81: Vuelo sin retorno
Hoy Fidel Castro sólo recibirá tres regalos: el petróleo de Chávez, el embargo norteamericano y el repliegue de la Iglesia.
TEMA: El año de Castro II
"Fidel Castro Ruz (Mayarí, 13-8-1926), político cubano de la época de Celia Cruz". El chiste se sitúa en 2020, pero en 2007 la sobrevivencia del Comandante, tras un año de reposo obligado, ve reducirse expectativas y especulaciones acerca de su retorno al poder. Sus "reflexiones" en la prensa diagnostican el adiós.
Hoy celebra el cumpleaños 81, pero desde luego que no festeja ni el estado de su organismo ni el del Estado cubano. Si su inteligencia aún lo acompaña, en alguna ráfaga debe percibir que hasta el propio hermano —leer entrelíneas el discurso del pasado 26 de julio en Camagüey— comienza a separarse.
Disidentes y especialistas coinciden con el decir popular: Vuelo sin retorno —como la novela homónima… Al revisar textos y encuestas —incluyendo, claro está, los de adentro del país— a lo más que se llega es a dejarlo como una suerte de icono ideológico, consejero áulico, abuelo cascarrabias.
Él debe experimentarlo hoy. Y ojalá que así sea. Buen regalo en su día, para un hombre que desde la adolescencia quiso y logró ser líder. Lo mismo que entre sus médicos no hay unanimidad ni pronóstico fijo, tampoco entre los grupos de poder —militares, gerentes, cuadros del partido y funcionarios administrativos— hay unanimidad respecto al rumbo del país.
La unanimidad se le ha convertido en una nimiedad, y ya ni siquiera puede acudir a un ataque de ira, pues uno de los consejos esenciales que le han impartido sus doctores —no sus generales— es evitar situaciones estresantes, esfuerzos excesivos en busca de la perdida unanimidad, consustancial al liderazgo máximo que ejerciera, que tanto disfrutaba.
Consuelos en su día
¿Qué disfrutará hoy el Comandante? Hombre sin aprecio a la familia y a los amigos, su único gusto se le ha desmoronado: ya no puede ejercer el poder. Tan demoledoramente obvio. Y ni una mueca de resignación, mientras las esperanzas se le estrellan contra sí mismo, contra la enfermedad y la muerte.
Tiene, sin embargo, tres consuelos en su día. Venezuela no acaba de entender que el chavismo no es la solución contra los desastres cometidos por adecos y copeyanos. Mientras Chávez permanezca en el poder no faltará el petróleo, una subvención a la soviética que los expertos calculan en 4.000 millones de dólares anuales.
Y un segundo regalo: La administración estadounidense mantendrá la terca e inservible hostilidad contra el régimen, le permitirá continuar apelando al nacionalismo, seguir vestido de David contra Goliat. La amenaza de un éxodo masivo producto de una presunta ingobernabilidad, además del costo enorme de una posible reconstrucción del país, detienen la derogación del embargo, el diálogo sin premisas obsoletas.
El tercer presente se lo otorga la Iglesia Católica —la única organización paralela al aparato dictatorial—, al replegarse hacia un apostolado apolítico, como demostrara al amordazar la pinareña revista Vitral. La autocensura eclesiástica —bajo el espejismo de recibir dádivas del gobierno— cierra los púlpitos a la disidencia.
Pero Castro cumple 81… Sus días —como él sabe muy bien— se descuentan de un calendario inapelable, tan natural como las estaciones. Él y su hermano —y toda la generación de "guerrilleros"— también saben que pronto hijos y nietos los dejarán en un libro de historia, tras la urna con las cenizas.
Su sobrina Mariela Castro Espín acaba de declarar a EFE: "la sociedad cubana está preparada para un proceso de transformaciones necesarias para sostener el proceso revolucionario, con y sin Fidel".
Quizás hoy sus amanuenses debieran callar, él no quisiera oír o leer la certeza de que se busca desesperadamente una suerte de "borrón y cuenta nueva", un "proceso de transformaciones" —como afirma Mariela. Por delicadeza no debieran dar a entender que se le toma como un antiguo referente, nada más.
Como se sabe, sus "reflexiones" —en un país donde hace décadas que desaparecieron los textos de opinión política— muestran sin equívocos una voz del pasado. La palabra "transformación" es la gran ausente de los artículos, como lo fuera de sus discursos e intervenciones. Y es precisamente ese sustantivo el que cada vez aparece más —véase el último número de la revista Temas— entre sus antiguos súbditos.
Psicosomatizando
Los regalitos de Chávez, del embargo yanqui y de la jerarquía católica, lamentablemente no le ocultan —si sigue lúcido, o en los ratos de lucidez— las evidencias de transformaciones abocadas, ya en la puerta. Por ello afirma una y otra vez que se le consultan las decisiones, que por teléfono pregunta y ordena.
Observa que mes tras mes —¿aún funciona el Grupo de Apoyo, su mini gabinete presidencial?— le van quitando vida, que para él siempre ha significado poder político. Aunque con lentitud similar a la esperanza de recuperarse, percibe que su acceso a la información disminuye, lo que determina la progresiva disminución de su influencia.
Hay pruebas de que así sucede. Baste citar los cambios que están ocurriendo en la relación Estado-campesinado, que la prensa oficial —acostumbrada al síndrome del misterio— apenas refleja, también ahora para que él no se entere. O el discreto refinanciamiento de la deuda externa con el Club de París, imprescindible en la búsqueda de capitales inversionistas que no paguen seguro de alto riesgo.
Otros indicios de "transformaciones" corroboran el alejamiento del Comandante. Se rumora con fuerza la implantación de una moneda única, que traería más desigualdades, aunque incentivaría trabajos profesionales y de sectores productivos. Parece que habrá una reapertura para el trabajo por cuenta propia. Se estudian experiencias chinas y vietnamitas de capitalismo de Estado, algo que para él traicionaría los "ideales" de la "revolución"…
Castro es lo suficientemente astuto y pícaro como para presentir que de seguir vivo estará peor que Franco a partir de 1973 —hasta que muriera dos años después—, mientras compara su residencia en el reparto Atabey —al oeste de La Habana, cerca de Jaimanitas— con el Palacio de El Pardo, en las afueras de Madrid.
Fea vejez, Reflexiones sobre duras y evidentes realidades, como el título de uno de sus últimos artículos, cuyo catastrofismo indica que el autor no para de psicosomatizar. ¡Cuánto no hubiera dado el Comandante por una muerte heroica! ¡Cuánto por un infarto en la Plaza, o hasta en el Palacio de Convenciones! Ya ni celebra, apenas conmemora.
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