Actualizado: 16/06/2024 21:14
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Malestar social, Cuba, Apagones

«Apaguicidio»

La mentalidad en sombras de quienes tienen el poder en Cuba está bloqueando iniciativas necesarias, valientes, honestas. Es hora de cambiar y ellos lo saben mejor que nadie

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Me recuerdo de niño sentado en el comedor de casa frente a lo que llamaban “chismosa”. Era un pomo de boca ancha con un tubo de pasta de dientes y un pabilo que se alimentaba del keroseno en el fondo. Los apagones no daban respiro. Para espantar los mosquitos —coctel mortal: calor, mosquitos, ausencia de corriente eléctrica— mi abuelo prendía el “infiernito”, una cazuela vieja donde quemaba hojas secas del pino de frente a la casa. Al destaparlo esparcía el humo que alejaba a los insectos —y a los humanos— por unos minutos, a la espera de la brisa, refrescante del insufrible apagón. Frente a aquella “chismosa”, el niño que yo era pedía a un dios desconocido entonces que al crecer no hubiera apagones como aquellos. Era 1970: “Año de los 10 millones”. Eran los tiempos de las “Patrullas Clic” y del “Villano Incandescente”.

Veinte años después, sin ser la novela de Alejandro Dumas ni los que según Gardel no son nada, me “cogió” otra tanda de apagones. Esta vez la oscuridad estaba perversamente programada para dormir o no dormir: ocho horas con luz y las siguientes sin ella. Ya era adulto, profesional, tenía hijos pequeños. Para ir al trabajo debía recorrer varios kilómetros en bicicleta. Mis hijos debían dormir en el portal de la casa durante el apagón nocturno. Gracias a la brisa y el abanico de mi suegra echándoles fresco ellos podían descansar unas horas. En el solar de al lado, el vecino se echaba cubos de agua encima durante las madrugadas oscuras del verano del 93. Muchos lo imitamos. El agua refresca y detiene la mosquitera por un rato. Era el “Año 35 de la Revolución”. Eran también los años de los “bombillos ahorradores”, las ¿juntas del refrigerador”, y poco después, la inefable “Revolución energética”.

Para entonces varios niños de los 70 no pasarían lo mismo. Habían escapado por donde les abrieron un “filo”. Esta nueva “temporada de apagones” se combinó con falta de alimentos ricos en vitaminas y bicicletas, otro coctel mortal, provocando en Cuba enfermedades que nuestros profesores de medicina citaban en países muy pobres. El régimen negaba que existiera avitaminosis carencial, pero repartía de manera gratuita multivitaminas. La proporción de ceguera y trastornos motores no podía ocultarse por la cantidad de casos, la celeridad del deterioro, y las secuelas, algunas irreversibles. La estrategia de esconder las epidemias de dengue hemorrágico y cólera en otros tiempos no funcionaron entonces.

Casi todos los que vivíamos en la Isla tendríamos anécdotas que parecerían chistes siniestros. En el muro de mi casa hicieron una pintada: ABAJO QUIEN TÚ SABES. Me fui al trabajo sin darme cuenta del letrero. Mi esposa me llamo. Debía regresar de inmediato. Frente a mi casa se apiñaban varios “compañeros” del Comité de Defensa. Estaban pintando de blanco el muro —enseguida apareció la pintura. Uno de ellos, ocurrente y combativo, sugirió: “Y ahora toca hacer un mitin de reafirmación revolucionaria y pintar bien grande VIVA LA REVOLUCIÓN”. Aunque estaba “marcado para vivir”, le pedí por favor que hiciera el acto donde quisiera pero que no volvieran a escribir nada en el muro de mi casa porque me iba a ser difícil conseguir la pintura.

