Detener la violencia
Reprimir o desertar: ¿Están a las puertas de tal disyuntiva los militares cubanos?
Los que abrazaron la causa de la Revolución Cubana —así, con mayúsculas—, en defensa de altos ideales de sensibilidad y solidaridad humana, son ahora movilizados a pisotearlos, junto a su sentido de decencia, por aquellas mismas instituciones a las que juraron lealtad.
Cada vez estamos más cerca del instante en que el militante comunista y el militar cubanos se vean definitivamente en la disyuntiva de escoger entre dos traiciones posibles: a los ideales que inspiraron su adhesión inicial a la causa revolucionaria, o a las instituciones a las que juraron lealtad, en la creencia de que serían herramientas para la solidaridad humana, y hoy les ordenan arremeter contra ella.
Cuando en nombre del Partido se ordena dispensar cabillazos —o disparar, llegado el caso— contra ciudadanos que sólo han expresado una opinión divergente, hay que escoger cuál es la "traición" decente y la lealtad indecente. Después de todo, ¿es realmente posible "traicionar" la traición?
La Habana no es Tiananmen
El 5 de agosto de 1994 no se llegó a disparar contra los miles de manifestantes que avanzaban protestando por el Malecón habanero. Pero en el Parque Martí, del barrio del Vedado, estaban acantonadas unidades militares, el Malecón estaba allí bloqueado por una ametralladora pesada, montada sobre un jeep descapotado al costado del monumento a Calixto García, y francotiradores de tropas élite tomaron azoteas claves en varios edificios públicos de la zona de la Habana Vieja.
En 1994, el Comandante en Jefe no creyó necesario dar la orden de disparar, pero sin lugar a dudas se preparaba para hacerlo. ¿La habrían cumplido los militares cubanos? Con la primera andanada de fusilería se habría abierto un cisma en la sociedad cubana. Es muy probable que también se hubiera facilitado el espacio a una intervención extranjera, unilateral o multilateral, cuya única responsabilidad caería sobre aquel que diera la orden de matar y aquellos que la obedecieran. Cuba no es China; La Habana no es Tiananmen.
La violencia puede y debe pararse ahora, antes de que el diálogo lo hagan las balas y los cambios se produzcan finalmente, pero entonces acompañados de rencores y venganzas.
Todo cubano tiene hoy el deber ético de no cooperar con la violencia, sea cuales sean sus creencias y afinidades ideológicas. Y los cubanos que vivimos fuera del país que nos vio nacer, tenemos el ineludible deber de hacernos escuchar por todos aquellos que creen que la indiferencia no es opción y que los derechos humanos son universales y no sólo para quienes comparten sus ideas.
Quien hoy no contribuya a detener la violencia que ya se viene desatando, será su cómplice moral cuando tenga mañana que enfrentar a sus víctimas. Y seguramente las habrá de ambos lados, si a ella no se impone el diálogo. Cuba no merece esa tragedia.
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