Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Crisis ética

La OEA, el Consejo de Derechos Humanos y la política latinoamericana hacia La Habana.

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Marx no era un proletario —recuerda Walter Mignolo—, pero tuvo la solidaridad y la visión ética para colocarse en la perspectiva de los trabajadores, como Bartolomé de las Casas en la perspectiva de los indígenas.

Sin duda que los últimos acontecimientos en torno a Cuba —las decisiones de la XXXIX Asamblea de la OEA y la más reciente reunión sobre derechos humanos en la ONU— no muestran ninguna de las anteriores perspectivas, si nos referimos al pueblo cubano —o mejor— a todo aquel que no integra el poder en la Isla.

Observar el asunto desde el ángulo postmoderno obligaría a coincidir con el descreimiento de Jean-Francois Lyotard, y hacer memoria de lo que llamó "el colapso de la ética".

Lo que sucede hoy en día con respecto a Cuba, y el apoyo que La Habana recibe de casi todos los gobiernos en América Latina, instituye un discurso que confunde al Estado isleño con la "representación del modo de estar de un pueblo", para decirlo con Carl Schmitt.

Y en el verbo "estar" palpita un disenso fundamental entre el Estado y lo que representa. Una cifra incalculable de cubanos precisamente desean no "estar" en el territorio que ocupa su Estado, no quieren "estar" bajo su férula.

Huérfana de una teoría política digna de la ciencia, luego que un marxismo sin creación, antojadizo y cruel fuera arrollado por la historia, la situación cubana obliga a concordar con Schmitt —desplazándolo a nuestro caso— acerca de que lo político halla aquí su fuerza en un "cierto grado de intensidad de la asociación de hombres", quienes predominan sobre la inmensa mayoría mediante un vasto conjunto de instrumentos represivos.

Que un régimen como el de los Castro, cuya expresión política fundamental es la violación de los derechos humanos, haya recibido la concesión que significa el cese de la sanción de la OEA, y que por si fuera poco se le entregue la posibilidad de acceder a ella, más que constatada una inmovilidad de 50 años, indica la crisis de eticidad que se va instalando, cada vez con mayor profundidad, respecto a lo político en la región.

Si partimos de este menoscabo masivo, testimoniamos hoy un momento inusitado en las relaciones en el subcontinente. Es difícil recordar algo parecido en muchas décadas, o al menos desde la Segunda Guerra Mundial, para ir de los límites históricos latinoamericanos hacia el centro que, como asegura Walter Lippmann en sustento de Wallerstein, se sobrepone en Estados Unidos a lo periférico.

Lo anterior parece traído por los cabellos, pero sirve para una especificación que amerita registro: el divorcio con la ética sobre el caso cubano no nace ahora del centro sino, sobre todo, de la periferia que es Latinoamérica, la cual ha sustituido la unión de pueblos —una ilusión de Bolívar y Martí— por un polémico estrechamiento de lazos entre gobiernos, no pocos de los cuales aceptan en lo doméstico el juego democrático.

Reuniones en sordina

No es negativo que gran parte de la región presente posturas independientes de Estados Unidos, pero siempre y cuando ellas se ordenen sobre la base del respeto de ciertas normas, de algún grado de solidaridad, como es el tener en cuenta a la Cuba más desvalida.

Que Granma pueda comunicar —oculte lo que oculte— que "la ejemplar ejecutoria de la revolución cubana en materia de derechos humanos fue nuevamente reconocida por la comunidad internacional", refleja lo que venimos diciendo.

El tema, sin embargo, ostenta otras aristas. Como las que atañen a los derechos humanos, se suceden reuniones en sordina donde no se sabe a ciencia cierta quién dice qué o quién intenta salvar la honrilla.

Lo que desde febrero pasado verdaderamente ocurrió en la ONU se divulgó a retazos tres meses después y mayormente por organizaciones no gubernamentales, a las que ni siquiera les permitieron exponer sus criterios.

¿Por qué no se siguen paso a paso tales reuniones sin esperar hasta que el Consejo de Derechos Humanos adopte, como vergonzosamente adoptó, el Informe de la Presentación de Cuba al Grupo de Trabajo del EPU, Examen Periódico Universal? ¿Por qué tiene que quedarse un largo segmento de la información entre cuatro paredes?