Los apagones son parte invariable del proceso involucionario

Ese mismo individuo, listo el hombre, a los pocos días me vio en la calle. Preguntó si no había un nuevo problema en el muro, él, que vivía frente a mi casa. Sin embargo, aprovechó la oportunidad para darme una inolvidable lección de sociología comunista: “Los apagones tienen algo bueno. La gente saca los sillones a la acera y socializan, conversan, en fin, se relacionan más”. Para este ciudadano no bastaban las “socializaciones” de la cola del pan, la papa, de la carnicería para recibir el “perro sin tripa”, la “masa cárnica”, el “picadillo texturizado”. Según él, debía apagarse la cuadra para que, como sombras chinescas, los vecinos se conocieran mejor.

Por esos días contaban que alguien cercado por un par de delincuentes en un callejón sin luz de la Habana Vieja gritó a todo pulmón: ¡Abajo Fulano!, y los malhechores huyeron aterrorizados. Aprovechando la oscuridad, en esa época soltaron una yegua para el medio de la calle con un letrero que decía MI MARIDO SE HA VUELTO LOCO. Y también se hablaba de un gato ahorcado en un parque con una nota suicida: ME MATÉ PORQUE NO TENÍA PESCADO. En fin, que las tinieblas no son buenas consejeras.

Treinta años después, más de cincuenta de aquel fatídico año 70 —¡los Diez millones van, y de que van, van! —, los apagones han regresado como parte invariable del proceso involucionario. Pero esta vez por 20-24 horas, como si hubiera pasado un ciclón categoría 5. El Designado ha salido en la televisión nacional —remedo del Aló Presidente chavista— para explicar junto a dos acólitos por qué no hay luz eléctrica y no habrá por mucho tiempo. Por cierto, el difunto Hugo acostumbraba hacer su comparecencia con una fábrica produciendo, un campo sembrado, un nuevo edificio detrás. El “setting” es parte del mensaje. Quien hace el papel de presidente solo puede poner letreros. Se le podría sugerir que el escenario fueran los fastuosos hoteles de Varadero o la Torre “Callejas”. De ese modo el peatón cubano comprendería que la inversión en termoeléctricas y otros recursos energéticos ha tenido otro destino. Estamos en 2024: ¿Año de qué cosa? Bueno, lo que sí se sabe es que son los años de la “coyuntura” y la “resistencia creativa”.

Es justo señalar que los apagones no son privativos de Cuba. El déficit de generación eléctrica es un mal endémico en el Caribe. Si no que les pregunten a los puertorriqueños, aunque por motivos diferentes. Pero nuestra Isla es muy particular; llueve y se moja, pero no se apaga como las demás. Es el único lugar donde la gente se alegra que quiten la corriente en horario laboral. Los trabajadores son enviados a sus casas y se les paga el salario completo —sal y agua. La ausencia de luz eléctrica lo justifica todo o casi todo, comenzando por las fallas del régimen.

Cuba se apaga. Es una situación sumamente peligrosa. Un juego de perder-perder. No habrá ganadores. Salvo un milagro, no aparecerán los 10 mil millones en los cuales cifran la inversión en las obsoletas plantas, los cientos de millones necesarios para energía renovables, todo el combustible que necesitan, donado por amigos zurdos, y algunos ambidiestros de por acá. No solo la producción nacional se afecta. El turismo tradicional, que gusta visitar lugares populares, tendrá que mantenerse donde exista luz, o sea, dentro de los hoteles y áreas aledañas. No sería absurdo pensar que bajo las condiciones de escasez, calores infernales, falta de agua y promesas incumplidas aumente la violencia social, con un fatal final de desobediencia civil.

El régimen ha entrado en un callejón sin salida que pudiera llamarse apaguicidio —diría el juez de La Tremenda Corte: una ruta en colisión con el pueblo y el malestar acumulado. La mentalidad en sombras de quienes tienen el poder en Cuba está bloqueando iniciativas necesarias, valientes, honestas. Es hora de cambiar y ellos lo saben mejor que nadie. Deberían pensar que mientras quitan y ponen ministros, dan discursos mendaces, y enseñan sin pudor sus prominencias ventrales, otro niño cubano esta frente a una “chismosa”, y se pregunta cuando acabaran los apagones que ya duran demasiado tiempo.


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