Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Alcohol verde, alcohol rojo

Castro y Chávez critican públicamente la producción internacional de etanol, pero no detienen sus propias inversiones.

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Las condiciones indispensables para el impulso del etanol, sea en los países caribeños, sudamericanos o del norte, son básicamente similares. La tierra y el agua son hoy dos bienes de lujo. Sobre la primera hay todavía varias guerras activas en el mundo. En cuanto a la segunda, se dice que no demorará en desatar nuevos conflictos bélicos.

¿Tienen Cuba y Venezuela una situación hidráulica y de fertilidad diferente al resto? ¿Dónde queda la idea castrista, tan firmemente defendida telefónicamente y en su último artículo, de que poner los alimentos a producir combustible es "trágico, dramático y siniestro"?

Aquel que, según Fidel Castro, es un "predicador defensor de la especie", levantó el dedo índice y ordenó sembrar más de un cuarto de millón de hectáreas de caña en Venezuela para obtener el alcohol maldito. ¿Cuánta tierra está dispuesto Chávez a dedicar a esta especie, además de la ya existente? ¿Reducirá las dedicadas al cultivo de otros alimentos y elevará el listón de las expropiaciones y de la intervención estatal? ¿O el predicador ambientalista echará mano a los bosques?

Del monocultivo a los diez millones…

En la Isla ocurre otro tanto. En agosto de 1960, Castro criticó en un largo discurso la herencia agrícola recibida, el "monocultivo", según sus palabras: "…A ellos no les preocupaba producir otra cosa que caña (…) La caña (…) vino a sustituir todo tipo de cultivo (…), y hasta el mismo paisaje de nuestros campos cambió", criticó ante obreros del sector.

Nueve años más tarde, con su faraónica misión de producir diez millones de toneladas de azúcar, la Isla no sólo no había solucionado el anatema de la "herencia agrícola" republicana, sino que lo había empeorado. De la preocupación por la diversificación de la agricultura se pasó a la obsesiva "zafra de los diez millones", una operación en la que el propio gobernante ordenó barrer importantes cantidades de tierra antes destinadas a la producción de otros alimentos y a la ganadería.

Las cosas en Cuba han cambiado mucho desde entonces: desde la meta compulsiva hasta el quiebre inmisericorde de una industria centenaria. En el año 2002 se inició el desmonte de la mitad de los centrales azucareros y, según cifras oficiales, el 68% de las tierras dedicadas al cultivo de caña de azúcar pasó a la producción de alimentos o la repoblación forestal.

El mismo Castro, que primero cuestionó la excesiva caña heredada y luego la ensalzó, finiquitaba así el que había sido el puntal económico de la Isla. "Del azúcar no volverá a vivir jamás este país; pertenece a la época de la esclavitud (…) Fue el sustento de este país y hoy es la ruina", admitió.

¿El próximo bandazo?

Lo único estrictamente cierto es que en los vaivenes de la economía cubana los alimentos han competido siempre en desventaja. Para la nueva batalla (secreta) que se avecina, la Isla parece decidida a recuperar el terreno perdido, ahora al compás del etanol; aunque públicamente se exprese lo contrario, por la evidente impotencia ante el negocio entre brasileños, centrocaribeños y norteamericanos.

¿Qué va a pasar con el 68% de las tierras que tras la hecatombe azucarera de 2002 supuestamente se destinaron a 28 cultivos varios, reforestación y ganadería? ¿Volverá Castro a priorizar las superficies para la caña, ahora que el alcohol milagroso está de moda y viene de perillas para las cruzadas ideológicas?

Las destilerías cubanas producen actualmente, de acuerdo con estadísticas gubernamentales, unos 100 millones de litros de etanol al año, que podrían triplicarse si fructifican los convenios suscritos con Venezuela. En 2005 se produjeron en España (último país en la lista de los nueve grandes fabricantes de etanol) unos 350 millones de litros, según The Wall Street Journal (WSJ). Estados Unidos y Brasil, indica la misma fuente, son los líderes mundiales, aunque el primero sólo aventaja ligeramente al segundo.

La batalla por la producción y el control de las exportaciones de etanol ya está esbozada. Brasil detenta el mayor potencial, con los mínimos daños colaterales posibles, porque utiliza caña de azúcar. Estados Unidos se plantea en diez años reducir a la mitad el uso del maíz e importar el otro 50% de países como Brasil, si para entonces los obstáculos arancelarios se han desatascado. Este empeño por disminuir el uso del maíz es ocultado deliberadamente por Castro en sus diatribas alcoholeras.

Mientras tanto, agrega WSJ, 24 países centroamericanos y del Caribe, entre ellos El Salvador y Costa Rica —que disfrutan de ventajas arancelarias en EE UU— se preparan para hacer su agosto convirtiéndose en procesadores de materia prima brasileña y puente natural hacia el norte. Esta región ha sido tentada por Chávez para sus proyectos "solidarios" PetroCaribe y PetroAmérica. Todo lo que suene a negocio floreciente —e independencia con respecto al nuevo imperialismo— dispara las alarmas del venezolano.

Como la guerra está servida, La Habana y Caracas se resisten a posar como convidados de piedra en el alumbramiento de un potencial imperio económico. De sus cálculos políticos —no económicos ni medioambientales— dependerán los próximos bandazos en ambos sistemas agrícolas. Pero esta vez será sin demasiada publicidad.

La pregunta es qué sucederá si bajan los precios del petróleo, y con ellos la influencia política de Chávez y Castro: ¿seguirán sosteniendo su espurio discurso ambientalista o habrá en Cuba y Venezuela una zafra de los 10.000 millones… de litros de etanol?


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