Córdoba, un etarra revela en Francia su verdadera identidad... No pasa un día sin ETA en la prensa nacional. Sus objetivos no serán muy claros (más bien tenebrosos), pero tienen un gran sentido del marketing. Directa o indirectamente, imponen su presencia. Y fueran cuales fueran sus fines (al menos los originales), en este caso los medios injustifican los fines. De modo que, a veces, me recuerdan ciertos grupos musicales que componen (¿componen?) puro ruido, desafinan y gruñen con un suspiro de voz, pero se pintan de verde, salen con el culo afuera y se orinan durante los conciertos. Alguno comprará sus discos, aunque sea por curiosidad zoológica.

 

Si un día se dejara de mencionar a ETA, si sus tiros en la nuca y sus bombas en hipermercados no ocuparan un sitio en los periódicos, perderían cuando menos la mitad de su sentido, que es intentar ocultar con mucho ruido las pocas nueces; desaparecería el efecto de ponderación de su escaso voto a puro bombazo. Sabemos que son cuatro gatos, pero maúllan toda la noche y no dejan dormir a los diez mil trabajadores, que no son empresarios del terror ni administradores de la extorsión, y deberán ganarse mañana el salario sudando la camisa.

 

Hace algunos años y más allá del Atlántico conocí por pura casualidad en una fiesta a dos jóvenes. ¿Españoles?, pregunté. La respuesta fue inmediata y cortante: "No. Vascos". Mis nociones geográficas tardaron algo en recomponerse. Sus ideas eran una mezcla de marxismo pasado por M&M (Mao y Marcusse) ─más cerca de los hermanos Marx que de Don Karl─, malas traducciones de Nietsze, racismo victoriano con vaqueros y camisola progre, y un regionalismo feroz,digno de la Baja Edad Media. Puro folklore político. Su equivalencia de ETA con la guerrilla latinoamericana me dejó un tanto extrañado. Jamás supe si eran etarras o simpatizantes. Tampoco qué hacían allí.

 

Ignoro si aquel coctel ideológico responde a la alambicada filosofía del etarra tipo. Pero descubrí más tarde que es un coctel Molotov y mata personas cuyo único delito es estar cerca de la bomba.

 

Es demasiado fácil decir: son unos asesinos, y asumirlo como un accidente genético.Sus argumentos de grupo sanguíneo y formas craneales me repugnan. Los crematorios de Treblinka, la conquista de América y la esclavitud funcionaron con ese combustible. Los vascos tienen sangre roja, masa encefálica gris y muchas buenas ideas transitando entre las neuronas.Es lo único que importa.Y hablar hoy de un Euskadi colonial bajo la corona española resulta risible para un latinoamericano, que de eso sí sabemos. Y mucho.

 

Según aquellos jóvenes, se trata de instaurar un Estado nacionalista y socialista en Euskadi. ¿Nacional-socialista?, pregunté. Pero eran impermeables al humor tropical, y solemnes como adolescentes queriendo entrar a un cine porno. No era una dictadura del proletariado sensu stricto ─ver manuales (hoy, casi exclusivamente en manuales)─, porque el proletariado, sobre todo los inmigrantes de otras regiones, estaba ─según ellos─ corrompido, aburguesado, y habría que "reeducarlo" o "neutralizarlo" para instaurar el nuevo Estado. Enseñar a las masas a pensar por su cuenta (no pude precisar si por cuenta propia o por cuenta de ellos). En síntesis: una especie de "dictadura contra el proletariado".

 

Imbuidos de una fe mesiánica, blindados contra la duda, sumidos en la implementación de los medios para lograr sus fines, los fines se habían desdibujado (de ahí su incoherencia), suplantados por los medios. Y pensé que donde haya paro, marginalidad, corrupción y diferencias sociales, usted toma a un joven marcado por la angustia y dotado con toda la rebeldía de su adolescencia, le coloca en el cerebro cuatro dogmas rotundos e indiscutibles, y en las manos una metralleta con que dar por zanjada cualquier discusión, y el joven descubre que la metralleta es su argumento, su derecho al voto y al veto. No es raro que la use. Gamberros hay en todas partes. Es la cultura de la violencia. Pero cuando esa necesidad destructiva es dotada de una presunta coartada ideológica, se convierte en un arma letal. La manada hace al lobo. Aparecen los especialistas de la muerte y la ideología se reduce al procedimiento exacto de colocar las cargas, la relojería del detonador y el montaje táctico de la operación. La víctima es deleznable: un mero accidente en el camino luminoso hacia la sociedad futura. Y a propósito, ¿qué sociedad era? No importa.Olvida eso. Ya veremos cuando llegue.

