Actualizado: 27/03/2024 22:30
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A debate

Con toda la honradez posible

¿Por qué la crítica martiana prefiere hablar de 'saber de la literatura', en lugar de cuestionarse los espacios marginales que ocupan el negro y el indígena en sus textos?

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Es la lectura de Retamar, por tanto, la que sí ha hecho su "agosto" en la academia norteamericana por los últimos veinte años, y lógicamente, esa es la versión de la escuelita en Cuba, la cual no se puede criticar, ni desdecir. Por eso, la opinión de Joucla-Rau, que ocupa solamente un par de líneas en su intervención, es tan rara, rarísima en el corpus ensayístico martiano. Por algo ese libro nunca se publicó en Cuba. En esas dos líneas, Joucla-Rau ya veía cómo Martí criticaba y coincidía en algunos puntos con Ebelot, el autor de un libro sobre La Pampa que Martí reseña en 1890 e incluso coincidía con los postulados que impulsaron a Julio Roca a la "Conquista del desierto". Para que se sepa, Ebelot fue uno de los ingenieros de esta campaña y fue íntimo amigo de Alsina, el antiguo ministro de Guerra.

Según Joucla-Rau, Martí critica al francés aplatanado en Argentina por su determinismo positivista, que el cubano asocia a la influencia de Charles Darwin (1809-1882) y Ernst Haeckel (1834-1919). Tal determinismo se basaba en la teoría del devenir histórico de la humanidad, la ilusión mistificadora del progreso lineal, entendido en una manera materialista y fatalista. Pero en el mismo texto Martí se hace eco de esa misma concepción lineal de la historia, si bien optimista, cuando afirma, que "con ver el mundo, graduado y en cada grado idéntico, cualquiera que sea la época de la graduación, salvo las modificaciones de lugar y ambiente, hay filosofía magna e infalible para entender cada trance social, y gozar con verlo, sin entristecerse, como nuestro francés" (OC VII, 370).

La episteme positivista

Al menos es obvio para mí que Martí no puede escapar de la episteme positivista del siglo XIX, que impone una visión ascensional de la historia, el desarrollo biológico y el progreso de la humanidad. Esta es la misma visión jerárquica que había utilizado en su crónica de 1882, al hablar de las tribus crows y cheyenes en Estados Unidos, cuando compara a los indígenas con los "niños" y los cataloga de "salvajes".

Es el optimismo evolucionista de su apunte sobre los negros en el fragmento que cité en mi primer ensayo. Es un evolucionismo que no borra totalmente las diferencias de raza, sino que las mantiene entre ellas mismas (cuya sangre sigue siendo un factor que marca las diferencias), ya que ve el mundo "graduado" con la salvedad de "modificaciones de lugar y ambiente".

En otras palabras, todavía en una fecha tan tardía como 1890, un año antes de publicar "Nuestra América" en el periódico del Partido Liberal de México, Martí seguía creyendo en esta "filosofía magna e infalible". ¿Por qué entonces la crítica martiana prefiere hablar de "saber de la literatura" y de la "estética", en lugar de cuestionarse los espacios marginales que ocupan el negro y el indígena en los textos martianos? ¿Realmente piensan que la literatura es suficiente para oponerse por sí misma a los discursos científicos, biológicos y pedagógicos que inundaron el siglo XIX?

Duanel Díaz parece apuntarse a esta tesis, cuando afirma que a diferencia de Francisco Figueras, Martí exhibe "una retórica de la utopía o del subsuelo, cuya autoridad procede más de la literatura que de la ciencia". El ensayo "Nuestra América", entendido a la manera de Retamar, es nuevamente el texto que apoya esta retórica.

Pero únicamente habría que ver en "Nuestra América" el lugar que ocupa el miedo (el horror diría) a que se desataran esas minorías ignoradas y reprimidas por tanto tiempo en el continente (el negro, el indígena, el hombre de la masa inculta), para darse cuenta que Retamar se equivoca. Decía Martí: "En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella".

¿A quién se está refiriendo Martí con estas palabras? ¿A quiénes les está diciendo que se cuiden? ¿A los políticos y la clase dirigente de México, o a los negros, los indígenas y los desarrapados? No nos engañemos: estos últimos son el gran problema que hay que evitar a toda costa en el futuro. Son los "perezosos", como describió tantas veces a los indígenas. Son los poco inteligentes. Son "los de abajo" en esa retórica elitista, que como en el fragmento que cité en mi primer ensayo, crea jerarquías que hay que preservar. Hay que saber gobernar bien a esas gentes, ya que podían "sacudirse" del lomo las instituciones. A Martí le gustaba dar ese tipo de vaticinios políticos (como a Bartolomé de Las Casas o Alexis de Tocqueville), y es cierto que algunos se cumplieron, pero otros quedaron muy cortos.

Es cierto que Martí criticó la Conquista, y el sistema de reservaciones en EE UU, por encontrarlos inhumanos, y contraproducente el segundo, ya que obligaba al gobierno a mantenerlos y a perpetuar su "pereza". Pero también hay que aceptar que hay zonas en su ideario que para nuestra concepción actual son profundamente problemáticas y que muchas veces Martí se muestra a favor de políticas que les fueron muy perjudiciales a los indígenas en su tiempo, que le hicieron perder sus terrenos, sus derechos heredados, y los condenaron a la miseria o la muerte. Esas son las "contradicciones menores" —como dice Vitier— que a la crítica no le interesa resaltar.

Pero en todo caso, sus críticas y temores por las minorías étnicas son consecuentes con la postura liberal que los trató de "reformar" y hallar un "remedio" para ellos. Que los obligó a trabajar en contra de su voluntad y criminalizó el "ocio". Lógicamente, en Cuba no lo hicieron porque tenían una isla llena de esclavos y un comercio ilegal floreciente. Pero si los indígenas no utilizaban la tierra, pues los "desalojaban" y ya se traerían inmigrantes de Europa dispuestos a trabajar.

No puedo coincidir, pues, con la crítica martiana que se ha empeñado en analizar sus escritos a partir de "Nuestra América", y del cual se sirve para juzgar toda su obra a partir de una frase bella, sintética y metafórica. Porque Martí no es ni esa frase ni ese ensayo. Es toda su obra, llena de matices, frases geniales, pero también muchas contradicciones. Como decía Joucla-Rau, hay que ser lo más "honrado posible" para hablar de estos temas en Martí, y entiendo que algunos no quieran serlo. Incluso, entiendo que muchas revistas académicas y editores no quieran oír hablar de estas cosas porque es infinitamente más cómodo y seguro seguir repitiendo lo que todos sabemos, seguir afirmando nuestras "certezas ridículas" hasta el cansancio.

Para terminar, debo decir que lamento que mi crítica les haya parecido demasiado fuerte a Miguel Cabrera Peña y a Duanel Díaz. No fue esa mi intención, aunque es natural que en una polémica sobre un tema tan sensible los argumentos nos resulten a veces desmedidos y hasta viscerales. Lo importante, creo, es abrir un diálogo y que cada cual defienda sus ideas desde sus respectivas posiciones. Mis respetos, pues, y mi admiración para ambos.


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