Actualizado: 23/04/2024 20:43
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¿Cubanezuela?

La reedición del anexionismo mirandista, disfrazado de socialismo del siglo XXI: un auténtico desastre para los cubanos.

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La anexión de Cuba a Venezuela, que Hugo Chávez resucita ahora con la anuencia de los hermanos Castro, es —afirman— un viejo sueño bolivariano. Tan viejo, por lo menos, como el que soñaron Thomas Jefferson y John Quincy Adams después de que en 1821 España le cediera la Florida a Estados Unidos. En realidad, es aun más antiguo: el proyecto de un gran imperio continental que uniría a todas las posesiones españolas y portuguesas de América no fue de Bolívar, sino de Francisco de Miranda, que ya en 1801 lo formuló con lujo de detalles.

Según el plan que imaginó el precursor de la independencia suramericana, los territorios emancipados de la Corona constituirían una federación gobernada por dos "incas", que ejercerían el poder ejecutivo supremo, un "curaca" o administrador local por cada provincia y un conjunto de "amautas" que legislarían en la Dieta o Parlamento Imperial. La elección de los títulos era un guiño demagógico dirigido a los aborígenes del sur del continente. El gobierno central tendría su sede en una nueva capital, Colombo, que se edificaría en Panamá. El Brasil y las Antillas entraban, por supuesto, en estas previsiones imperiales.

Bolívar le dio al asunto un seguimiento más bien retórico. Después de la batalla de Ayacucho, en 1824, los ingleses optaron por mantener el statu quo en el Caribe. En 1826, el Congreso Anfictiónico de Panamá puso de manifiesto que ni la Gran Colombia, ni México ni Estados Unidos disponían de los medios o la autonomía suficientes para desarrollar una política continental sin el beneplácito de Londres.

En la diplomacia americana no mandaban entonces Bolívar ni Santa Anna ni Adams, sino los cañones de la Royal Navy. (Dato curioso: en aquellos años la población de Estados Unidos era casi igual a la que Cuba tiene hoy: unos 11 millones de habitantes).

Ímpetu anexionista

La historiografía posterior y la mitología castrista han retenido, sobre todo, los proyectos de anexión a Estados Unidos, que son harto conocidos y forman parte integral de la historia de la Isla. Pero es bueno recordar que en esos años muchos súbditos españoles que residían en Cuba consideraban razonable también la posibilidad de incorporarse a México o la Gran Colombia. La monarquía española atravesaba una etapa de decadencia que se había agravado con las guerras napoleónicas y que se prolongaría aún durante más de medio siglo.

Cuba carecía de condiciones para independizarse y mantener por sí misma su soberanía, pero como provincia o estado de una entidad americana mayor, tal vez podría establecer un régimen republicano que ampliara las libertades y los derechos de los blancos sin trastornar el sistema económico basado en la producción azucarera con mano de obra esclava.

El ímpetu anexionista mantuvo su vigencia hasta 1855. En ese período, la Gran Colombia se dividió en tres Estados, plagados de luchas civiles y gobiernos tiránicos. El Imperio Mexicano también se desmembró y la República que le sucedió atravesó igualmente una etapa de gran inestabilidad, que culminó con la derrota ante Estados Unidos en la guerra desatada por la anexión de Texas. Sólo el Calibán norteño prosperó y mantuvo instituciones estables, por lo menos hasta la Guerra de Secesión.

Si el anexionismo cubano se decantó al fin exclusivamente por el intento de unión con Estados Unidos, fue tanto por las garantías que parecían ofrecer los estados sureños —mantenimiento de la esclavitud de los negros y derechos democráticos para los blancos—, como por el fracaso de México y de la gran potencia continental ("la cosa ésa", la llamaban sus detractores) que Bolívar había tratado de forjar.

La reedición del anexionismo mirandista, disfrazado de socialismo del siglo XXI, es un fenómeno harto curioso, tanto por su carácter anacrónico como por su disparatada proyección. Porque nadie debe llamarse a engaño sobre la médula del asunto: la República Bicéfala de Cubanezuela no sería una unión inter pares.

¿El inca Hugo y el curaca Raúl?

Entre el bolsillo de Hugo Chávez, inflado por la subida espectacular del precio del petróleo en los últimos cuatro años, y la miseria y fragilidad de la sociedad cubana, devastada por medio siglo de inepcia y autocracia, media la distancia que separa a Shylock de Antonio, el mercader de Venecia. Es obvio que en una alianza así Cuba ocuparía una posición de dependencia y subordinación que ningún piropo chavista al linaje revolucionario de los Castro sería capaz de paliar. Vamos, que Hugo sería el inca y Raúl tendría que conformarse con el cargo de curaca de la provincia insular.

No hace falta ser partidario furibundo del nacionalismo ni suscribir la célebre fórmula del padre Varela ("que Cuba sea tan isla en lo político como lo es en la naturaleza") para sostener que un engendro así, aunque alivie a corto plazo la situación económica del país, sería un auténtico desastre para los cubanos. Sin duda, el "destino manifiesto" de la Isla (si alguno tiene) es terminar incorporada a una entidad continental más amplia, en la que desempeñará un papel modesto.

Puestos de nuevo a la tarea de la anexión, sería preferible elegir a Estados Unidos. Después de todo, ya hay dos millones de cubanos en Miami, Bush habla muchísimo menos que Chávez por radio y televisión, y ni siquiera tiene pretensiones de cantante o de pintor.

En caso de que Washington rehúse ("Remember the USSR!", gritarían los senadores más timoratos en el Capitolio, ante la perspectiva de aceptar a 11 millones de candidatos al welfare), la opción de recambio sería la anexión a la Madre Patria. Bastaría con declarar que las guerras de independencia fueron un error (además de un horror) y pedir la reincorporación a España en calidad de 18ª región autónoma del Reino.

Ahora que Madrid corre el riesgo de perder a Cataluña y el País Vasco, la recuperación de Cuba le vendría de perillas a la Corona. Para la Isla, significaría colarse de un golpe en la Unión Europea y la OTAN, y volver a tener turrones y villancicos en Navidad.

En cualquier caso, llegar a ser estado de la Unión Americana o autonomía del Reino de España parecen destinos más halagüeños para Cuba que convertirse en provincia del Imperio Paleosocialista que preparan el inca Hugo y el curaca Raúl.


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