 

Sonaría ridículo, si no fuera trágico.

 

 

“El camino de ETA hacia la nada”; en: El Nuevo Herald, Miami, agosto, 2000.



L´America Total

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En nuestro especializado mundo cultural y académico, son cada vez más frecuentes los estudios que intentan abarcar un espacio equivalente a la superficie de la yema del dedo, y practicar un estudio de mil kilómetros en profundidad. Lo que me recuerda la definición del especialista y el generalizador. El primero es quien sabe cada vez más de cada vez menos, para terminar sabiendo todo de nada. Mientras el generalizador es quien sabe cada vez menos de cada vez más, para terminar subiendo nada de todo.

 

Por eso alegra encontrar un texto como L'América, de Aleasandra Riccio, un texto donde no se intenta la autopsia de la cultura, mientras se reparten brazos y piernas a los especialistas correspondientes. Un texto donde la cultura no es el ente rectangular y predecible al que aspiraban los ilustrados, sino un cuerpo vivo, multiforme, en ocasiones monstruoso, pero sorprendente e impuro, donde todo o casi todo tiene cabida y es imposible leer el discurso literario sin insertarlo en sus contextos históricos o sin usar un diccionario político actualizado como material de consulta.

 

En L 'América, Alessandra Riccio nos habla de la palabra como mecanisino de dominación, como arma a veces tan efectiva como la pólvora, que permitía que no se desencuadernara un imperio vasto aún para estos tiempos de red global. Aquellas palabras que para algunos nativos tenían ánima y eran capaces de contar al destinatario los sucesos del camino. Es interesante esa aproximación de algunos autores, desde los cánones de la literatura occidental (en cuya órbita nos movemos) al universo cualitativamente diferente de la experiencia histórica y cultural indígena.

 

La visión eurocentrista que impuso la ilustración, y que no era sino una ilustración de lo poco ilustrados que eran en materia americana; incurriendo en absurdos, exageraciones y, sobre todo, generalizaciones pueriles, dignas de la más desbocada mitología popular. Estereotipos que han fomentado durante siglos la complacencia de Europa en su propia ignorancia americana, la negación a adentrarse en lo que, por distante y distinto, tiene que ser forzosamente inferior.

 

También alude AIessandra al (¿estereotipo o no?) de la identidad cultural, el colonialismo y sus secuelas, el neocolonialismo norteamericano, los patrones culturales impresos sobre una tradición que rebasa los marcos estrictos de esa tradición occidental y adquiere su propia fisonomía en el habla, en el arte y la literatura, en el discurso popular y, no pocas veces, en el discurso político. Una fisonomía que se nutre de la oralidad, de lo cotidiano, de lo naif: aunque con frecuencia oculte sus fuentes.

 

¿Razones? El continuo proceso de mitificación y ocultamiento que ha sufrido Latinoamérica por parte del discurso político, desde la retórica renacentista que ocultaba la empresa medieval que fue la conquista, el lenguaje iluminista de la independencia que no logra ocultar un caciquismo subterráneo y realidades medievales, la retórica positivista decimonónica camuflando la entrega del continente al capital financiero, mientras América era reclamada por Los Americanos, enmascarando la nueva colonización mediante políticas de buen vecino (siempre que no tuvieran que apelar al big stick); hasta la retórica tendente a construir una América de servicio (y al servicio) aunque se hable de Alianza para el Progreso y Zona de Libre Comercio. Es algo que nos recuerdan Paz y Fuentes, y que Alessandra Riccio subraya. Un texto a mi juicio importante para desentrañar los laberintos ocultos, los nexos entre la palabra política y la literaria, entre la historia que ocurrió y la que nos han contado, entre el continente que han intentado analizar sin éxito los taxidermistas y ese continente vivo, de fronteras difusas y que avanzan hacia el norte (¿devolución quizás, incruenta, de la conquista?), y que Alessandra examina al vuelo, al galope, descubriéndolo en plena audacia de un salto. Sin necesidad de capturarlo en las páginas de un ensayo cartesiano. Sin necesidad de clavarle un alfiler en la frente con un número de serie.

 

L´America total, en: Encuentro de la Cultura Cubana; Buena Letra n.º 14, otoño, 1999, pp. 217-218.