Actualizado: 17/04/2024 23:20
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A debate

Antídoto del 'negrismo'

Repuesta al artículo 'La visión que no nos permite crecer', publicado por Manuel Barcia en 'Encuentro en la Red'.

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Si, como alega Manuel Barcia en su artículo La visión que no nos permite crecer, Fidel Castro no la emprendió a balazos contra el orden institucional, sino únicamente contra "la dictadura de Fulgencio Batista", entonces debe haber sido una bala perdida la que le dio en el pecho a la república, pues la evidencia forense indica que su fallecimiento ocurrió el 1 de enero de 1959.

Inversamente, sería un paseo demostrar que el golpe de Estado de 1952 no le ocasionó ni un rasguño. La república de Cuba nunca gozó de mayor libertad para atacar y demoler sus propias instituciones: el cuartel, la prensa, la cultura, el Palacio, el senado o la estación de radio. La revolución burguesa encabezada por un jesuita fue el más escandaloso alarde de su salud libérrima.

Tendríamos que estar dispuestos a tergiversar la verdad hasta el punto de hacerla coincidir con la doctrina histórica castrista, para negar que éramos hombres emancipados, y que sólo a partir de la caída de Batista dejamos de serlo. Nunca antes —incluida la época de la "primera" esclavitud— tantos cubanos habían sido privados, indiscriminadamente, de sus derechos. La esclavitud comienza, en mi cronología, el 1 de enero de 1959, mientras que, obviamente, Barcia alude a un concepto análogo, pero situado en la lejana fecha de 1880.

Discrepamos también acerca de cuál evento "efectivamente, acabó con la historia democrática de Cuba". Mi fecha —26-7-53— es, de nuevo, ulterior a la que propone Barcia: ese día, y no otro, concluye, según mis cálculos, la era democrática en Cuba. En términos absolutos, la discrepancia es minúscula, mas no negligible. Sostener que el 10 de marzo de 1952, y no el 26 de julio de 1953, propinó el golpe de gracia a nuestra sociedad, equivale a adoptar (aunque fuese de buena fe) la dogma central que apuntala el andamiaje teórico de la superchería revolucionaria.

Todo lo demás, en la catequesis izquierdista, se desprende de esa patraña: desde la mención ritual de Meyer Lansky hasta el cliché de "la dictadura amparada por el gobierno estadounidense". Los más ajados estereotipos doctrinales serán esgrimidos —y ordeñados también— a consecuencia de una discrepancia cronológica: ¿qué vino primero, el huevo o la gallina? Quienes adopten el calendario castrista nos harán creer que se trata de una paradoja insoluble. Salir de ese círculo vicioso requiere de una voluntad firme, y equivale, en esencia, a romper las cadenas epistemológicas con que nos aherrojó, desde la cuna, el Negrero.

¿Por qué los Clinton?

He dicho en más de una ocasión que los exiliados cubanos somos los cimarrones del socialismo. Lleva razón Barcia al recordarnos que a las épocas de esclavitud sucede "un extenso periodo de marginalización, discriminación y consecuentes estereotipos". ¡Si lo sabremos nosotros, los gusanos! Nos cuesta ansias deshacernos de los cepos mentales; y una vez instalados en Miami, o en Leeds, no es extraño que nos pongamos de nuevo los grilletes, porque, sin ellos, nos sentiríamos ingrávidos.

Tal vez sea esa la razón por la que el autor de La visión que no nos permite crecer no entiende "bien por qué", en mi artículo sobre los negros, involucro a los Clinton. Trataré de explicarme: el calendario socialista norteamericano empieza en el clintonismo; y quizás, en un futuro próximo, la llegada del niño Elián marque su epifanía. Aunque los "demócratas" se empeñen en negarlo, la revolución guevarista ya comenzó.

El indecente saqueo de la Casa Blanca vino a confirmar —a los que escapábamos de otra dictadura de la canalla— que los vándalos habían llegado también a Roma: durante el relevo de administraciones, la letra W (de George W. Bush) fue arrancada de cuajo de los teclados de las computadoras y pegada con teipe al marco de las puertas; las gavetas de los escritorios fueron taponeadas con goma, las líneas telefónicas cortadas y los llavines de las puertas rotos. Días más tarde se descubrió el robo de los preciosos objetos de la colección presidencial al que aludo en Fidel Castro, El Negrero. Hillary los devolvió con una fláccida disculpa. De inmediato, los Clinton proclamaron la reforma urbana desde un lujoso estudio de 800.000 dólares anuales en las Carnegie Towers. ¡Sólo después se mudaron a Harlem!


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