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Si Maceo estuviera vivo…

Los dos países de Chávez: ¿Quién habló de soberanía? ¿Qué es eso de dignidad nacional?

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Cuentan que hace ya varios años, un hombre aparentemente afectado en sus facultades mentales se detuvo en el portal del Museo de la Ciudad —otrora Palacio de los Capitanes Generales y Casa de Gobierno de Cuba—, exactamente bajo los balcones de las oficinas de Eusebio Leal, historiador de La Habana, profirió todo género de repetibles pero impublicables improperios y reprochó al funcionario el entreguismo pro español que revestía su proyecto de restauración del centro histórico. Con el grito de "Leal, le estás vendiendo Cuba a los españoles. Si Maceo estuviera vivo, marica…", el aparentemente desquiciado transeúnte causó revuelo y conmoción en el concurrido paseo.

Viene a colación el episodio ante el ambiente y las manifestaciones realizadas en la reciente visita del presidente venezolano Hugo Chávez a Cuba, parte de la cual recorrió como si fuera su finca particular, ocupando todos los espacios televisivos y dando rienda suelta a sus elucubraciones y proyectos sobre el futuro económico y social de la Isla.

Esta incursión es un eslabón más en la relación de los dos gobiernos, que ya pasa de ser estrecha y que, gracias a la debilidad de la economía nacional y sobre todo a la interesada falta de voluntad política de La Habana para abrir espacios que revelen las potencialidades internas de una sociedad por muchos años amordazada, se ha convertido en un vínculo de creciente dependencia, que ya se torna incómodo y preocupante.

Gracias a ese vínculo, muchos niños y jóvenes han visto desaparecer, de un día para otro, de los centros de estudio a sus profesores de Educación Física, y todos los ciudadanos, colapsar el sistema de salud, desde la atención primaria hasta los servicios hospitalarios.

Tómese el lector el trabajo de practicar el sencillo ejercicio aritmético de dividir la cifra de 30.000 profesionales y técnicos de la salud que permanecen en Venezuela, entre los 169 municipios con que cuenta el país. Cualquiera se dará cuenta de la dimensión de la catástrofe. En un país donde las relaciones materno-filiales tienen un valor tan importante, es impactante ver la naturalidad con que las madres cubanas se separan de sus hijos pequeños para desandar los cerros del país suramericano.

Todo vale

Está claro que nada sucede por gusto. Gracias al desastroso estatismo que ya sobrepasa las cuatro décadas, Cuba ya no produce casi nada, el esfuerzo y el talento tienen muy poco valor, el gobierno necesita vender la fuerza de trabajo especializada y los cubanos abandonar a sus alumnos, pacientes e hijos, para buscar algo del beneficio económico y material que aquí es tan esquivo e inalcanzable.

Con una historia marcada por las subordinaciones externas, primero colonial hasta el siglo XIX, y luego la sucesiva dependencia —económica y política— de las dos grandes superpotencias del siglo pasado (Estados Unidos y la Unión Soviética), Cuba ha entrado al siglo XXI con su destino sujeto a un poder rebosante de solvencia, pero con una mal disimulada vocación autocrática; en un país, por demás, con un muy pobre expediente de estabilidad social, ética y política.

Para las autoridades, todo vale a la hora de defender el poder absoluto y mantenerse a flote en medio del desastre generalizado que ni la censura ni la represión pueden esconder; todo, menos conceder a sus ciudadanos los espacios, derechos y potestades que les corresponden de manera natural.

Para tal propósito, lo mismo optan por terminar de descapitalizar la producción agrícola nacional, dedicando cientos de millones de dólares para comprar a productores norteamericanos, que por establecer una extrema dependencia económica de los vínculos con un caudillo cuyas muy malas maneras —y peor tino diplomático— echaron por la borda, en unos minutos, los muchos millones que gastó y regaló para intentar hacerse con un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Cuando se sube muy alto se puede caer muy bajo. Casi cinco décadas de enajenante poder absoluto han hecho perder a los gobernantes de la Isla el sentido y las referencias de los valores que dicen defender; hasta el punto de ser capaces de convertirse en testaferros políticos del mejor postor que les garantice el poder y la obediencia, aunque se trate de ese caudillo lleno de arrogancia, ambiciones, petrodólares, y vacío de todo lo demás.

Ya van sobrando los hechos que asombran y duelen: todavía parece increíble que el vicepresidente Carlos Lage haya dicho que "Cuba tiene dos presidentes", refiriéndose a Hugo Chávez como el segundo, por el momento. Pero más increíble es que ningún "patriota revolucionario" protestara por tamaño desvarío. Ni qué decir de ver al presidente venezolano, en los concurridos jardines del mandatario jamaicano, presentar al muy antimusical comandante Castro como el vocalista de la velada.

Golpes deliciosos

Un gobierno como el de La Habana, tan celoso de su dignidad deportiva y que ha hecho conatos de protesta en cualquier latitud ante dudosas o malas decisiones arbitrales, aguantó a pie firme todos los desmanes y despojos que sufrieron los púgiles de la Isla —a favor de la representación venezolana— durante los llamados Juegos del ALBA, celebrados en mayo pasado en varios escenarios del país suramericano. Ni una sola queja de sus funcionarios, ni un comentario de sus periodistas.

El colofón momentáneo de esta saga fue ver en días pasados a los "héroes históricos" y "líderes emergentes" de la revolución soportar, cual colegiales arrobados, dos días de peroratas y poses histriónicas de Chávez.

Cualquiera podría pensar que en un país tan celoso de su soberanía, tales hechos deben mover a la inquietud y el rechazo de los fieles revolucionarios, que al menos conservan nominalmente voz dentro de las estructuras políticas del poder. Sin embargo, no es secreto para nadie el irreparable daño que tantos años de ortodoxia totalitaria causan en la percepción cívica y el amor propio de sus defensores.

Las concesiones que hace La Habana al poder y las mal disimuladas vanidades de Chávez —esa especie de híbrido defectuoso entre Perón, Batista y Noriega, con mucha demagogia y nula afinación—, sirven al menos como prueba concluyente de lo poco que les importan la dignidad nacional y el futuro de Cuba y los cubanos. ¡Si Maceo estuviera vivo, m…!


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