¿A qué obedecen estos acuerdos, estos cuasi secretos de espaldas a pueblos cuyos líderes se supone que sean sus representantes?

Sin duda a intereses que triunfan a causa de la degradación ética del debe ser como un fin en sí mismo, como "imperativo categórico", según las meditaciones del viejo Immanuel Kant. La reiteración de tal falta de transparencia constituye una prueba incontestable de la crisis.

Desde luego que un puñado nada desdeñable de sufragios y posiciones en Latinoamérica atienden también a las "bondades" económicas de organizaciones como el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), Petrocaribe, Petrosur y otras entidades, subordinadas a los vaivenes de la economía mundial. Son patrocinadas por Venezuela y por un amante descomedido del poder como Hugo Chávez, cuyos émulos en el subcontinente —en esto del poder— no están únicamente a su izquierda.

En relación con las "bondades", pensemos en Costa Rica, por ejemplo, pues San José olvidó, al menos abiertamente, sus tradicionales críticas respecto a La Habana. Podría señalarse también a Honduras, que hace gala de una radicalidad de última hora que no deja de llamar la atención.

Roce con la crisis

Si efectivamente Barack Obama pretende insuflar un sentido nuevo a la política —conduce a la vez numerosos frentes—, debería cuidar no infectarse con la crisis latinoamericana. Quizá en Washington no se ha evaluado todavía en toda su envergadura este peligro ético, que pondría en solfa su interés por desalojar la mala fama de Estados Unidos en la zona —a tramos construida— y forjar lazos diferentes con sus vecinos sureños.

Haber aceptado una resolución en la OEA que no dedica una palabra a la situación del pueblo cubano fue un roce con la crisis que, en relación con Estados Unidos, por lo que simbólicamente significa, resulta inadmisible.

Las contradicciones, por otra parte, son clamorosas. Poco antes de que la Unión Europea admitiera que no hay avances en derechos humanos en Cuba —pero quiere extender un diálogo que sabe vano—, la OEA tomó sus polémicas decisiones.

Entre el reciente desfile de mandatarios latinoamericanos por La Habana, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, pocos días después de una presentación resuelta de la delegación de su país en la reunión de derechos humanos de la ONU, fue casi corriendo cuando le avisaron que Fidel Castro estaba listo para recibirla. Muchos en el mundo conocen el artículo de Castro a la sazón, que en realidad respondió a la honorable actuación chilena en la ONU.

¿Por algún lado se observa un mínimo interés por concertar una política hacia La Habana sobre bases éticas? No se observa.

Valga señalar que una cosa es la existencia material del pueblo cubano —el embargo, por ejemplo— y el esfuerzo por crear un ambiente propicio para dialogar en torno a otros temas con La Habana, y cosa distinta callar o hablar en voz baja sobre sus víctimas.

Tal vez el más claro antecedente de la reunión de la OEA se encuentre en la Cumbre de Unasur, de septiembre pasado en Chile, donde fue total el respaldo a Evo Morales y a su propagada inminencia de un "golpe civil". Los objetivos autonómicos de la oposición boliviana —una de las dos orillas del conflicto— no se mencionan sino oblicuamente en el documento, y sólo para denigrarlos. Esta unilateralidad se extremó en la OEA, pero contra los cubanos de a pie.

Sin embargo, la fuente de la crisis no hay que buscarla en actitudes de una u otra índole, en la concertación de alianzas espurias, en una mirada que antepone a los Castro al pueblo cubano, al cual se le niega la solidaridad política imprescindible, esa que gota a gota coopera con la liberación.

No creo, por otra parte, que huir sea una manera de resistir, como alegan Hardt y Negri, si nos ajustamos a la circunstancia isleña. Huir es una solución no colectiva. La fuente de la crisis ética reside, en fin, en nuestro propio pueblo, avasallado por medio siglo, pero sin protestas continuadas que estremezcan la conciencia internacional. Y de esto, salvo los muertos a manos del régimen y otras contadas excepciones, todos los cubanos somos, de un modo u otro, culpables.


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